Asimov y El fin de la Eternidad

Asimov y El fin de la Eternidad

enero 20, 2019 Desactivado Por La Opinión de

Uno de los autores más célebres, prolíficos y controversiales de ciencia ficción es el norteamericano Isaac Asimov. La naturaleza de la ciencia ficción es futurista –aunque puede incluir algunos supuestos sobre el pasado o presente–. La propuesta que hacen las obras de este género es una visión específica en la que ciertos desarrollos científicos definen a las civilizaciones, sin embargo, las repercusiones de esos avances tecnológicos del futuro tienen consecuencias que marcan a las sociedades y a los gobiernos.

De entre las más de 500 obras de Asimov, hay una que muchos consideran que está desvinculada del resto de su obra, me refiero a El fin de la Eternidad; en la obra, el protagonista, Andrew Harlan, es un ejecutor de una organización llamada la Eternidad. A diferencia de cualquier institución que conocemos, la Eternidad opera transversalmente en el tiempo, gracias a que la ciencia permite existir fuera del tiempo, así como entrar y salir de él a voluntad. Los ejecutores como Harlan se dedican a intervenir en la historia: a través de contactos mínimos con la realidad modifican el tiempo posterior.

Supongamos que un gobernante ambicioso y egoísta desarrolla un sistema de esclavismo en el año 2,043; lo que sigue es una humanidad en crisis, en la que hay fuertes violaciones a los derechos humanos, que se perpetúa hasta el año 3,234; en ese caso, un ejecutor interviene la realidad en el 2,042 y sustituye un tornillo de entre millones en una fábrica de aviones, ese tornillo nuevo es defectuoso y, en un momento crítico, 6 meses después, ocasiona un accidente aéreo en el que dicho gobernante pierde la vida. Los nuevos cálculos indican que la humanidad se evitó más de mil años de retroceso y esclavitud.

La respuesta de Asimov es contundente: si la humanidad elimina la tragedia, también elimina su capacidad de soñar, de aprender y, en el muy largo plazo, su grandeza.

La idea de persona, de sociedad y de humanidad que propone el autor es muy interesante. Al nivel de las personas, en su propuesta, los seres humanos concretos que existen son sólo sujetos de experimentación de los miembros de la Eternidad. Ésta sí es una verdadera élite, porque si cambia el pasado, cambia el futuro y, evitando un evento, bien puede ser que una persona concreta no exista (siguiendo con el ejemplo, el gobernante iba a tener un hijo en 2,047, que en el “nuevo” futuro, no existe).

Esta reflexión lleva al menos a hacer la pregunta en primera persona: ¿cuáles son las posibilidades de que con todos los años en los que el hombre ha habitado este planeta, exista yo, tal y como soy? Spoiler alert, la probabilidad es prácticamente cero[1]. Adicionalmente, Asimov nos invita a prestar atención a todas las acciones que realizamos, pues nunca podemos saber las repercusiones que tienen en el futuro. Vivir así es cansado y éste ya será tema de otra ocasión, saber si es un peso que podemos, de hecho, cargar[2].

En el siguiente nivel, respecto a las sociedades, Asimov parece animarnos a estar abiertos a la experimentación; a buscar siempre los beneficios, hasta en las situaciones más complejas; los efectos colaterales de un evento, por más terrible que este sea, no tienen por qué ser también negativos. Así también, hace una crítica al totalitarismo, que al fijar una idea como central –por más buena que parezca ser– asume que todas las repercusiones van a ser positivas.

Y finalmente, como humanidad, abre la puerta a una reflexión profunda sobre la participación de cada uno de los que la componemos para lograr un verdadero progreso. La propuesta de desarrollo que hace es una que parece exigir el compromiso de cada uno y que no debe olvidar nunca a nadie[3].

Luzma González


[1] Y todavía menor, la probabilidad de coincidir (Alberto Escobar, 1984).

[2] Otro spoiler alert, la autora considera que no.

[3] En muchas otras obras del autor, esta exigencia se ve completamente desdibujada, motivo que también hace pensar que El fin de la Eternidad es una obra única entre las muchas de Asimov.

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