El poder en la sombra
julio 11, 2019 Desactivado Por La Opinión deHace ya más de una década, el periodista británico Robert Harris publicó una novela negra titulada El poder en la sombra. Ambientada en Martha’s Vineyard, isla en la que veraneó Kennedy y décadas después también Obama, los protagonistas son un ex primer ministro británico, su mujer y un “negro literario”, encargado de escribir la biografía del líder. El político en cuestión, carismático y manipulador, se exilia buscando la protección del Presidente norteamericano, porque el tribunal internacional le va a procesar por crímenes de la Guerra de Irak. El “negro” es el sustituto del primer escritor que recibió el encargo de escribir la biografía del primer ministro y murió en extrañas circunstancias. De fondo, una trama internacional en la que se ve envuelta la CIA y que empuja al narrador a descubrir el pasado oscuro del político.
Pese a tratarse de una novela, y por tanto de ficción, lo cierto es que su lectura nos invita a reflexionar sobre la trastienda del Poder. Sobre su lado oscuro o aquello que no nos cuentan. Y es que, junto con las instituciones y procesos legitimados directa o indirectamente por los mecanismos de representación, conviven otros que participan del orden mundial y que no siempre están sujetos a las normas democráticas. En ocasiones, como en la novela, en vulneraciones al Estado de Derecho y los principios democráticos; en otras, esta informalidad se plasma en tramas de corrupción o tráfico de influencias. Por último, existe un grupo que se encuentra en un área muy difusa: se trata de aquellos poderes fácticos que, sin actuar en la ilegalidad, en ocasiones interfieren directamente, y sin que aparentemente nos demos cuenta, en ámbitos que deberían estar reservados a los poderes públicos.
Toda esta amalgama de actores y escenarios, tan heterogénea que resulta difícil de simplificar, resulta de especial interés para los científicos sociales. Y es que, mientras que existe un claro consenso sobre el peligro de aquellos que atentan contra los derechos fundamentales o llevan a cabo prácticas corruptas, la cuestión se complica cuando pensamos en grandes empresas, bancos o grandes organizaciones. Dado que se trata de actores vitales para la economía y la vida política, es lógico que los gobiernos les escuchen y los funcionarios los conozcan a fondo. Sin embargo, existe una delgada línea divisoria entre escucharles y adoptar decisiones de obligado cumplimiento para la ciudadanía, con base a las presiones de grupos fácticos.
Este peligro es el resultado del grave déficit de las democracias contemporáneas y que consiste en la asimetría en el nivel de conocimiento que se requiere para adoptar decisiones políticas y el que tienen la mayoría de los ciudadanos sobre la esfera pública. Pero también evidencia la mediocridad de muchos de nuestros líderes y partidos y, por último, la habilidad de estos grupos y organizaciones para aprovechar los vacíos del sistema político y la insuficiencia de los representantes.
Esta situación no es nueva en la historia. Desde la antigüedad han existido personas y grupos en la sombra que han aconsejado o presionado a monarcas y gobernantes. No obstante, el advenimiento de la democracia supuso, al menos en teoría, un punto de inflexión al introducir la oportunidad de que los ciudadanos influyeran o tuvieran capacidad de control sobre las decisiones de los gobernantes; sin embargo, el poder en la sombra ha logrado sobrevivir, e incluso fortalecerse, a lo largo del tiempo. Quizás toque pensar si su permanencia responde a la propia naturaleza del Poder. Al hecho de que, para el correcto funcionamiento del juego político, deban existir actores ajenos a las instituciones políticas que tengan control sobre otras esferas, como por ejemplo la económica o la cultural. O, quizás, solo se trate de excusas para no reconocer la insuficiencia de líderes e instituciones a la hora de hacer frente a las presiones de los grandes grupos.