La vulgarización de la política
septiembre 24, 2020 Desactivado Por La Opinión deEl pasado domingo, el presidente López Obrador animó a la oposición “conservadora” a que se manifestara contra él. Y tras sus palabras no se intuía un apoyo a la colección colectiva per se, sino más bien cierta ironía al manifestar que se sentiría frustrado si esa gente no saliera a la calle. Estas declaraciones, que podrían considerarse un hecho anecdótico, me sirven como excusa para abordar una cuestión que cada vez se está volviendo más importante en la esfera pública: la vulgarización de la política.
La evolución del discurso y de la acción política hace ya mucho que dejó de centrarse en el abordaje de las problemáticas que afectan a las sociedades y en la búsqueda de medidas que mejoren la convivencia social y la calidad de vida de los ciudadanos. El discurso político se ha simplificado y vulgarizado, reduciéndose prácticamente a un instrumento de propaganda y confrontación con el que piensa diferente. Cosa que no sería negativa del todo si fuera acompañada de rigurosidad, afán constructivo, respeto y honestidad. Pero nuestros políticos parecen haberse olvidado de esa parte y han soterrado de sus intervenciones muchos de los elementos que dignifican la política, tales como la coherencia, la honradez y el respeto al representado y la comunidad.
Los políticos ya no se preguntan el porqué de las cosas ni ponen en cuestión sus propias decisiones (¿Por qué las personas se manifiestan en el Zócalo?, ¿hay aspectos de mi gestión que deba repensar?), sino que sostienen su ideario de manera intransigente aun a costa de poner en riesgo el bienestar colectivo. La política de hoy es la política de los extremos, en la que se adoptan un grupo de ideas que se convierten en bandera y que sirven para diferenciarse del otro, tachándole de enemigo sino comulga con los mismos principios. A partir de ahí se recurre a la ampulosidad y exageración: cualquier pequeña disidencia puede ser utilizada como una amenaza para la comunidad en conjunto. Esto permite convertir al político en una especie de Mesías o salvador de la ciudadanía poseedor de la verdad, creando la falsa ilusión de que sus ideas son las que representan el sentir de la mayoría de la población.
Un salvador que, no obstante, no apela a la virtud sino a los más bajos instintos del ser humano. Con discursos populistas, adaptan sus argumentos al nivel de inteligencia más primitivo de la masa. La política se banaliza y, dejando de lado la discusión constructiva de los temas sustanciales que afectan a la comunidad, se centra en aspectos triviales e irrisorios que, además, contribuyen a acrecentar la división social. Divide y vencerás, dicen algunos. El desprecio hacia el que piensa diferentes se ha instalado en la política, y por extensión también en nuestras sociedades, y bajo el lema de la libertad de expresión se cometen verdaderos atropellos a la reflexión, el pensamiento crítico y el afán constructivo.
Siempre ha existido oposición política, aun cuando lamentablemente le ha tocado vivir en la clandestinidad, y personas contrarias a nuestras ideas. Esa es una de las principales riquezas de la democracia y de la vida en sociedad en general. El que piensa diferente no necesariamente entorpece nuestra labor, sino que propone alternativas, aporta críticas constructivas, sirve como contrapeso y sirve como garante de legalidad frente a posibles abusos del que está en el poder.
Nuestras sociedades y políticos necesitan recordar muchas de las cosas que parecen haber olvidado. Lo público no es un campo de batalla donde todo vale y en el que lo más importante es defender el proyecto de un individuo o partido político. Los electores no pueden ponerse la camiseta de hooligans y defender a ciegas a un líder que apele a sus instintos más básicos. Como ciudadanos debemos ser críticos y no caer en el maniqueísmo de buenos y malos, del conmigo o contra mí. Y nuestros políticos deben recordar que algunas de sus funciones más importantes son la de representar a la ciudadanía y adoptar decisiones que reviertan positivamente en el bienestar de la comunidad. Dignifiquemos el discurso y la acción política porque la vida en comunidad no se ciñe a un usted o a un yo, sino a un nosotros.
Mélany Barragán
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