¿Afganistán como clavo en el ataúd de la hegemonía estadounidense?

¿Afganistán como clavo en el ataúd de la hegemonía estadounidense?

agosto 22, 2021 Desactivado Por La Opinión de

Las escenas mediáticas de habitantes de Afganistán intentando trepar en aviones militares de los Estados Unidos, evidencian las contradicciones geopolíticas y geoestratégicas de las “guerras de conquista” emprendidas por el complejo militar/industrial estadounidense desde 1950. Pese a que Afganistán salió del foco mediático desde años atrás, los problemas latentes de esta invasión se intensificaron conforme el gobierno estadounidense derrochó recursos públicos para la ocupación de la nación asiática bajo la doctrina de la “seguridad nacional y la lucha contra el terrorismo”. La instigación emocional desde los mass media dejó de lado una invasión de 20 años –la más larga de la historia estadounidense–, cuyos costos ascendieron 2 trillones de dólares y que masacró a 241 mil afganos y a 4 mil militares estadounidenses, dejando también a cientos de miles de lisiados y mutilados.

Más allá de enmarañarnos en las imágenes mediáticas y en las cifras relativas a esta invasión, cabe matizar que la abrupta salida del ejército estadounidense y el retorno de los talibanes en territorio afgano evidencia un fracaso más de la élite plutocrática que abraza una agenda belicista/financiera/globalista, y de la cual las dinastías Bush, Clinton y Obama son conspicuos representantes (https://bit.ly/2MRdRef). Más todavía: si adoptamos una perspectiva histórica, ineludiblemente el análisis conducirá a identificar el agotamiento de la pax americana y el declive de la hegemonía de los Estados Unidos como articuladora del sistema mundial.

No es el primer fracaso bélico de los Estados Unidos: desde la llamada Guerra de Corea en los años cincuenta, el trago amargo de la invasión de Bahía de Cochinos en 1961, pasando –por supuesto– por el fracaso de larga gestación en Vietnam, hasta llegar a las experiencias sombrías en Irán y Nicaragua en los años setenta, y la primera Guerra del Golfo Pérsico en 1991. Una tras otra de estas campañas militares evidencia que ser el hegemón en turno no garantiza incursionar sin restricciones en territorios que son estratégicos para sus objetivos geopolíticos.

La misma mirada histórica contribuye a interiorizar justo en esos intereses geoestratégicos que los Estados Unidos ostentan desde 1979 respecto a la región de Asia Central. En ese año, la antigua Unión Soviética emprendió una campaña militar en Afganistán, y como respuesta de los Estados Unidos se creó la llamada “Operación Ciclón” dirigida por la Central Intelligence Agency (CIA) con la finalidad de reclutar y entrenar a fundamentalistas islámicos –los llamados muyahidines– capaces de combatir al gobierno de la República Democrática de Afganistán y al ejército soviético. En el meollo de esta Operación estaba el control del Golfo Pérsico y la explotación y circulación de hidrocarburos desde esta región asiática. Abruptamente se canceló el acuerdo para la comercialización de granos entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, en tanto primer intento para trabar relaciones comerciales y reducir la tensión suscitada entre los dos bloques. Con ese grupo de guerrilleros islámicos financiado por los Estados Unidos se pretendía desestabilizar a la Unión Soviética y su área de influencia. Sin embargo, esta situación inicial no quedó allí, sino que se extendió hasta el año 2001 tras la caída de las Torres Gemelas.

El ideólogo de esa incursión estadounidense fue Zbigniew Brzezinski –asesor de seguridad nacional de James Carter que pronunció la frase “Dios está con ustedes” al descender en Afganistán. Aunque la “Operación Ciclón” fue secreta, se arguye que su costo ascendió a 40 mil millones de dólares, y su propósito abierto fue el de hacer de Afganistán “un Vietnam para la Unión Soviética”. Por la intermediación de Pakistán, se entrenaron a alrededor de 100 mil muyahidines, contando también con el apoyo del espionaje británico y el de Israel para la venta de armamento con destino a Afganistán. 14 mil muertos y 50 mil heridos fue el saldo para la Unión Soviética tras retirarse del país asiático en 1989. Toda esa infraestructura y apoyo militar financiados por la “Operación Ciclón” quedó en manos de los Talibanes, que se nutrieron de las huestes de muyahidines capacitados por la CIA.

El carácter geoestratégico de Afganistán se comprende a partir de sus 936 km de frontera con Irán y sus 76 km de colindancia con China. En su momento, también compartió una frontera de alrededor de 2,100 km con la Unión Soviética, en lo que ahora son los territorios de naciones como Tayikistán (1,206 km), Turkmenistán (744 km) y Uzbekistán (137 km). No menos importante es la posesión de recursos naturales como el gas, el petróleo, metales preciosos como el oro y la plata, así como cobre, cromo, hierro, plomo, zinc, mármol y cobalto. En el año 2010 se descubrió un cuantioso yacimiento de litio; recurso crucial para las baterías de teléfonos móviles y autos eléctricos.

Otro elemento estratégico de Afganistán es la producción y comercialización de heroína. Se asegura que en el año 2001 se cultivaron en este país alrededor de 75 mil hectáreas de amapola, y que hacia el 2017 se elevó el cultivo a 328 mil hectáreas. Siendo ello fundamental para producir el 90% de la heroína que se comercia y consume en el mundo. 

Tanto la minería –sobre todo la referida al litio y al cobalto–, como los hidrocarburos y la producción de estupefacientes son cruciales en los nuevos patrones de acumulación de capital. Y ello no fue ajeno a la presencia militar de los Estados Unidos disfrazada de la trillada bandera de la democracia y de los Derechos Humanos. Desde el año 2001, la ocupación no se dirigió a evitar otro ataque como el del 11 de septiembre –del cual se duda que fuese perpetrado por los Talibanes–, sino a posicionarse en una región que hoy en día se relaciona como los trazos de la Nueva Ruta de la Seda (New Silk Road) o el Puente Terrestre Euroasiático.

“Estados Unidos está de regreso”, fue la frase proferida por Joe Biden luego de tomar posición como presidente de los Estados Unidos. Esa frase se entiende en el contexto de las disputas geoestratégicas entre China y la nación americana –frenadas durante cuatro años por Donald Trump– y como parte de los proyectos expansionistas de la élite plutocrática belicista/financiera/globalista. Sin embargo, en el contexto de un mundo fragmentado, el fracaso de Estados Unidos en Afganistán significa también el fin de las alianzas tejidas a lo largo de varias décadas y que le daban forma al orden mundial post-soviético.

Pese a este fracaso, la estrategia de “guerra permanente” no cesará por ser consustancial a la economía de guerra promovida por el complejo militar/industrial. Vendrá, muy seguramente, un reposicionamiento internacional de los Estados Unidos, en el contexto de una hegemonía desafiada por el poder económico/financiero de China y el poderío nuclear de Rusia.

La salida acelerada de Afganistán no responde a fallos táctico/militares, sino que se inscribe en la crisis de legitimidad del gobierno de los Estados Unidos y sus estrategias de “guerras preventivas” que, a su vez, pretendió crear –con el argumento armamentista– “Estados modernos, capitalistas, democráticos y secularizados” regidos por una ideología conservadora. El excepcionalísimo americano que apela al uso de la fuerza como rasgo necesario para implantar sus valores, está en franca decadencia y parece que de ello no se enteran sus élites políticas, empresariales y militares, regidas por las tentaciones depredadoras de los territorios.

Afganistán es China, es Rusia, es India, y es la emergencia de un nuevo eje articulador del sistema mundial, que marca la pauta de un multilateralismo de nuevo cuño que dista de la pax americana de la segunda post-guerra. El gran tropiezo de los Estados Unidos en Vietnam, primero, y posteriormente en Afganistán se relaciona con la incapacidad de sus élites para comprender y procesar las pautas culturales de esas poblaciones militarmente invadidas y que generan un efecto bumerán sobre las pretensiones de las plutocracias americanas.

Sólo un multilateralismo renovado atemperará los rasgos peligrosos que asume una potencia decadente. Sin nuevos pactos internacionales se corre el riesgo de que episodios como los de Afganistán (2001) e Irak (2003) se repitan en las siguientes décadas sin límites y contrapesos.

Isaac Enríquez Pérez
Twitter: @isaacepunam
Investigador de El Colegio Mexiquense


Imagen: Gordon Johnson / pixabay.com

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