Redes sociodigitales y desafíos políticos juveniles
junio 2, 2024 Desactivado Por La Opinión deEn medio del maremágnum de (des)información en la nueva plaza pública, se conforma una ecuación que es necesario considerar: a mayor invasión de noticias falsas, menor confianza en el otro y menor cohesión social que facilite la formación y expansión de una cultura ciudadana. La inclusión digital, especialmente entre los jóvenes, no necesariamente se traduce en una mayor participación política proactiva que redunde en ejercicios constantes de despliegue del pensamiento crítico y de transformación de las estructuras sociales.
Erigidas como fuentes de la construcción de sentido entre los jóvenes, las redes sociodigitales tienden a interconectar, pero a su vez a acentuar su despolitización y desciudadanización a medida que se instalan discursos maniqueístas que incentivan el oído y eclipsan el debate público civilizado. De ser arenas para la producción, difusión y circulación de significaciones que forjan identidades; para la socialización e interacción juvenil en el ciberespacio; y para el auto-empleo entre aquellos que se apropian de manera privilegiada y creativa, las redes sociodigitales no escapan –por parte de los jóvenes y pese a los márgenes de denuncia que pueden abrir– a un uso funcional que no trastoca las estructuras de poder y dominación. Si bien el uso de la tecnología por parte de las juventudes trasciende, con mucho, los propósitos del ocio, esparcimiento, ejercicio de la sexualidad, búsqueda de afectividades, o del consumismo, no necesariamente se vertebra una cultura ciudadana que afiance procesos de participación proactivos capaces de gestar contrapesos ante la entronización de estructuras políticas autoritarias y excluyentes.
Si un grupo social de la población se caracteriza por su amplia diversidad es el de las juventudes. Por tanto, no existe un uso homogéneo de las tecnologías digitales por parte de los jóvenes. El acceso, el grado de socialización, la apropiación y reapropiación de las tecnologías, el reconocimiento, y la producción de contenidos tienden a ser diferenciados; aunque también asimétricos. Desde la simple pose, la expresión de la vanidad y la búsqueda de afectividades en las redes sociodigitales, hasta la recreación y la construcción de liderazgos en materia de videojuegos, así como la creación de contenidos de alto nivel para generar una didáctica en torno al uso de dispositivos y tecnologías de la información y la comunicación, los jóvenes muestran un abanico amplio en su apropiación. Se experimenta de manera diferenciada el espacio sociodigital, y ello está en función de la posición geográfica, socioeconómica, de género, educativa y étnica desde donde se conecta el joven que hace uso de la tecnología. Del mismo modo, la conducta y el lenguaje o las narrativas que adoptan los jóvenes en las redes sociodigitales tienden también a no ser homogéneos, sino a representar un mosaico de múltiples tonos, colores y posicionamientos, que no es posible encasillar en un único canon. De ahí que surja una constelación de relaciones sociales y de significaciones conforme se intensifica entre las juventudes el uso de las redes sociodigitales.
Las posibilidades que abren las tecnologías sociodigitales para socializar y horizontalizar conocimientos y saberes se diluyen en medio del carácter vertiginoso y efímero que asume el lenguaje y la construcción de significaciones en el ciberespacio. Las mismas relaciones sociales y las afectividades también se exponen a la efervescencia de lo efímero y lo volátil. Ese mismo carácter eventual y efímero que caracteriza a las relaciones sociales en el ciberespacio, se extiende a las acciones de impugnación y denuncia que los jóvenes adoptan en ciertas coyunturas. Esas incipientes protestas en el ciberespacio no siempre se traducen en formas de organización juvenil duraderas que trastoquen a fondo las relaciones de poder. Así como se encienden y masifican esas inconformidades en la Internet, así se estancan en el extravío. Pensemos, por ejemplo, en las protestas en torno al aumento en el precio de los combustibles en México, o en otras disidencias políticas como #Detenme1Dmx, #PosMeSalto, #ContraElSilencioMX, #YakiriLibre y #NoMásPoderAlPoder. La llamada “Generación Hashtag”, expresada en movilizaciones como las de Irán en el 2009, la #ArabSpring, #OccupyWallStreet, #SpanishRevolution, #YoSoy132, #OccupyCentral, y #MeToo, tienden a ser constante por las conversaciones que se abren en las redes sociodigitales y se concretan en convocatorias en las calles, pero no es claro aún su capacidad transformadora de la sociedad y del conjunto de estructuras de poder, dominación y riqueza.
Sin embargo, los riesgos de las redes sociodigitales son múltiples. Las formas de violencia abierta, velada o encubierta son exponenciales y se lastima principalmente a niños y a adolescentes. El desapego familiar y el distanciamiento social manifestado en la incapacidad para trabar relaciones presenciales duraderas son otro de los riesgos en ese traslado hacia el ciberespacio que hacen los jóvenes de múltiples imaginarios, prácticas y experiencias, alterándose con ello la intimidad.
En el caso de una sociedad como la española, el informe Consumir, crear, jugar. Panorámica del ocio digital de la juventud, editado en el año 2022 por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación FAD Juventud, señala que los jóvenes entre 15 y 29 años de edad dedican, en promedio, siete horas diarias al ocio digital, teniendo como aspiración central, según la encuesta de ese informe, la pretensión de llegar a ser “influencers”. Alrededor del 82 % de los jóvenes españoles que usan tecnologías declaran que consumen contenidos en las plataformas sociodigitales, mientras que un porcentaje similar crea contenidos, especialmente a través de una plataforma como Instagram. Por su parte, el informe Media Navigator 2021, realizado por la consultora Kantar, señala que el 71% de los jóvenes españoles de entre 16 y 24 años adquiere información a través de las redes sociodigitales. En el caso de México, la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2021, elaborada por el INEGI, indica que 35.3 millones de jóvenes recurren al Internet; mientras que 33.9 millones (96.1% del total de jóvenes) se acercaron a las redes sociodigitales para informarse y acceder a contenidos variados.
Cabe argumentar que en el uso masivo de las redes sociodigirales subyace un afán de gozar del reconocimiento brindado por sus pares, una necesidad de validación social que trastoca las mismas nociones de individualidad e intimidad. Ese reconocimiento crea en los jóvenes una sensación de confort a saciar constantemente; al tiempo que se perfila lo que los psicoanalistas denominan como extimidad.
Además, más allá de su carácter consumista, los jóvenes, en el concierto de las redes sociodigitales son prosumidores hiperactivos de información y contenido audiovisual. Pero, ¿hasta qué punto esa actitud hiperactiva redunda en el ejercicio de una sólida cultura política mediada por el pensamiento crítico? Sujeto a las reglas de la mercadotecnia y la monetización, el “influencer” no es ni de lejos un sujeto creador y difusor de pensamiento crítico ni su praxis política podría ir más allá de la promoción, a manera de mercancía, de los convencionales líderes partidistas. A lo sumo, podría ser un creador de opinión en torno a determinado tema o producto. Se impone, entonces, la falsa cultura del emprendedurismo y se hace de lo político un fenómeno accesorio de la organización social. Además, el “influencer” es el culto al individualismo hedonista que encaja a la perfección con la racionalidad tecnocrática y el fundamentalísimo de mercado, arraigados y magnificados durante las últimas cuatro décadas.
La praxis política se instrumentaliza y se sujeta a la lógica efímera del ciberespacio. Pero ello no se detiene allí. Por las redes sociodigitales deambula un lenguaje y narrativas denigrantes de una mínima cultura ciudadana y de la misma dignidad humana. Se instalan discursos de odio a partir de la mentira (eufemísticamente llamada “fake news”) y se ejerce el insulto al adversario, sin un respeto mínimo a sus derechos fundamentales. Pese a la libertad que ofrecen las redes sociodigitales respecto a la televisión, la radio y la prensa convencionales, esa libertad reincide en excesos y exacerba sentimientos y emociones negativas entre las audiencias; convirtiéndose el ciberespacio en el vehículo por antonomasia de la era de la post-verdad.
Expuestos a intensas campañas de desinformación, los jóvenes enfrentan escenarios nada halagadores de cara a la crisis de ciudadanía que se experimenta a escala mundial. La delirante desinfodemia que circula por las redes sociodigitales es capaz de obstruir una convivencia civilizada y de inhibir la capacidad para pensar con lucidez, certeza y libertad. Esas campañas de desinformación no son neutrales ni tienen sólo propósitos eminentemente ideológicos, sino que forman parte de procesos de acumulación de capital a escala global al involucrarse múltiples empresas, despachos de consultoría y de comunicación política, así como creadores de contenido masivo, que ofrecen sus servicios al mejor postor. Contribuyendo ello a un problema de salud pública de enormes magnitudes, que apuesta a la invisibilización de la verdad y de los hechos, en el contexto de una narrativa fascista de desprecio fulminante hacia quien piensa diferente. Se apela a las emociones, incentivando sentimientos negativos en torno a cierto adversario político y sus seguidores, de tal manera que se distorsiona la realidad. Con las campañas de desinformación no sólo se pretende crear opinión pública, sino que se delinean cursos de acción y pautas de comportamiento; y en ello justamente radica el poder de esa manipulación y de la tergiversación semántica.
Las juventudes, entonces, experimentan con las campañas de desinformación un ataque sistemático a su capacidad de discernimiento entre lo que es verdad y lo que es mentira, al tiempo que se reincide en una distorsión de la realidad y en un anestesiamiento mental; además de experimentar vulnerabilidad y confusión al tener como único referente lo manipulado en las redes sociodigitales y al creer como verídico lo expuesto por “influencers” o lo publicado por alguna amistad o algún familiar.
La creciente interconectividad está creando y profundizando un laberinto digital que se torna incontenible por la densidad de noticias falsas que reducen a su mínima expresión a la palabra y a principios como la verdad. La hiperdigitalización y la instantaneidad hace de las redes sociodigitales los nuevos noticieros o telediarios de las juventudes, con las ventajas e inconvenientes que ello supone. Si bien los jóvenes pueden participar en conversaciones públicas en tiempo real y pueden accesar a contenidos personalizados a través de los algoritmos adaptativos que recogen gustos, preferencias y comportamientos, lo que también aflora es la expansión de contenidos polarizados que convierten a los jóvenes en víctimas del engaño tras germinar percepciones erróneas, manipularse los hechos, deteriorar la confianza en la información verídica y verificable, al tiempo que se fractura a la sociedad en extremos irreconciliables.
De cara a este escenario, es relevante asumir el carácter complejo que adopta el mundo ciberespacial y, particularmente, el propio de las redes sociodigitales, más allá de la banalidad y trivialización que allí predomina. Realizar estudios académicos e investigaciones profundas sobre esa complejidad es una condición indispensable para contrarrestar la entronización de un mundo post-factual que predomina en el ámbito de las tecnologías de la información y la comunicación. Además, es importante cultivar entre los adolescentes y jóvenes la verificación y contrastación de la información y los datos a través del ejercicio del pensamiento crítico y la germinación de la duda constante. No menos importante será el diseñar mecanismos de seguridad en la Internet, que contrarresten la sobreinformación y la desinformación. Así como crear un entorno mediático y digital en el cual se procure expandir la labor de los defensores de audiencias; protegiendo incluso sus derechos humanos fundamentales. De manera más amplia, se precisa de una resignificación de los sistemas educativos, de tal modo que se posicione al pensamiento crítico como eje rector de las juventudes. De ahí que los bachilleratos y las universidades formen a las juventudes en la identificación de información falsa y a diferenciarla de aquella que sea verificable. Sin esas mínimas condiciones se corre el riesgo de que los “nativos digitales” experimenten una involución que los coloque, pese al avance tecnológico, en el sendero del anafalbetismo mediático y político, y que incluso se conduzca al homo digitalis a una deriva civilizatoria.
Isaac Enríquez Pérez
Twitter: @isaacepunam
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