Coherencia con el vulnerable
junio 11, 2020 Desactivado Por La Opinión deLas últimas semanas están siendo especialmente duras. Por un lado, los efectos económicos y sanitarios de la pandemia. Por otro, la violencia policial en Estados Unidos y las manifestaciones raciales tras el asesinato del afroamericano George Floyd. Pareciera que esta pandemia ha venido a recordarnos muchas de nuestras asignaturas pendientes: fallos de mercado, Estados ineficientes, dudas acerca de la legitimidad en el monopolio del poder y una fuerte desigualdad y estratificación social. Y es que, pese a que las crisis de cualquier índole las sufrimos todos, lo cierto es que a algunos siempre les toca un poco más.
A raíz de todos los informes y noticias vinculadas con la crisis del coronavirus, sentí curiosidad por ver cómo ésta le estaba afectando a los grupos más vulnerables. Y, de entre todos ellos, me centré en uno de los más desprotegidos entre los desprotegidos: la población indígena. De acuerdo con la Secretaría de Salud, la tasa de letalidad por COVID-19 es del 17.4% para los pueblos originarios, frente al 10.5% del resto de la población. En total, según los últimos reportes, 899 indígenas se han contagiado por coronavirus y al menos 157 han fallecido por esta causa. Los datos confirmaron, al menos de manera parcial, mi hipótesis: siempre hay alguien que lo pasa peor.
El informe de la Secretaría de Salud llega a esta terrible conclusión: “en un caso confirmado de COVID-19 –por parte de población indígena– se tiene casi el doble de riego (1.86) de fallecer en comparación con los que no se reconocen parte de este grupo”. Las razones que subyacen tras este diagnóstico vuelven a poner de manifiesto la vulnerabilidad de este grupo: más del 70% de la población indígena vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema. Además, más del 80% de este colectivo no cuenta con seguridad social y cuenta con un perfil epidemiológico vinculado a las denominadas “enfermedades de la pobreza”, tales como el sarampión, la influenza o las afecciones intestinales.
Junto con las dificultades derivadas de la estratificación socioeconómica, conviven otras barreras culturales y el idioma: los indígenas que únicamente hablan su lengua materna tienen muchas dificultades para acceder a los servicios de salud. En sus regiones carecen de hospitales y cuando acceden a centros médicos en muchas ocasiones son discriminados. Asimismo, los hospitales no cuentan con traductores para pacientes que no hablen castellano. Como consecuencia de esto, una gran parte de la población indígena recurre a sus diagnósticos y remedios tradicionales de sanación.
Esta situación vuelve a poner de manifiesto cómo la pandemia no ha hecho más que poner de relieve viejos problemas estructurales que no han sido resueltos de manera adecuada. México tiene una deuda histórica con los pueblos indígenas: además de la debilidad de sus estructuras económicas, su falta de personalidad jurídica genera que se desconozcan sus procesos de toma de decisiones, que se les criminalice cuando aplican sus normas y que no se reconozcan sus especificidades.
En ocasiones se ha denunciado la opresión que estos pueblos sufrieron en el pasado –aspecto que no niego y sobre el que he escrito en otras ocasiones–, sin embargo, las políticas públicas en el ámbito de la cultura y la educación no son claras ni tienen el propósito de fortalecer su identidad. Como tampoco lo han hecho otras políticas de carácter social o económico. Esto les hace especialmente vulnerables y ahonda en sus problemas.
Por ello cada vez es más necesaria la implementación de medidas de respeto a la libre determinación y autonomía, así como estrategias de recuperación económica y social. En un momento en el que la discriminación y el racismo ocupa la portada de cientos de periódicos a raíz de los sucesos acontecidos en Estados Unidos, reflexionemos sobre lo que ocurre en el interior de nuestros países. Está bien manifestarse a favor o en contra de lo que ocurre en el país vecino, pero ocuparse de lo que ocurre dentro de nuestras fronteras es igual de importante.
México arrastra una discriminación étnico-racial estructural que se apoya en un orden social y en relaciones de poder de tradición histórica. Muchas veces esta discriminación se parapeta bajo el paraguas de la pobreza, la desigualdad o la violencia. Pero lo cierto es que estas circunstancias son en mayor o menor medida consecuencia de una experiencia discriminatoria que afecta con mayor virulencia a algunos colectivos. Los prejuicios, y quiénes se benefician de los privilegios derivados de la discriminación, muchas veces nos llevan a juzgar con mayor dureza lo que ocurre en el exterior, haciéndonos olvidar nuestras propias miserias. Protestemos por lo que pasa en el exterior, pero primero paguemos nuestras deudas históricas con la población indígena en México.
Mélany Barragán
Twitter: @MelanyBarragan7
Fotografía: Presidencia de la República / flickr.com