Felicidad, dolor, soledad y desolación en el capitalismo digital
marzo 29, 2021 Desactivado Por La Opinión deEl síndrome de la felicidad y del crecimiento económico ilimitado abren enormes abismos en las sociedades contemporáneas. Sus respectivas ideologías no sólo encubren los efectos negativos del fundamentalismo de mercado, sino que vanaglorian sus falsas virtudes e irradian un falaz confort que ni por asomo considera la dimensión y los alcances de un sinfín de psicopatologías. Soledad, tristeza, angustia, ansiedad, depresión, desconfianza en el otro, y una vida sin sentido, son sólo expresiones de la enfermedad y el dolor social que tienden a potenciarse con el individualismo hedonista y la trampa de la eficiencia económica y el productivismo exacerbado.
El dolor social y el dolor individual/emocional son consustanciales al mismo proceso (des)civilizatorio del capitalismo. Y ello se recrudece conforme los individuos sienten frustración y resentimiento ante la insatisfacción que les genera esta forma de organización de la sociedad. A su vez, estas modalidades de dolor se erigen en dispositivos de control social que descargan la espada de Damocles sobre los cuerpos, las conciencias, la mente y la intimidad. Con la pandemia, estos dispositivos alcanzaron su más acabada expresión a través la gran reclusión, el confinamiento global y la emergencia e instauración del Estado sanitizante (https://bit.ly/3l9rJfX).
La enfermedad de la sociedad contemporánea es tal que son varios sus síntomas: desde la crisis de opiáceos que padecen los Estados Unidos y varias naciones europeas, hasta el consumo masivo de ansiolíticos, analgésicos, antidepresivos, alcohol y oxicodona. El dolor humano es tal que existe toda una industria orientada a su gestión y a la evasión efímera del individuo desolado. Ello constituye una de las grandes epidemias silenciosas y soterradas contemporáneas y, sin embargo, no se repara en ella desde los Estados y desde las organizaciones especializadas.
El fracaso y el miedo a experimentarlo, ante las expectativas incumplidas y las condiciones de exclusión social, conducen a los individuos –principalmente a los jóvenes– a autolesionarse con el fin de evadir sus pobrezas y reivindicar un mínimo resquicio de libertad y de decisiones sobre sí mismos. Las inseguridades y problemáticas que la misma familia hereda a estos jóvenes, se potencian con la desigualdad social, la crisis de desempleo masivo y la pauperización de las clases medias.
Si los jóvenes se infligen dolor a sí mismos a través de la flagelación de su propio cuerpo, no es por locura ni por simple ocio, sino por el predomino de una estructura de poder, dominación y riqueza que exacerba el desamparo, la impotencia y la soledad. Entonces ese dolor drenado por el sistema sólo es combatido o evadido por el daño infligido al propio cuerpo, el borderline personality disorde (trastorno límite de la personalidad o limítrofe), la depresión, la tristeza, la neurosis, la bipolaridad, o la búsqueda de la autorrealización a través de la realidad postiza de Instagram y su estercolero. Tampoco es que las condiciones de igualdad social, por sí mismas, contengan estas psicopatologías, pues las sociedades escandinavas evidencian el drenaje de soledad en medio de la esquematización y la ficción del bienestar social (https://bit.ly/3dbu6we).
Millones de jóvenes, enajenados con la falsa ideología de la felicidad (https://bit.ly/3rQ6i6x), sienten placer, satisfacción y liberación al usar el cutter o el cuchillo para cortarse la piel o infligirse heridas en el cuerpo; al arrancarse el cabello; arañarse la cara; fracturarse los huesos; o en caso extremo el suicidio. Según estudios de Richard Wilkinson y Kate Pickett, publicados en su ilustradora obra Igualdad, cómo las sociedades más igualitarias mejoran el bienestar colectivo (2019), señalan que el 22 % de los jóvenes que rondan los 15 años hacen daño a su cuerpo cuando menos una vez en su vida; en tanto que de ese porcentaje el 43% lo emprenden una vez al mes. Por su parte, en Estados Unidos, alrededor del 20% de los jóvenes en edad escolar atentan contra sí mismos. Los problemas empiezan desde los siete años de edad, al momento en que esos niños pierden la confianza en sí mismos o reconocen que no están a la altura de las expectativas impuestas en su entorno.
A esta autoflagelación no escapan tampoco los adultos y la sensación de vergüenza que lacera su autoestima. El túnel sin salida de la ignorancia tecnologizada (https://bit.ly/3hkKJXa) anula en esos seres la facultad para pensar, comprender y autoanalizar, en medio de una conciencia marchita por el bombardeo publicitario, el consumismo, la super-explotación laboral y la obsolescencia tecnológica programada, que, en su conjunto, inducen una nueva mutación antropológica (https://bit.ly/3efRIlf). La voluntad es medrada, pero también la capacidad para observar, analizar y discernir. Es el homo sapiens reducido a su mínima expresión y enclaustrado en las dimensiones propias de un homo digitalis.
La vulnerabilidad de los individuos se ahonda con la crisis pandémica y la consustancial gran reclusión a medida que se amplían las posibilidades de caer en las garras del híperdesempleo, la pobreza extrema y las hambrunas. Esta vulnerabilidad se acrecienta en sociedades subdesarrolladas como México, que, con la violencia criminal (https://bit.ly/3lpVrNy) y la inseguridad pública, hunde a los individuos en el miedo perpetuo y en la inmovilidad física, mental y emocional.
Entonces el social-conformismo se apropia de la vida cotidiana de los individuos que tienden a “normalizar” su dolor y sufrimiento, y a alcanzar el analgésico en las redes sociodigitales que apelan a su pasividad. Pero el miedo y el dolor paralizan el cuerpo, la mente y la conciencia, y es allí donde los ciudadanos se tornan dóciles, sumisos y carentes de invectiva. De ahí que el progreso tecnológico y el confort, que aportan a las sociedades, sean directamente proporcionales al dolor, la soledad, el control político sobre los individuos y a la pérdida de contacto con la realidad.
Sólo el retorno del homo sapiens, el ejercicio del pensamiento crítico y la domesticación de la falaz cultura de la eficiencia económica, reivindicarán el sentido perdido en las sociedades contemporáneas. Si ello se acompaña de una sólida cultura ciudadana que apele a la reflexión y al sentido común, se encontrarán cauces de salida de cara a los laberintos que impone el capitalismo digital.
Isaac Enríquez Pérez
Twitter: @isaacepunam
Investigador de El Colegio Mexiquense
Imagen: Justin Martin / pixabay.com