ABC de la gestión de crisis

ABC de la gestión de crisis

marzo 26, 2020 Desactivado Por La Opinión de

En la segunda semana de confinamiento, España no sólo se enfrenta a la pandemia del coronavirus y a sus brutales efectos sobre la población. También se enfrenta a la ineptitud de un gobierno que desde el primer momento se mostró incapaz de gestionar la crisis. Y es que, aunque es fácil criticar la gestión de los otros cuando uno no debe hacerse cargo de la crisis, y sin negar la complejidad de esta crisis sanitaria, existen unos mínimos que cualquier cargo público debe cumplir.

Porque no olvidemos que la representación tiene un fuerte componente simbólico y emocional. Los ciudadanos no únicamente eligen a personas que trasladen sus demandas a las instituciones y desarrollen políticas públicas, sino que consciente o inconscientemente eligen a líderes en los que proyectan esperanza y cierto convencimiento de que están mucho mejor preparados que el ciudadano medio para defender los intereses de la sociedad.

Desde hace algunos años, introduzco el tema de la gestión de crisis en mis seminarios y cursos sobre liderazgo. En su momento consideré que si bien era importante enseñar a comunicar y liderar en tiempos de campaña o bonanza, aún lo es más en momentos complejos. Porque, no nos olvidemos, los políticos no tienen su principal razón en mítines o campañas; su deber fundamental es ejercer la representación y dirigir o controlar al gobierno. Y a eso le añadiría, en letras mayúsculas, de manera responsable.

Esta responsabilidad debe traducirse en la toma de decisiones proporcionadas a la magnitud de las problemáticas existentes y en la asunción de una serie de principios básicos. El primero de ellos, aunque pueda parecer obvio, debe ser el sentido común. Ese, que muchas veces, parece ser el menos común de los sentidos. Ante una crisis, los líderes deben ser capaces de pensar con frialdad y serenidad, sin dejarse llevar por impulsos irracionales o conductas meramente reactivas.

En segundo lugar, la gestión de la crisis requiere flexibilidad. Esto es, capacidad de adaptación y capacidad de respuesta frente a una realidad cambiante a cada minuto. No obstante, flexibilidad no debe confundirse con incoherencia o falta de previsión. Por tanto, es importante ser lógicos, honestos y centrar todos los esfuerzos en una dirección. Junto a esto, es fundamental la organización. Las tareas deben repartirse, debe evitarse que haya duplicidades o mensajes contradictorios.

Por último, es fundamental que nuestros líderes estén formados y cuenten con un mínimo de conocimientos sobre las áreas de las que deben hacerse cargo. No existen ministerios de primera y de segunda, ni carteras que puedan otorgarse a la ligera por favores o intereses políticos. Por muy obvio que parezca, debería resultar inconcebible que, por ejemplo, el Ministerio de Sanidad lo detentara alguien totalmente ajeno a la realidad médica. Y es que, aunque es cierto que no existe una formación específica para ser político, sí que debería ser imprescindible contar con un mínimo de formación que permita el correcto desempeño de la actividad. La toma de decisiones requiere, inevitablemente, de información y conocimiento para saber interpretar la misma.

Existen suficientes personas en el mundo con vocación de servicio público como para empezar a ser más selectivos en las personas que nos representan. Si dentro del funcionariado de carrera, la investigación o la empresa privada se ha fomentado cada vez más la meritocracia, también en la política debería seguirse la misma senda. A este argumento se me podría contestar que eso vulneraría el primer principio de la democracia: la igualdad en el acceso a los cargos públicos. Y, ciertamente, sería una crítica fundamentada y con criterio.

Por ello, reformularé mi tesis. Si bien es cierto que la democracia requiere que cualquier ciudadano, independientemente de su nivel de formación o clase social, pueda acceder al poder, la responsabilidad democrática exige que esos líderes se rodeen de personas con suficiente formación y experiencia como para aconsejar a nuestros políticos en los diferentes ámbitos de actuación. Y, junto a esto, añado algo más: la necesidad de que los líderes escuchen a los expertos y sepan discernir los asuntos y responsabilidades de Estado de los ámbitos en los que cuentan con más margen de maniobra para hacer reivindicar un ideario o confrontar a los adversarios políticos. No abogo por un gobierno tecnócrata, pero aún menos por uno sin sentido común.

Mélany Barragán

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