Dos más dos igual a cinco

Dos más dos igual a cinco

octubre 21, 2018 Desactivado Por La Opinión de

Luzma G.

Existe una relación muy íntima entre política y literatura. Algunas veces, parece que una es el relato de la otra o, dicho de otra manera, que una es la trama y la otra, la narrativa. Esto es particularmente cierto con la novela; los personajes son creados para vivir en un mundo con reglas y al transitar en él, las describen, las sufren o las aprovechan. Hay muchos autores que con intención o sin ella han escrito tratados políticos que parecen novelas o novelas en las que condensan sistemas políticos. Este caso es específico de las utopías y su contraparte posmoderna, las distopías.

La realidad es muy compleja, llena de detalles, llena de nombres, llena de coincidencias, pero cuando es narrada, se simplifica a sus puras normas, a su esqueleto. Por su parte, las ficciones emulan realidades hasta la capacidad que tiene el autor de imaginarlas, sin que pueda llenarlas de detalles ni de nombres ni de coincidencias. Sólo puede dejar sus esqueletos, sus normas.

Cuando se quiere proponer normas, muchas veces se trata de utopías, que responden a la pregunta ¿cómo tendría que ser el mejor de los mundos posibles? El formato casi siempre termina pareciendo más académico y la novela sólo un pretexto. De cierta manera el autor propone primero las normas y luego justifica su proyecto con unos personajes que simplemente transitan por ese sistema, sin enfrentarse a ninguna dificultad. Si la hubiera, el autor cambiaría las reglas antes de introducir a los personajes.

En cambio, los autores de las distopías dibujan un esqueleto absolutamente temible y luego sueltan a sus personajes. Los hacen transitar esas realidades y luego describen las consecuencias; buenas o malas, pero generalmente trágicas. Los lectores los acompañamos y sufrimos con ellos la injusticia de un Brave New World o del Big Brother, en el que las normas los vulneran de maneras imprevisibles, generalmente desde lo exterior, pero llegando hasta lo más íntimo: hasta su conciencia.

En este momento histórico, a nivel nacional e internacional, es interesante pensar en una gran distopía del siglo XX: 1984 de George Orwell, de entre las muchas cosas que cada día cobran más relevancia, la del lenguaje es quizá una muy sutil pero muy importante. Apenas en el primer capítulo, Orwell describe una parte del sistema de gobierno de la siguiente forma: “…El Ministerio de la Paz, encargado de los asuntos relativos a la guerra. El Ministerio del Amor, que se ocupaba de mantener la ley y el orden…”

Parece querer decir Orwell que el lenguaje, que es el corazón de la literatura, es maleable. Es flexible. Y al igual que la literatura puede pervertirse para servir al poder político y romper la relación de trama y narrativa para volverla de amo-esclavo, de señor-siervo. El argumento de Orwell llega hasta el final del camino y termina por destruir el corazón –el espíritu– de Winston, su personaje principal.

La literatura tiene la capacidad de ser el laboratorio de la política. Y también puede ser su instrumento. Aquí, quiere ser una reflexión de su potencial como laboratorio, en la literatura, en particular de la del siglo XX.

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