¿Es necesaria la refundación de la universidad pública?

¿Es necesaria la refundación de la universidad pública?

marzo 6, 2022 Desactivado Por La Opinión de

Si la universidad pública como organización productora y difusora de conocimientos sistemáticos no es capaz de (re)pensarse a sí misma y de generar autodiagnósticos desde el mismo ejercicio del pensamiento crítico, entonces está condenada a perpetuar su dislocamiento respecto a la sociedad y a sujetarse a los designios del fundamentalismo de mercado y del individualismo hedonista (https://bit.ly/3fWNb8p y https://bit.ly/3vZiRjt). Más todavía: si la reivindicación de algunas de sus funciones esenciales (pensemos en su vinculación con la sociedad) y la reinvención de algunas otras que cayeron en el anquilosamiento (pensemos en la compartimentalización de los conocimientos), la universidad no sólo se distancia de los grandes problemas nacionales y locales, sino que experimenta una escisión respecto a las comunidades que la sufragan a través de los impuestos. Caer en la intrascendencia es uno de los riesgos que campean sobre las universidades, por lo que salir de ello sólo es posible a través de su refundación institucional y académica.

La universidad es víctima, por un lado, del burocratismo y de prácticas corporativas; y, a su vez, es uno de los náufragos de la austeridad fiscal que asfixió varias de sus funciones esenciales y marginó a las ciencias básicas, las humanidades y las artes.

A su vez, el fundamentalismo de mercado y la racionalidad tecnocrática impusieron en la universidad una racionalidad técnico / instrumental que, en aras del productivismo y la meritocracia, supeditó al humanismo y el arte de conocer. Se impuso el saber hacer por encima del aprender a aprender y de la urgencia de formular y responder las grandes preguntas en torno a los problemas estructurales de la humanidad.

A su vez, la misma razón científica fue dinamitada ante discursos y narrativas preñadas de negacionismo y dosis de post-verdad. El advenimiento del mundo post-factual no sólo corroe el ámbito de la praxis política, sino que la misma praxis académica es presa del influjo del vaciamiento de sentido experimentado por las ideas y la palabra. Estos fenómenos no sólo cuestionan la relevancia de la verdad como principio rector de la ciencia moderna, sino que erosionan la legitimidad de la universidad y su papel en la cultura –entendida en su acepción antropológica más amplia.

Si el productivismo y la racionalidad empresarial se apropiaron de la universidad a lo largo de los últimos cuarenta años, estas organizaciones experimentan una crisis institucional que las coloca contra las cuerdas y las hunde en el extravío. A su vez, la híper-especialización se torna funcional a ese productivismo y parametrización del conocimiento. Si se trata de saber hacer y no de saber conocer, entonces perder de vista la totalidad es el primer paso para abonar a ese productivismo. Esa híper-especialización supone, a su vez, una jerarquización de las disciplinas y los conocimientos, y ello, por supuesto, también está signado por las relaciones de poder y la correlación de fuerzas al interior y entre las comunidades académicas.

¿La universidad estará capacitada para comprender y asimilar el carácter complejo del mundo contemporáneo? Lejos de la vanguardia y el proactivismo, la universidad se refugia en actitudes pasivas, adaptativas o acomodaticias. A lo sumo, reacciona instalando una fábrica de egresados ad hoc al campo laboral regido por el sistema de la manufactura flexible y el trabajador polivalente; y en el peor de los casos una fábrica de desempleados –que experimentan la exclusión social– o de subempleados –expuestos a la precariedad laboral–. El carácter técnico/profesionalizante de la universidad es afianzado por las metodologías de competencias que sujetan los planes y programas de estudios a los imperativos de la empresa. Es la ideología de la formación de capital humano en su más acabada expresión.

El paradigma tecno-científico contemporáneo exige una formación técnica y funcional que trasmuta al conocimiento en una mercancía, impone la fetichización del dato y la información, y hace de la universidad un nicho falaz de eficiencia para la realización y el éxito individuales. La cultura mercantilista se impone como dogma incuestionable y succiona el carácter reformista de la universidad. Más aún, la universidad dejó de formar ciudadanos y abrió los márgenes para hacer de éstos un homo œconomicus consumista.

Reconocido lo anterior, refundar la universidad pública es un imperativo urgente e impostergable para revertir las tendencias analizadas. En sus facultades y potencialidades endógenas y en la reivindicación de su autonomía estarían fincados parte de los horizontes de posibilidades. Sin referencias a la interculturalidad y a lo local, las universidades continuarán desfasadas de las urgencias regionales y nacionales, al tiempo que perderán de vista los cambios de ciclo histórico impuestos por las megatendencias mundiales. Presa de la misión de la asimilación cultural, la universidad se enfrascó en la integración social de los individuos, pero desconoció las cosmovisiones, valores y especificidades culturales de los espacios locales multiétnicos donde se despliega. Ampliar el ejercicio del pensamiento crítico respecto a la misma universidad tomará aires frescos si se incorpora la reflexión y acciones de las juventudes (https://bit.ly/3rjkMNT).

De ahí que la reforma de la universidad sea un ejercicio de diálogos interculturales, pero también de diálogos interdisciplinarios y de diálogos multidireccionales en torno a los problemas públicos. Ello supone reconocer que la crisis disfuncional de la universidad se relaciona con el extravío de sus funciones en torno a la formación de élites vanguardistas que apostaban a la emancipación nacional. Refundar a la universidad pública no es una misión que la conduzca a reforzar sus lazos con el mercado, ni una tendiente a romper definitivamente con él. Sino que se trata de afianzar la relevancia social y humanística de la universidad a partir de una postura proactiva mediada por la imaginación creadora, la descolonización del pensamiento y el posicionamiento de proyectos de investigación / incidencia que acerquen a la universidad a los problemas de los excluidos y marginales. Sin ese giro en sus funciones, la universidad pública reincidirá en la inadecuación histórica y se extraviará en la intrascendencia histórica. Más aún, desde la universidad es urgente anteponer las ciencias críticas a la Big Science y subvertir las narrativas que refuerzan dispositivos de control social. A su vez, la universidad necesita revertir el proceso de desciudadanización y despolitización de las sociedades contemporáneas y hacer de la otredad una guía para interactuar con lo diferente. De ahí que la refundación de la universidad pública sea un proceso histórico impostergable que no sólo es académico, institucional, sino también político, estratégico y civilizatorio.

Isaac Enríquez Pérez
Twitter: @isaacepunam
Académico de la UNAM

Imagen: Internet

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