El suicidio del sueño americano

El suicidio del sueño americano

mayo 30, 2019 Desactivado Por La Opinión de

Hace un par de semanas, el Presidente norteamericano Donald Trump presentó un nuevo proyecto para gestionar la migración. El programa, según el mandatario, cumple con dos objetivos: por un lado, garantizar la seguridad en la frontera y detener la inmigración ilegal y, por el otro, atraer a los inmigrantes mejor cualificados. Sin restar importancia a la necesidad de establecer políticas que gestionen los procesos migratorios, resulta curioso pensar en cómo las dinámicas sociales modifican muchos mitos fundacionales y borran de un plumazo la historia; todo ello, sin mencionar la hipocresía y dobles discursos que muchas veces se esconden en las palabras y actuaciones tanto de las élites como de los ciudadanos.

Y digo esto por las contradicciones respecto a su pasado, en las que la sociedad norteamericana cae al hablar de muros y deportaciones sistemáticas, porque si hay algo que define la historia de los Estados Unidos es la migración. Desde su nacimiento como nación se definió racialmente como un melting pot (crisol de culturas), se erigió como una tierra de oportunidades económicas y se convirtió en un lugar de refugio para todo tipo de disidentes. Así nació la idea del sueño americano, la cual ha servido durante mucho tiempo como guía para la cultura y sociedad estadounidenses. Ideales como la democracia, los derechos civiles, la libertad, la igualdad o la oportunidad eran incompatibles con muros que cerrasen fronteras.

Parece evidente que sería muy pueril considerar que el sueño americano ha sido siempre inmaculado. La lucha por la libertad ha ido acompañada, durante décadas y décadas, por altas dosis de sacrificio y dolor. Muchas vidas se han visto truncadas en el camino, la sombra del desarraigo se ha cernido sobre los que se han aventurado a buscar su oportunidad y el sueño muchas veces se ha convertido en pesadilla al llegar al destino. En muchas ocasiones lo que los emigrantes encontraban en su nuevo destino era la clandestinidad, la explotación, la estigmatización o la discriminación. Independientemente de la ola migratoria y del país de origen, por lo general la población inmigrante de Estados Unidos ha tenido que hacer frente a problemas de integración y sentimientos de rechazo.

Sin embargo, pese a todas sus imperfecciones y sombras, el sueño americano actuó como motor para los que buscaban una nueva vida, alentándoles a seguir adelante, y llenó de orgullo a los estadounidenses, quienes parecían convencidos de poseer la llave de la felicidad y la movilidad social para aquellos que lo necesitaran. Un pacto de esfuerzo, oportunidades y convivencia parecía regir las relaciones sociales, aun cuando en los patios traseros se guardaran las miserias que suelen acompañar a los fenómenos migratorios y la estratificación social.

Ahora este acuerdo se tambalea con fuerza y parece que se hace más cierta que nunca la frase de George Orwell “todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros”. Los sentimientos de rechazo o recelo, que quizás antes se expresaban en privado, ahora han saltado al debate público y en ocasiones vienen acompañados de una visceralidad impropia de un análisis racional de los pros y contras de la migración. La estigmatización ha saltado a la contienda política y amenaza a hacerlo a las instituciones. No obstante, ni el más agresivo de los discursos ni el más alto de los muros servirá para ocultar que Estados Unidos es una nación de inmigrantes y que gracias a ellos el país se ha mantenido demográficamente joven, se ha enriquecido culturalmente y ha mejorado su capacidad productiva.

Podemos reinventar la historia tantas veces como queramos, pero quizás en el nuevo relato nos toque ocultar de dónde venimos y tildar de delincuente o malhechor a aquel antepasado judío o polaco que emigró y sacrificó parte de su vida para que sus descendientes acabaran estigmatizando al extranjero y levantando muros, en lugar de emplear su tiempo en buscar verdaderas soluciones. El sueño americano está en sus horas más bajas y es la misma sociedad que lo creó y adoptó como dogma, la que parece estar empeñada en acabar con él.

Mélany Barragán

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