Democracias adultas, ciudadanos adolescentes
enero 7, 2021 Desactivado Por La Opinión deVivimos en la época del descrédito de la política, de la apatía hacia nuestros gobernantes y del auge del populismo. Cada vez que leemos los periódicos, encendemos el televisor o consultamos Twitter, el panorama se vuelve más desolador. Crispación, discursos vacíos o, en el mejor de los casos, mera ineficacia. Parece que nuestros representantes, en lugar de contribuir a la solución de los problemas públicos, no hacen más que crearlos.
Tenemos democracia, sí, pero parece que no acaba de convencernos cómo funciona ni la manera en la que actúan los que están capitaneando el barco. Y cuando logran seducirnos, el resultado a menudo es desastroso. Se produce el auge de líderes que, casi con vocación mesiánica, se presentan como salvadores de la catástrofe y al final únicamente contribuyen a tambalear aún más los cimientos de la democracia.
Es un fenómeno global del que casi ningún país parece librarse. Ya no se trata de un hecho que podamos achacar a democracias débiles o poco institucionalizadas. El populismo, la polarización extrema, la corrupción o la incapacidad de nuestros dirigentes para procesar los conflictos son una realidad en democracias consolidadas como las europeas o la norteamericana.
Ante esta situación, por lo general volcamos nuestro discurso de hartazgo y apatía en contra de nuestros representantes. Sin embargo, con frecuencia parece que se nos olvida que, si están ahí, es porque se han presentado a un cargo público y han recibido el apoyo de una mayoría. Estaría bien reflexionar sobre si nuestros líderes no son más que el resultado de nuestra actitud. Quizás durante mucho tiempo nos hemos sentido bastante cómodos en el papel de ciudadanos pasivos, dejando que la democracia se construyera y consolidara desde arriba, y satisfaciendo nuestras ansias democráticas únicamente acudiendo a las urnas. Ya estaban los políticos para ocuparse del resto.
Tal vez el escenario actual es la consecuencia de sociedades que se han esforzado en construir un entramado institucional adulto, pero que han dejado a sus ciudadanos con alma de adolescente. Nos hemos dotado de normas que regulan la convivencia, de un cuerpo de derechos y libertades, de estructuras y procedimientos administrativos, de instituciones que imparten justicia y de un largo etcétera de elementos que permiten hablar de una democracia formal. Además, hemos tratado de modernizar y hacer más cercanas las instituciones mediante el uso de nuevas tecnologías, mayor transparencia o más mecanismos de participación. Sin embargo, bajo todo ese armazón formal, hemos relegado a los ciudadanos a un segundo plano. Actores secundarios en una obra protagonizada por los representantes y no por los representados.
Al ocupar un papel pasivo, nos hemos convertido en meros espectadores del espectáculo en el que se ha convertido la política. Y, en ese rol de audiencia, nos hemos acostumbrado a seguir el devenir de los asuntos públicos como quien ve un concurso o un partido de fútbol. Es algo así como una política de hoolingans. Hemos perdido la conciencia crítica y la noción de responsabilidad que sí existió en el pasado. Nos ponemos la camiseta de nuestro líder o partido y defendemos discursos o actuaciones que nos escandalizarían si los adoptaran otros, simplemente porque lo dice o hace uno de los nuestros. No somos críticos –pero de los de verdad, no sólo con el que consideramos rival– porque, sencillamente, nadie nos pide que lo seamos.
Además, en esa política de pantalla, preferimos que nos edulcoren la realidad, que nos mientan, aunque a la larga eso sólo empeore la situación y, ante todo, que no nos rompan las burbujas de filias y fobias que sostienen nuestras creencias. Cualquier cosa menos que nos enfrenten con la verdadera realidad, esa en la que todos tenemos responsabilidades individuales y en la que los nuestros también se equivocan y hasta nos desilusionan. Si finalmente logramos reconocer la desilusión, simplemente nos volvemos apáticos y decimos aquello de que “todos son iguales”.
Claro que en todo hay excepciones. Dentro de las sociedades con alma adolescente hay pequeñas islas de vida adulta. Por lo general, son aquellas que han debido de hacer frente a algún tipo de barbarie, como puede ser el terrorismo. Allí, aunque también encontremos radicales o apáticos, por lo general suele haber un tejido social mucho más crítico, responsable y empático, consciente de que la solución a sus problemas no pasa únicamente por las élites: requiere de su compromiso activo como ciudadanos.
Ahí está la clave: en la educación, en el civismo y, en definitiva, en generar espíritus libres con conciencia crítica. En discutir ideas y no siglas políticas. En centrar el discurso en la búsqueda de soluciones y no en quien las pronuncia. En desconfiar de los discursos vacíos y en los que vienen a cambiar todo de golpe, como verdaderos salvadores. En huir de la descalificación personal y acercarse a la empatía. Puede que el otro tenga motivos para pensar diferente a mí y no necesariamente tenga que estar equivocado. Sin esta base, todas las reformas institucionales y administrativas que llevemos a cabo serán infructíferas. Porque, aun siendo la mejor de las medidas, su funcionamiento estará viciado desde el comienzo.
Debemos asumir que son los políticos los que están a nuestro servicio y no nosotros al suyo. Es absurdo y peligroso invertir esa lógica, porque sería entregarnos a la tiranía. Hemos de entender que ni el mejor de los Estados será eficiente si los ciudadanos no son responsables. Que no hay mejor mecanismo de control que mantenerse informado, acudiendo siempre que sea posible directamente a la fuente y no dejando que otros nos cuenten e interpreten la realidad.
Son tiempos complicados en los que muchos tienen suficiente con sobrevivir y no tienen tiempo para la política, pero no olvidemos que, si descuidamos lo público, estamos vendidos en el resto de esferas. Así que, para este 2021, no perdamos la ilusión adolescente, pero empecemos a ser un poco más adultos.
Mélany Barragán
Twitter: @MelanyBarragan7
Imagen: Venita Oberholster / pixabay.com