Mexicanidad esquizofrénica
octubre 21, 2019Cada octubre recordamos la Conquista Española de América. Crecimos nombrando este día como “Día de la Raza”, “El descubrimiento de América”, “El encuentro de dos mundos”, y recientemente “día del respeto a la diversidad cultural”, sin que ninguna de sus nominaciones escape de la crítica de lo que realmente ocurrió: ¿encuentro? ¿conquista? ¿sometimiento?
Lo cierto es que, a pesar de las diversas nominaciones, en ese momento inició la construcción de una nueva realidad en tierras americanas, tanto para provenientes de España como para personas nativas, situación que se replica con la llegada de flotas portuguesas a Brasil.
De manera particular, en México es posible identificar dos vertientes principales indiscutibles que se ramifican y coexisten violentamente, de vez en cuando lejos, de vez en cuando cerca, reconocidas incluso por el Virrey Luis De Velasco, que se avivan con la historia de larga duración propuesta por la reforma Vasconcelista, que reafirma la existencia de Mesoamérica, vigente hasta nuestros días.
Por un lado, se encuentra el México profundo, aquél que compuesto por la mexicanidad mesoamericana que se mantiene viva en sus ritos, costumbres, religiosidad y su resistencia cotidiana; por otro, está la raíz que alimenta al México imaginario, conformado por ese deseo de importación de formas de vida de países desarrollados, que busca generar condiciones de competencia, y oportunidades de inversión, que niega al México profundo, buscando imponerle sus formas de civilización.
Esta polarización parecería exagerada, pero reconozcamos que es vigente. En el año de 1994 el gobierno mexicano, nutrido por la idea del México imaginario, suscribió el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que pocas ventajas ha traído para México, sobre todo en el sector agrícola, el cual en una versión más reciente encarna el USMCA. En ese mismo año, indígenas de Chiapas pusieron a México en el ojo internacional al denunciar la poca capacidad del Estado para garantizar los derechos individuales y colectivos que les han sido negados históricamente, no sólo en Chiapas.
Con ello, se hizo patente la vigencia del antagonismo de estas dos raíces, dos culturas, dos proyectos irreconciliables de nación, dos Méxicos en una sola realidad esquizofrénica. Y aunque derivado del levantamiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional se logró que en el artículo segundo constitucional se reconociera la esencia mexicana en sus pueblos originarios, dicho reconocimiento es en la realidad sólo una leyenda de buenas intenciones, pues estas realidades ni se han fusionado ni coexisten con armonía; el México profundo no ha desaparecido, ni el México imaginario ha triunfado, lo cual es palpable en la pobreza, marginación y discriminación que viven diariamente millones de mexicanos.
Los intentos de las instituciones gubernamentales indigenistas han fracasado: ni el Instituto Nacional Indigenista, ni Coplamar, ni el actual Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas han logrado en su totalidad la tarea de su creación, porque su perspectiva desde el México imaginario les impide vislumbrar con claridad la identidad de los pueblos originarios, haciendo patente una vez más el desarrollo paralelo y desigual de nuestro origen.
Por increíble que parezca, este proceso no es exclusivo de nuestro país, se vive en España, Ecuador y Bolivia por mencionar sólo algunos países que, como México, enfrentan esta crisis de identidad. De este último ejemplo, Bolivia, podemos rescatar la importancia que tiene reconocer a México más que como un país pluricultural, como un país plurinacional, lo cual nos llevaría a entender que todas las naciones que lo conforman están compuestas por personas que somos iguales, porque todas somos diferentes. Donde la diversidad cultural no es en sí el problema sino la estructura asimétrica que subyace en el fondo de esta pluralidad, pues al final México es la creación de este contacto de culturas que a quinientos años de distancia no ha podido ser entendida en su justa dimensión, y que como cualquier choque tiene resultados dispares.
Es necesario apostarle a un proyecto bajo el esquema de la plurinacionalidad y la interculturalidad, que nos permita reconocer puntos de contacto en la igualdad y respetar las diferencias sin que nos sean ajenas. Un México que sea capaz de retomar su historia milenaria, civilizatoria, sabia y cósmica; capaz de nutrirse de los fracasos de la Independencia, la Reforma y la Revolución; capaz de reverdecer en un ejercicio de aceptación de distintos puntos de partida para tener un mismo punto de llegada; capaz de florecer.