Progresismo espurio: odio, fanatismo y deseo de conflicto

Progresismo espurio: odio, fanatismo y deseo de conflicto

enero 31, 2020 Desactivado Por La Opinión de

Parece mentira que hoy vemos con lejanía que los crímenes de odio, que fueron la constante del siglo XX, ya son parte del pasado histórico que esperamos no repetir, desde la ejecución en masa de judíos, disidentes políticos, homosexuales, personas de raza negra; los miramos como algo ajeno a nuestro progresista siglo XXI en el que los críticos de la generación millennial aseguran se tiene la piel sensible o se ofenden de todo.

La naturaleza humana, en el sentido de Thomas Hobbes, del estado de miedo inherente o del Homo homini lupus (“el hombre es un lobo para el hombre”), cada vez parece cobrar más valor. Muy en el fondo yace el insaciable deseo del conflicto, de la destrucción mutua, de aniquilarnos, de corrompernos, etc.

¿Cuántos políticos no han utilizado un discurso de odio en sus campañas sin importar partido o ideología en tiempo reciente? Hoy vemos lejanos a Hitler o a Stalin, porque simple y sencillamente tienen ideas mejores, pero que aun así tienen una turba de seguidores incondicionales en las redes sociales que defienden hasta lo más absurdo e irracional de sus decisiones.

Lamentablemente se ha abandonado toda noción de sentido común, en los Estados Unidos tienen un presidente que construyó su carrera política dividiendo a la sociedad o haciendo esa polarización aún más evidente; ni hablar del caso mexicano, pues hoy tenemos una legión de fanáticos, llenos de odio, rencor e ignorancia, abandonando todo sentido común en aras de defender a un gobierno sin idea clara del rumbo de México, que todo justifica con “honestidad falaz”, por encima de la capacidad.

Es cierto, somos una sociedad más progresista, tolerante y abierta, pero que muy dentro de ésta se encuentra una insaciable necesidad de conflicto.

Hoy tampoco tenemos los cuerpos de seguridad o policías secretas de los regímenes totalitarios del pasado, pero sí hay bots, trolls, dispuestos a ningunear, tundir, hostigar, acosar a quiénes piensen distinto a ellos, sin importar quien esté gobernando.

Hay que recordar que pensar diferente no es un delito, pero que la brecha entre el progresismo social-político y la intolerancia, o el permitirse faltar al respeto, es muy corta, ya que entre los mismos mexicanos utilizamos una serie de adjetivos fuertes para denostar a quien se expresa libremente, generando esa polarización constante que al menos existe desde 1821.

Gildardo Ledesma

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