Hablemos de nuestra aporofobia
enero 28, 2020Con la creciente ola migratoria que se produce en la frontera sur de México, es cada vez más frecuente escuchar o leer en las redes sociales que “todo mexicano tiene un Donald Trump por dentro”. Tristemente, la realidad está demostrando que la premisa es cierta: en general, los mexicanos estamos “pagando” una especie de muro que nosotros mismos estamos construyendo con el aval del Presidente López Obrador, cuya política exterior será sucumbir a los caprichos del vecino del Norte y evitar cualquier tipo de confrontación con su homólogo estadounidense, sin importar el número de personas, cuya integridad y dignidad sean violentadas.
Aunado a lo anterior, en meses recientes se ha hecho más evidente una situación que trasciende la xenofobia, como la entendemos hasta ahora: se trata de la aporofobia, concepto acuñado en España por Adela Cortina, filósofa y catedrática de la Universidad de Valencia. La aporofobia es un rechazo a las personas pobres o económicamente desfavorecidas. Es decir, lo que está ocurriendo en México, y en muchas otras partes del mundo, no es precisamente el miedo a los extranjeros per se, sino a aquellas personas en particular que poco o nada tienen que ofrecer monetariamente a los países receptores, sino por el contrario: se trata de gente que, en su mayoría, solicita y pide ayuda para obtener oportunidades que le brinden una vida más digna.
En este sentido, resulta curioso observar los altos niveles de aceptación que tienen personas provenientes de Norteamérica o de Europa, que llegan a instalarse en zonas acomodadas, trendy, de la Ciudad de México, como la Condesa, Roma o Polanco, porque, aparentemente, aspiramos a ser y comportarnos como ellos en una constante aspiración a una falsa perfección. En contraste, existe un amplio rechazo hacia quienes provienen de Centro y Sudamérica, El Caribe, África e incluso la India. Si a este paradigma de aporofobia se le suman elementos como el racismo, clasismo, misoginia o cualquier otro factor discriminatorio, entonces tenemos ya un problema de dimensiones colosales que podría salirse de control.
Mientras tanto, el tema de la migración centroamericana requiere toda nuestra atención y se trata de un tema en la agenda nacional sumamente complejo, que requerirá de nuevos mecanismos de control para lograr, en la medida de lo posible, un flujo relativamente ordenado y con respeto absoluto a los Derechos Humanos. No obstante, habrá que encender las alarmas acerca de nuestro rechazo a los pobres, tanto internos como externos. Hay que ser muy claros: desde siempre, la pobreza nos ha incomodado (tan sólo basta ver los rostros desencajados de a quienes les piden “una monedita para un taco”) y es más fácil decir “no” o voltear la cara hacia una realidad que no nos gusta, porque ni queremos padecerla y nos aterra la idea de que podamos caer en ella.
Bernardo Ramírez López
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