Tlahuelilpan, el Ayotzinapa del sexenio

Tlahuelilpan, el Ayotzinapa del sexenio

febrero 14, 2019 Desactivado Por La Opinión de

Enrique Peña Nieto, Presidente emanado del Partido Revolucionario Institucional (PRI), llegaba al poder tras dos sexenios panistas, en medio de la crítica, señalamiento y escándalos; un mandato teñido de rojo, marcado por la ineficacia y corrupción en el gobierno. La revista Time colocó a EPN en portada, con la frase Saving Mexico, en su edición de febrero de 2014; siete meses después el “Salvador económico” estaría en una de las peores crisis sociales y políticas, y en la mira de organismos internacionales de Derechos Humanos: Ayotzinapa y la desaparición de 43 normalistas de Guerrero evidenció la incapacidad del sistema de justicia penal y brotó la exigencia social.

Ayotzinapa logró movilizar a las masas, principalmente a los jóvenes, estudiantes y sociedad civil; con el grito de ¡renuncia Peña!, exigían la destitución inmediata del Ejecutivo; el caos, la incertidumbre y el dolor reinó en las calles, hasta que la flama de la lucha se fue opacando, sin apagarse por completo. Ayotzinapa fue la punta del iceberg para tomar las calles y denunciar los cientos de desaparecidos en todo el país, fosas clandestinas a lo largo y ancho del territorio y ejecuciones, lo peor salió a flote. A casi cinco años son pocos los detenidos, Ayotzinapa con la famosa “verdad histórica” fue también sinónimo de impunidad.

Cuatro años después, la historia pareció dar un giro de 180 grados, la izquierda, que tanto anhelaba el poder, llegó con un triunfo arrollador; Andrés Manuel López Obrador se convertía en el mandatario número 65 del país, con una narrativa de cambio y transformación de raíz, comenzó con la implementación y puesta en marcha de sus promesas de campaña, entre ellas la lucha contra el robo de combustibles.

Los días transcurridos habían sido de “felicidad” para simpatizantes y algunos otros escépticos; sin embargo, la crisis de la gasolina fue, sin duda, la situación que puso a prueba la efectividad de reacción de las instituciones que buscaba reforzar AMLO, con una gran popularidad, la cual es, quizás, una de sus grandes armas con las que está haciendo frente a la crítica.

La explosión de Tlahuelilpan, en Hidalgo, el viernes 18 de enero, es ya una de las peores catástrofes humanas en el México reciente, sumando un total de 129 muertos hasta el momento y la cifra se estima que aumente.

Lo que inició como una fiesta, al ritmo de la lluvia de combustible, una danza en torno a la fuente dadora de vida, un carnaval donde la fiesta de la carne terminó en tragedia, esa donde la carne fue parte del rito, del cual todos pretendían ser parte del baño sagrado, que terminó por consumirlos.

La tragedia, una de las tantas que pudo evitarse, preverse y que alguien optó por dejar que el río humano fluyera sin control hasta desbordarse. Las autoridades y el propio Estado tiene la facultad y la obligación de cuidar a los ciudadanos, a todos por igual, sin condición alguna, y falló; la ley se quebranta a la hora de designar responsabilidades, a casi un mes de los hechos no hay detenidos ni llamados ante la justicia a mandos policiales, ejército o funcionarios de Pemex, ante la negligencia.

Prometer es fácil, el reto es cumplir; el sexenio de AMLO estará cargado de investigaciones, intenciones y buena voluntad, envuelto en un discurso tropicalizado para deslactosar la seriedad y el rigor que exigen temas de la Nación.

La guerra contra el huachicol ha iniciado, cientos de militares vigilando y patrullando los ductos, decomisando el combustible, pero pocos detenidos y sin una clara estrategia de acción en contra de responsables; atacar las jerarquías que conforman los grupos delictivos, partiendo de grandes personajes de cuello blanco hasta gente que forma parte de la cadena de robo, sin un plan contundente, sin protocolos de acción, seguirán apareciendo escenas bochornosas por la negligencia, el dolor y la impunidad, como lo sucedido en Tlahuelilpan.

Ayotzinapa y Tlahuelilpan son dos hechos distintos, que por la magnitud y lo simbólico han marcado sexenios; ambos conectados por la injusticia, la desaparición y la muerte de decenas de personas; dos sucesos que han indignado a una sociedad, en uno todo el peso social contra el Ejecutivo y el linchamiento mediático; mientras que el otro, el dolor se calla y la popularidad brota entre cadáveres de una tragedia que pudo evitarse a toda costa.

David Pérez

Réplicas