Quinientos setenta y cinco
octubre 4, 2019El circo: en campaña, nuestro hoy Presidente criticó sin piedad, y sin saciarse, la política de seguridad pública de Felipe Calderón y de Enrique Peña. Como ya he comentado en este espacio, moviendo ligeramente su discurso de sus campañas previas, del “no hacen bien su trabajo, yo sí sé cómo”, pasando por el famosísimo “abrazos, no balazos”, a la última declaración, ya como titular del Ejecutivo en funciones: “no vamos a declarar una guerra”.
La maroma: a nueve meses de su gestión, con la Guardia Nacional ya formada y en franca transición de terminar de absorber a la Policía Federal, el Presidente ha recurrido a hacerse el loco, a la comedia baratísima y a palabrería que no recuerdo haber visto más que en el cine de la época de oro: pedir que las “mamacitas” de los delincuentes les llamen al camino del bien o invocar el mantra: “fuchi, guácala”, de alguna forma e inexplicablemente no están funcionando.
La política: 575 es el número de militares asesinados, que el gobierno lopista reconoce que han muerto desde que López Obrador es Presidente. 573 familias mexicanas que están de luto, considerando que había hermanos entre los fallecidos, la mayoría de ellos familias de escasos recursos económicos que perdieron a su único proveedor, padres que no volverán a ver a sus hijos, hijos que crecerán sin padres en ambientes nada adecuados, porque así es la delincuencia, usa como cofre de municiones a donde crecen los más pobres.
575 es la cifra reconocida, contabilizada hasta la emboscada de la comunidad El Balsamar, en Guerrero, aunque la cifra negra habla de muchos, muchos más; sin abundar demasiado, el mismo día de ésta ya tristemente célebre, y mas tristemente aún, común emboscada, miembros del Cártel del Noreste, emboscaron también a un grupo de Guardias Nacionales en la periferia de Ciudad Victoria y esa nota aún no llega a los titulares nacionales, ¿cuántos casos más así?
Y no, no es un tema menor, la ausencia de estrategia del Presidente, sumada a la ausencia de especialistas en Seguridad Pública y en Política Criminal, aunado a su necedad de “no parecer autoritario”, por cumplir sus obligaciones, ya nos ha costado demasiado; aunque hoy mismo revirtiera su polémica orden, ¿traería eso de regreso a los militares que ya nos ha costado su muy peculiar forma de entender las cosas? Si creímos que con Calderón alcanzamos el epítome del derramamiento de sangre, déjenme decirles que lo peor está por venir.
Miguel Alejandro Arochi Jaimes