Relevancia de la reflexión razonada y sistemática sobre la pandemia

Relevancia de la reflexión razonada y sistemática sobre la pandemia

julio 12, 2020 Desactivado Por La Opinión de

La sucesión acelerada y vertiginosa de acontecimientos a raíz de la pandemia obliga a pensar en tiempo real los alcances y las contradicciones de un fenómeno multidimensional y que hunde sus raíces en el proceso civilizatorio de los últimos dos siglos. Aún sin la maduración y consumación de los procesos y sin el reposo suficiente de las ideas, la humanidad se enfrenta al desafío de plantear cuestionamientos y de esbozar posibles respuestas de cara a la vorágine que desnuda la vulnerabilidad y fragilidad de las poblaciones.

Súbitamente, todo fue eclipsado y petrificado, y no precisamente por la presencia intempestiva de un agente patógeno. El coronavirus SARS-CoV-2 y el confinamiento global es la condensación de una crisis sistémica ecosocietal de larga duración entreverada con múltiples crisis precipitadas mediante las decisiones políticas y corporativas que aceleran la inviabilidad social del capitalismo en su faceta rentista, extractivista y regida por el fundamentalismo de mercado.

En esta crisis sistémica ecosocietal se entreveran o amalgaman el colapso climático con la acumulación por despojo y el extractivismo; la extrema riqueza con la extrema pobreza, la desigualdad, la marginación y la indigencia; la escasez inducida de alimentos y las posibilidades de hambruna; la vorágine de la alta tecnología con la exclusión y retención de los frutos del progreso técnico; y el declive de las hegemonías con la emergencia de renovados liderazgos en el sistema mundial.

Aunque reflexionar en torno a fenómenos emergentes supone desafíos relacionados con la sorpresa, el azoro y el desconcierto que éstos concitan en los observadores y analistas; o bien, empañar la mirada con la tendenciosidad ideológica y las posturas ético/normativas, que anteponen preferencias, buenos deseos y hasta principios políticos absolutos e irrealizables. Se impone la confusión epocal y la incapacidad para fraguar nuevas significaciones en torno a la cambiante y vertiginosa realidad social y para imaginar escenarios alternativos de sociedad.

Pese al advenimiento e instauración de la era post-factual, con su consustancial pulsión del botón de las emociones y la visceralidad, tiende a trivializarse el ejercicio del razonamiento en la vida pública. La reflexión fundamentada y sistemática se torna fútil y se subordina a las pasiones exaltadas, al prejuicio y al negacionismo de los hechos. Con la crisis epidemiológica global, la primera víctima es la verdad. Lapidada por el miedo, el pánico, la discriminación y el fin de las certidumbres, la verdad en tiempos de pandemia es sustraída de los discursos; al tiempo que la reflexión –hecha desde el pensamiento crítico– es diezmada y hasta desterrada

Con la post-verdad se pretende modelar la opinión pública; así como banalizar la importancia de los datos y los hechos en aras de convertir a las audiencias en seguidores de una causa ideológica. Es la exacerbación de los sentimientos y de la supremacía de las emociones para subordinarlas al individualismo hedonista propio del fundamentalismo de mercado y del social-conformismo. 

Entonces, reflexionar –desde el pensamiento crítico– en torno a la pandemia no sólo es un imperativo intelectual; un mero ornato para cultivar la vanidad del postureo academicista en medio del desamparo y la incertidumbre. El ejercicio de la reflexión razonada, sistemática y accesible para amplias audiencias y lectores es parte del uso público de la razón, que tiene como finalidad el crear posicionamientos que iluminen el comportamiento de la convulsa realidad social; al tiempo que ofrece referentes para incidir en las decisiones públicas, en los cursos de acción y en la posible solución de los problemas públicos.

Desatado el vendaval del riesgo y la incertidumbre; asediada la humanidad por la vulnerabilidad y el miedo; exacerbada la desigualdad social y la pauperización; asaltada la razón por las entrañas y la emoción pulsiva; vilipendiada la verdad y entronizada la industria mediática de la mentira, no es una labor fácil detenerse en el camino, mantener la ecuanimidad y allegarse del lenguaje necesario, de los conceptos y de las categorías mínimas para comprender e interpretar fenómenos emergentes y que cimbran las estructuras mentales. Que en ese contexto la razón y el oficio de la reflexión salgan avantes, no es tarea sencilla; más porque como individuos somos parte de esos fenómenos estudiados y no estamos exentos de la ansiedad, la incertidumbre y la exposición al pánico de cara a eventuales riesgos a que se expone la salud física y mental.

En el ámbito del pensamiento y la reflexión, no sólo incide el virus que origina la epidemia, sino también el virus ideológico que gesta la desinfodemia que encubre o silencia las causas últimas de la crisis epidemiológica global, así como los flagelos sociales y los náufragos o víctimas de la pandemia. Subyace en todo ello una construcción mediática del coronavirus que entraña múltiples intereses creados detrás de la gran reclusión. De cara a ello, la palabra corre el riesgo de perder valor y de trivializarse en el proceso de construcción de significaciones y referentes.

El tratamiento mediático de la pandemia contribuye a la perpetuación –y a la reconfiguración funcional– de las estructuras de poder, riqueza y dominación a partir de la instauración del virus del miedo. La “verdad” la construyen quienes controlan la comprensión de los fenómenos y quienes imponen ciertos puntos de vista –la mayoría de las veces sin argumentos fundamentados– entre las audiencias y lectores. De ahí la urgencia de anteponer la reflexión meditada, aunque persistan riesgos e insuficiencias al pensar en tiempo real de cara a un fenómeno escurridizo y multidimensional que posa ante nuestros ojos de manera desestructurada e inacabada. Se trata de fenómenos macroliminales que desbordan la mirada del observador y que –a su vez– marcan la pauta de una ruptura histórica que redunda en una crisis en las formas de pensar, concebir, representar, sentir e imaginar la realidad social.

Este carácter multidimensional de las manifestaciones e impactos de la pandemia se suscita en el conjunto de las sociedades e incide en sus estructuras, instituciones y estilos de vida. De ahí que sea posible concebir a la pandemia como un hecho social total (noción introducida desde la sociología y la antropología), que lo mismo tiene implicaciones sanitario/epidemiológicas, que políticas, institucionales, económicas, psicológicos, ecológicas, geopolíticas, mediáticas y semánticas. La misma intensificación de los procesos de globalización amplifica e irradia a escala planetaria, de manera sincronizada y en tiempo real los impactos de la pandemia. El carácter infeccioso del coronavirus SARS-CoV-2 no se comprende sin la transcontinentalización de las relaciones sociales y sin la irradiación de flujos globales de personas, mercancías, capitales, simbolismos, información, conocimientos, y hasta riesgos. Los viajes aéreos transcontinentales y la misma industria turística aceleran esta irrestricta movilidad de individuos, y ello conlleva riesgos de distinto tipo.

En lo político/institucional, con la pandemia las relaciones de poder y dominación se afianzan, continúan nutriéndose de la desigualdad, y construyen la forma de resarcir la legitimidad y el consentimiento entre los ciudadanos. Sembrado el miedo e incentivado el pánico entre la población, las tentaciones autoritarias y totalitarias afloran y se fundamentan en la mentira. El sector público, por su parte, no sólo se muestra inoperante y postrado ante la pandemia, sino que muestra las falencias de la retracción de sus funciones en materia de bienestar social –especialmente en el rubro de los servicios sanitarios y de los cuidados. Súbitamente y recurriendo al instinto de la reacción, del “Estado mínimo” se transitó al Estado sanitizante o higienista en aras de anteponer la protección de la integridad física respecto a las libertades fundamentales. La lapidación que sobre el Estado se cierne es la del hiper-endeudamiento y la de la transferencia de riquezas públicas a manos privadas de una clase empresarial y rentista. Serán motivo de reflexión minuciosa las nuevas funciones que desplieguen los Estados en el mundo de la post-pandemia.

En cuanto al proceso económico, la urgencia de ejercer la reflexión razonada y sistemática tiene que enfatizar en los orígenes y causalidades del vendaval que desató o está por desatar la crisis económica. Si esta reflexión no hunde su mirada en la crisis estructural y sistémica del capitalismo, será difícil comprender la génesis, alcances e impactos de la pandemia. La crisis epidemiológica global se incubó en la crisis ecosocietal del capitalismo y en la implantación y profundización del fundamentalismo de mercado. La pandemia y su magnificación mediática funcionan como una excusa que justifica la inducción de una crisis –y posible depresión– económica de gran alcance donde los principales náufragos serán los miembros de la clase trabajadora, que experimentarán un avasallamiento con el desempleo masivo, el colapso de sus salarios y la pauperización de los pobres y de las clases medias que laboran en el sector servicios. Esta macro crisis económica redundará en una re-concentración y re-centralización de la riqueza y los capitales, así como en una mayor polarización y asimetrías en las estructuras de poder y riqueza.

Lo que exacerba la crisis económica de larga duración no es, en sí, la epidemia y un agente patógeno microscópico que invade –como muchos otros virus y bacterias lo hacen– a los organismos humanos, sino que es el confinamiento global lo que contrae la demanda agregada y rompe las cadenas de producción. De ahí el argumento nuestro respecto al carácter inducido –fruto de decisiones concretas, sean gubernamentales y/o corporativas– de esta nueva fase de la crisis económico/financiera mundial.   

Tener un panorama completo sobre la esfera del proceso económico y las contradicciones radicalizadas en tiempos de pandemia, sería una labor de reflexión incompleta si no se toman en cuenta la cotidianidad de los ciudadanos y, particularmente, sus ansiedades, angustias, temores y demás trastornos mentales y emocionales. La fragilidad, la vulnerabilidad y el miedo, afloran como vendaval no sólo por la presencia de un virus infeccioso, sino por la incertidumbre ante un panorama económico y laboral adverso que se dirige al precipicio del desempleo masivo y la suplantación de la fuerza de trabajo a través de una mayor tecnologización del proceso de producción. La sutileza de la reflexión precisa de una amplia valoración y estudio respecto a los impactos emocionales o psicológicos derivados de la pandemia.    

A su vez, la pandemia hace evidente la exacerbación del colapso climático y las contradicciones de la relación sociedad/naturaleza. El predominio de un patrón de producción y consumo extractivista y basado en la agricultura y ganadería extensivas, no sólo devasta la naturaleza y los hábitats originarios de los animales, sino que borra las fronteras entre éstos y el ser humano. Rotas esas fronteras y alterados los hábitats, la migración de agentes patógenos es una constante, y la exposición de organismos humanos con sistemas inmunitarios debilitados hace el resto. Sólo un ejercicio de reflexión y estudio sistemático desde la ecología política y los saberes ambientales alternativos nos ayudarían a comprender estas complejas e intrincadas relaciones contradictorias.  

También es necesario no perder de vista la dimensión geopolítica en la reflexión sistemática relativa a la pandemia. Las relaciones económicas y políticas internacionales experimentan una aceleración con la crisis epidemiológica global. Tomar el pulso a esos acontecimientos es fundamental para comprender la correlación de fuerzas y las transformaciones del mundo contemporáneo. Entonces, se presenta la urgencia analítica de ir más allá de las posiciones maniqueistas que –a raíz de la diseminación global del virus– enuncian Estados Unidos versus China, o China versus Estados Unidos, según quien lo profiera. No existe tal lucha hegemónica frontal entre esas dos naciones –al menos mientras el señor Donald Trump ostente el cargo de Presidente y persistan sus posturas antibelicistas–; lo que se perfila es la creación de un abigarrado dispositivo de control geopolítico y geoeconómico regido por un triunvirato o una hegemonía tripolar compartida protagonizada por China, Estados Unidos y Rusia, con amplias alianzas estratégicas entre ellos y con naciones como la India, Israel, el Reino Unido, entre otras.

Como ya se introdujo en párrafos anteriores, la industria mediática de la mentira fundada en las pulsiones emocionales, el pánico y el negacionismo de las causas profundas de los fenómenos conduce a una tergiversación semántica que desdibuja la representación de la realidad y la gestación de significaciones apropiadas para la comprensión e interpretación de los problemas públicos. La construcción mediática del coronavirus está en función de las relaciones de poder y del patrón de acumulación que se perfila, pero –a su vez– es un dispositivo de control y disciplinamiento que pende sobre la mente, las conciencias, la intimidad y los cuerpos. Es, también, un mecanismo de simulación, encubrimiento, invisibilización y silenciamiento de los flagelos sociales que corren a la par de la pandemia, así como de sus potenciales víctimas y náufragos. Con la tergiversación semántica se perfila un destierro de los ciudadanos respecto al espacio público a medida que el confinamiento global recluyó a amplios segmentos de la población mundial y los inmovilizó respecto a su participación en las decisiones públicas.

Un tema delicado que no es viable desdeñar en la reflexión sobre el manejo de la pandemia se relaciona con la entronización de la comentocracia en los mass media como falsos especialistas sanitarios. Supuestos periodistas y analistas camuflados, suplantan y usurpan el ejercicio profesional de inmunólogos, virólogos, epidemiólogos, infectólogos, alergólogos y neumólogos; y hasta se atreven a realizar diagnósticos, prescripciones y recomendaciones médicas, en lo que sería una artera negligencia masiva de facto y una dictadura mediática de la simulación sanitaria.

Algunos especialistas en inmunología como Beda M. Stadler, en el contexto del consenso pandémico y refiriéndose a la lógica que sigue el COVID-19 exclusivamente en Suiza, señala que no se trata de un virus nuevo, pues guarda relación con el SARS-CoV-1 identificado en China en el 2002; que es infundado asegurar que las poblaciones humanas no cuentan con alguna inmunidad ante el coronavirus SARS-CoV-2; y que es estúpido asegurar que las personas que adquiriesen el COVID-19 o que, incluso, infectasen a otros organismos, sean asintomáticos.

Aunado a lo anterior, la conspiranoía, que se hace pasar por supuestas teorías de la conspiración –pero que no son más que enunciados sobreideologizados–, genera –desde gobiernos, mass media y demás ideólogos y charlatanes que se asumen representantes de perspectivas progresistas– una epidemia desinformativa y tergiversadora sobre los fenómenos. “El virus chino”; “el coronavirus SARS-CoV-2 fue inventado –y escapó– en un laboratorio de Wuhan”; “el virus fue inoculado en China por militares estadounidenses que acudieron a un torneo deportivo en Wuhan”; “la red inalámbrica 5G se usa para propagar el virus”; “las campañas de vacunación son parte de una conspiración oculta para implantar microchips entre la población” y que “Bill Gates tiene intereses espurios en ello”, son sólo algunos de esos enunciados falsos y sin sustento que circulan por el ciberleviatán y la plaza pública digital. Ignorancia, virus ideológicos, desinformación, desconfianza y negacionismo, se amalgaman para intentar explicar –con base en el prejuicio– problemas públicos que tienen causalidades profundas. Se remite con estos discursos ideológicos de la conspiración a fuerzas oscuras, ocultas y profundas que mueven los hilos del mundo. A partir de allí, se instalan actitudes de suspicacia y recelo respecto a las instituciones estatales, que tienen sus raíces en la era del desencanto y la desilusión que caracteriza a la crisis de la política como praxis para la construcción de soluciones en torno a los problemas públicos.

Esta conspiranoia se funda en narrativas simples, digeribles y maniqueistas, que pretenden construir un sentido sobre los acontecimientos y encontrar responsables directos de sus efectos negativos (generalmente “seres tenebrosos y malvados” que “actúan en secreto” y tras el trono). Se asume, sin acierto, que las élites políticas y corporativas están dotadas de ultra poderes que no es posible cambiar porque debajo de ellos existen masas amorfas manipuladas, sin criterio y sin posibilidad de crítica. Estas ideologías de la conspiración contribuyen, en parte, a la autocomplacencia y al social-conformismo, tan arraigados en las sociedades contemporáneas. De ahí la urgencia de anteponer el pensamiento crítico ante un virus semántico e ideológico como éste.

En suma, apelar a la reflexión razonada y sistemática no es un ejercicio baladí, ni carente de sentido. Es una praxis que nos posiciona en el terreno respecto a la disputa por la palabra y la construcción de significaciones con miras a representar la realidad y sus problemáticas. Es una praxis que contribuye –directa o indirectamente– a la (de)construcción del poder y a erosionar las estructuras de dominación que, hay que decirlo, comienzan en el plano semántico y se extienden a las decisiones públicas, la modelación del comportamiento y a la apertura de cursos de acción. Desdeñar este potencial creador de la reflexión no sólo pronuncia y perpetúa las cegueras, los prejuicios, el negacionismo y la instauración de una era post-factual, sino que también descarrila toda posibilidad de formación de una cultura ciudadana sustentada en información válida y fiable que contribuya a nuevas formas de organización de la sociedad.

Isaac Enríquez Pérez
Twitter: @isaacepunam
Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México


Fotografía: Anastasia Gepp / pixabay.com 

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