Sí a la castellanización (I)
febrero 15, 2019Hace dos años, me encontraba en un club literario de mi ciudad, en el que mujeres creativas nos solíamos reunir para compartir el café, y algunos versos. En una de las sesiones, llegó a mis oídos un refrán estruendoso: “mujer que sabe latín, no tiene marido ni buen fin”… De sólo verme, con el ceño fruncido, podías imaginar el rechazo interno que sentí al escuchar aquellas palabras, y la conmoción de saber que algo nuevo estaba a punto de ocurrir; me hallaba al filo de conocer a Rosario Castellanos.
Chayo, de cariño, es la imagen viva del ímpetu revolucionario dentro del feminismo, que en los 70’s (cuatro años antes de su fallecimiento) se atrevió a desafiar al mundo, a través de la publicación de su ensayo “Mujer que sabe latín”, y así, de una vez por todas, deconstuir aquella frase de uso popular, que lejos de hacer un bien, nublaba la vista ante cualquier oportunidad que tenía la mujer de aquella época, para destacar intelectual y académicamente; por el temor a ser llamadas “desmesuradas” o “rebeldes”.
Al tener este primer contacto con Castellanos, comencé a sentir mayor curiosidad por aquella mujer, debido a su relevancia en el mundo y principalmente, su protagonismo dentro del pensamiento mexicano.
¿Cómo es posible que en pleno nacimiento del empoderamiento femenino, haya surgido una versión totalmente opuesta a la dulce Carlota, presentada por Goethe? ¿Una Políxena de Troya, negada a ser sacrificada?
Estas cuestiones llegan, como reflexión del legado y controversia que Rosario le ha dejado a nuestra cultura, no sólo dentro del feminismo, también en materia de defensa de los derechos indígenas, a través del género novelístico, como lo expresó en Balún Canán (1957) y en Ciudad Real, obra en la que denunció las condiciones deplorables en las que ha sobrevivido el sector indígena, en el ahora llamado San Cristóbal de las Casas.
Además, en el ámbito poético, cautiva con uno de sus mayores tesoros, en el que recopila sus versos, Poesía, no eres tú (1972), representando un viaje sin boleto de regreso hacia la conciencia de Castellanos:
Considera, alma mía, esta textura
Áspera al tacto, a la que llaman vida.
Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos
Y en el color, sombrío pero noble,
Firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.
Piensa en la tejedora; en su paciencia
Para recomenzar
Una tarea siempre inacabada.
Y odia después, si puedes.
Fragmento
del poema “Dos Meditaciones”.
Libro: Poesía no eres tú.
Hasta este punto, podríamos decir que fue una escritora con una ávida trayectoria en las espaldas, y no sólo eso; durante los últimos momentos de su vida asumió la responsabilidad de formar parte del cuerpo diplomático, durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, siendo asignada como embajadora de México en Tel Aviv, Israel.
De un accidente trágico, por una descarga eléctrica, tras salir de la ducha, fueron consecuentes los últimos respiros de esta gran mujer, el 7 de enero de 1974.
Hablar, a manera de trazos, sobre su obra, es atrevernos a conocer el fondo de un abismo. De no saber sus pasos, no sabríamos qué riesgo corrió y mucho menos podríamos decidir si admirarla o no. Lo que nos lleva a una nueva pregunta: ¿a quién seguimos?