La coordenada rusa y el tablero geopolítico global

La coordenada rusa y el tablero geopolítico global

abril 3, 2022 Desactivado Por La Opinión de

La dimensión geocultural

Ejercer el pensamiento complejo a la hora de diseccionar acontecimientos contemporáneos que trastocan el sentido del sistema mundial y la reconfiguración de las relaciones políticas y económicas internacionales, supone irradiar la mirada y hundirla en las dimensiones simbólico/culturales que se tejen en el seno de sus conflictividades, tensiones y disputas por la hegemonía.

De ahí que el actual conflicto ruso/ucraniano tenga costuras cognitivas (https://bit.ly/3JripjT), por los dispositivos de control sobre la mente en la era de la post-verdad; geopolíticas (https://bit.ly/3rl3TDp), ante el reacomodo en la correlación de fuerzas y las disputas por la hegemonía del sistema mundial; geoeconómicas (https://bit.ly/3x5JoOJ), por cuanto contribuye a definir la transición a un nuevo patrón de acumulación con su correspondiente sistema monetario y financiero internacional; y geoculturales, por cuanto se posiciona una cultura hegemónica –la europea/estadounidense– como referente que emprende la cancelación de la cultura báltica.

“Por el amor de Dios, este hombre no puede permanecer en el poder”, le espetó Joe Biden a Vladimir Putin en su discurso pronunciado en Polonia (26 de marzo), al tiempo que lo acusó de estar “estrangulando la democracia”. “Es un carnicero”; “Oh, creo que es un criminal de guerra” (16 de marzo), son otras frases argüidas por el presidente de los Estados Unidos respecto a su homólogo ruso. A ellas se suman los dichos de la congresista Liz Cheney que señaló en cadena nacional que “Putin es el mal” (https://cbsn.ws/3LFOLrY). Otros personajes públicos como el representante de California, Eric Swalwell, y de Arizona, Rubén Gallego, solicitaron la deportación de todos los ciudadanos rusos –principalmente estudiantes– radicados en la Unión Americana (https://bit.ly/3x0BV35). Otros políticos estadounidenses como Adam Kizinger se atrevieron a sugerir el derribo de aviones rusos que transitaran por cielos ucranianos (https://bit.ly/36K7a8c). Por su parte, el senador Lindsey Graham sugirió que “alguien en Rusia asesine al presidente Putin” (https://bit.ly/3uPnyMy). Bruno Le Maire, ministro de Economía del gobierno francés, al referirse a las sanciones que pesan sobre Rusia, argumentó en un programa radiofónico que “estamos librando una guerra económica y financiera total contra Rusia”, por lo que “provocaremos el colapso de la economía rusa” (https://bit.ly/3uPnDjk).

Sin embargo, ello no se limita a declaraciones que evidencian posturas maniqueistas y descontextualizadas en medio de la guerra cognitiva. El asunto escala a otras dimensiones que afectan a los pueblos y a los ciudadanos de a pie. Creadores y artistas de origen ruso fueron vetados en Europa; el gobierno francés decidió la ruptura de relaciones con institutos culturales rusos; en tanto que Netflix y Disney suspenden sus emisiones y películas en territorio ruso. Por su parte, el 3 de marzo, Nadine Dorries, secretaria de Estado de lo Digital, Cultura, Medios de Comunicación y Deporte del Reino Unido, declaró ante el Parlamento que “la cultura es el tercer frente de la guerra de Ucrania” (https://bbc.in/3NVgqXR). Miquel Iceta, actual ministro de Cultura y Deportes en España, argumentó también, en una reunión de ministros de cultura de la Unión Europea, que “desde la cultura hemos de unir todas las fuerzas para hacer frente a la barbarie” (https://bit.ly/3NLpyOi).

Valery Gergiev, afamado director de orquestas sinfónicas fue vetado en las más importantes salas de conciertos y teatros del mundo. El Carnegie Hall y la Orquesta Filarmónica de París cancelaron sus conciertos, en tanto el Teatro de la Scala de Milán le rescindió su contrato y fue cesado como director de la Orquesta Filarmónica de Múnich. En tanto que Tugan Sokhiev renunció a la dirección musical del Teatro Bolshoi y de la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse. Mejor fortuna no corrió la afamada soprano Anna Netrebko y el virtuoso pianista Denis Matsuev, al padecer también esos vetos. La razón: no hacer la condena del régimen de Putin tras la invasión de Ucrania y considerarlos portavoces de este gobierno.

Otros artistas jóvenes como el pianista Alexander Malofeev también fue “sancionado” en Canadá al echar para atrás sus próximas presentaciones programadas para el mes de agosto. Pedían que este joven artista relacionara su concierto para desacreditar la invasión de Ucrania.

Se fue más lejos al prohibir en salas de concierto la interpretación de la decimonónica obra sinfónica del compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovski (1840-1893). Mismo trago amargo atraviesan las obras musicales de Ígor Stravinsky (1882-1971) y Dmitri Shostakovich (1906-1975). Mejor destino en estas semanas no corrió la gran tradición literaria rusa. En su momento, la Universidad de Bicocca, radicada en Milán, pretendió cancelar un curso y un ciclo de conferencias a impartir por el catedrático Paolo Nori en torno a la obra de Fyodor Dostoievski (1821-1881). Hubo ciudadanos que fueron más lejos al solicitar el retiro de la estatua dedicada a este escritor ruso en una plaza de la ciudad de Florencia (https://bit.ly/3uNKrzX).

A ello se suma en España la suspensión de las presentaciones del Ballet Bolshoi en el Teatro Real (https://bit.ly/3K6zFLs) y las funciones del Ballet del Teatro Mariinsky en el Festival de Peralada. Así como el anuncio del Museo Hermitage radicado en Ámsterdam para cesar sus relaciones con el mismo museo radicado en San Petersburgo. O bien, el retiro de la cartelera de la Filmoteca de Andalucía de la película Solaris, dirigida por Andrei Tarkovski (1932-1986).

El maniqueismo instaló en esta cultura de la cancelación una ley del “ellos o nosotros”, desplazando las posibilidades que abre la sensibilidad artística para enaltecer un urgente grito de “ellos y nosotros”. Entonces el arte no se usa para sensibilizar a las audiencias ni como una praxis que emerge de la reivindicación de la creatividad y la dignidad humana, sino como un arma de destrucción masiva en medio de un conflicto geopolítico. Es el triunfo, una vez más, de la xenofobia y del pensamiento simplista.

Con estas decisiones, a los públicos se le envía el mensaje de que tienen que discriminar y elegir entre una civilización y otra, rompiendo toda posibilidad de conciliación y de hacer del arte un mecanismo de la paz. El boicot artístico se impone a las posibilidades de fraternidad que puede abrir la praxis artística. A su vez, se ignora la manera en que se trunca la vida personal y profesional de estos artistas ante eventos históricos de los cuales ellos no son, ni de lejos, responsables.

Lo que tendría que ser una censura y repudio a las élites políticas y oligarquías rusas beneficiarias con la invasión a Ucrania, se volcó hacia la misma civilización rusa encarnada en artistas, músicos y deportistas que padecen la estigmatización y la segregación. En el fondo de estas decisiones unilaterales se traslucen actitudes represoras y discriminatorias. A su vez, son obviadas e ignoradas las muestras de oposición de artistas rusos ante la invasión; por ejemplo, el manifiesto firmado por varios músicos, actores y por Vladímir Urin y Valery Fokin, en tanto directores de los teatros Bolshói de Moscú y Alexandrinsky de San Petersburgo. Por su parte, el artista Kirill Savchenkov renunció a su participación en el pabellón ruso para la 59ª edición de la Bienal de Venecia a inaugurarse el próximo 23 de abril. Elena Kovalskaya renunció también como directora del teatro estatal Meyerhold de Moscú en señal de protesta contra los ataques a Ucrania.

La cultura de la cancelación también se expresa en otros ámbitos: el Festival de Eurovisión dejó fuera a Rusia de sus concursos durante el presente año. Mismo camino adoptó la UEFA al retirar la final de la Liga de Campeones de Europa de la ciudad de San Petersburgo. O la descalificación por parte de la FIFA respecto a la selección de fútbol de Rusia con miras a que no participe más en las eliminatorias mundialistas. El Comité Olímpico Internacional también aplicó sanciones a deportistas rusos para excluirlos de competencias internacionales (https://bit.ly/3J4Rzx1).

Es así como la geocultura maniqueista se instala en el ámbito de las relaciones políticas y económicas internacionales; al tiempo que se condicionan recíprocamente, confundiendo sus fronteras y extendiendo sus efectos nocivos sobre el mismo pueblo ruso y sus talentos artísticos y deportivos. La dimensión geocultural se entrelaza con la coordenada ruso/ucraniana que configura un nuevo orden mundial. De ahí la importancia de recurrir al pensamiento complejo para socavar al maniqueísmo simplista que pretende ocultar el hecho de que en el conflicto ruso/ucraniano se está perfilando la continuación de la transición a un nuevo patrón energético, al tiempo que se encubre la crisis sistémica y ecosocietal acelerada con la pandemia del COVID-19 (https://bit.ly/3l9rJfX).

Isaac Enríquez Pérez
Twitter: @isaacepunam
Académico de la UNAM

Imagen: Gerd Altmann / pixabay.com

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