Las relaciones entre crisis institucional y la praxis política
junio 20, 2021El extravío de la praxis política es una manifestación del colapso civilizatorio contemporáneo (https://bit.ly/2Z10lIx) y, a lo largo de las últimas tres décadas y con la entronización del fundamentalismo de mercado y el descrédito del Estado, abona a sembrar la desconfianza en el ciudadano de a pie, al tiempo que atiza el fuego de la misma despolitización de la sociedad. El extravío es ideológico (https://bit.ly/3j1mDEe), pero lo es también de ausencia de ideas y de alternativas que esbocen proyectos de sociedad capaces de alejar de la resignación que invade a las élites políticas e intelectuales.
Profundizando en ello, cabe argumentar que la hecatombe de la política como praxis transformadora de la vida social se acelera con la ausencia de causas, liderazgos, credibilidad y legitimidad. Los partidos políticos dejaron de ser los mecanismos de intermediación, por antonomasia, entre el Estado y la sociedad (https://bit.ly/38PY73s), de ahí que no sean más que un cascarón sin sustancia cuya función es instrumental y orientada a procurar la consecución del poder por el poder. Resultado de ello es la orfandad ciudadana y el desamparo de los votantes ante el caudal de crisis que se entrecruzan.
Es un fenómeno mundial, que no distingue niveles de bienestar entre los países y que escapa a la falsa disyuntiva de “derechas” e “izquierdas”. El extravío es generalizado; lo mismo que el malestar en la política y con la política (https://bit.ly/300wJKv). La crisis de representatividad que se cierne induce el autismo de las élites políticas y las conduce por un callejón sin salida que se torna obscuro con la indiferencia ciudadana ante los asuntos públicos. No sólo existe un déficit de participación en los procesos de democratización, sino que el discurso mismo de la democracia liberal en su faceta representativa se desvaneció con el distanciamiento de las élites respecto a las urgencias y problemas públicos.
La crisis de las ideologías se traduce en la ausencia de partidos políticos dotados de discursos ideológicos que ayuden a contrastar propuestas. Esta erosión de las narrativas abre paso a discursos fundamentalistas y sectarios que aprovechan el descontento masivo y capitalizan el pasto que arde al exacerbar –a través de las pantallas y de las redes sociodigitales– las emociones pulsivas de los votantes.
En este sentido, las principales narrativas que germinan y se instauran en el espacio público es la del miedo y la propia de la denostación de “el otro”. Ambas le dan forma a la sociedad de los extremos (https://bit.ly/2XPeNlm) y a una polarización que no de proyectos, sino de intereses creados en torno al control del patrón de acumulación y las estructuras de poder.
Todo lo anterior se explica en última instancia por la erosión y el extravío del ejercicio de la ciudadanía y de los derechos y obligaciones que le son consustanciales. Esta desciudadanización se vincula abiertamente con la crisis institucional que acompaña al agotamiento del modelo de crecimiento económico ilimitado y de la ilusión del progreso. Esta crisis institucional guarda relación estrecha con el desmonte del Estado de bienestar en el norte del mundo y del Estado desarrollista en el sur. Vaciado el Estado de sus atribuciones y funciones económicas y sociales, la misma crisis de legitimidad ante sus múltiples ausencias socava los entramados institucionales y los postra a la hora de atender los distintos lacerantes sociales. La pandemia del COVID-19 llevó a su más acabada expresión estos procesos tras empalmarse con una crisis sistémica y ecosocietal que precipitó el retorno al Leviatán en la modalidad de un Estado sanitizante regido por la ideología del higienismo y afilado con dispositivos bio/tecno/totalitarios orientados al control sobre la mente, la conciencia, los cuerpos y la intimidad (https://bit.ly/3l9rJfX).
Esta crisis institucional se manifiesta, entre otras cosas, en la supeditación de lo público respecto a lo privado, en el uso patrimonialista del espacio público, en la proliferación de desbocados poderes fácticos, y –de manera más amplia– en la reconfiguración del Estado-nación. Aunado también al fin del pacto social entre el Estado, el capital y la fuerza de trabajo que fue hegemónico en la segunda postguerra. Entonces, si lo público entró en declive es porque la política fue vaciada de sentido y sustraída de toda posibilidad de transformación social.
Si el mercado es asumido dogmáticamente como el principal mecanismo para la asignación de recursos y la distribución de la riqueza, entonces el Estado es sólo un apéndice más de un patrón de acumulación en esencia excluyente, depredador y desigual. Entonces, el individualismo hedonista se impone al sentido de comunidad (https://bit.ly/3twFjO7) y la praxis política es reducida a un expediente de gestión técnica de la vida pública y de sus problemáticas. Más todavía: la trivialización de la imagen, la lapidación de la palabra (https://bit.ly/3tWQPDK) y el negacionismo tornan a la política un fútil espectáculo donde las élites son una parodia de sí mismas (https://bit.ly/3fYm1fw). Como parte de la nueva mutación antropológica (https://bit.ly/3efRIlf), la praxis política es también un ramplón mercadeo (https://bit.ly/3eO22B2) donde se comercian simbolismos vacíos de contenido y en los cuales abundan las ilusiones, la mentira y la estafa (https://bit.ly/3pVkeN6).
Trascender lo anterior y revertir las manifestaciones de la crisis institucional atraviesa por reivindicar la noción de ciudadanía y dotarla del sentido de comunidad. Si la política es, entre otras cosas, el arte de la palabra, entonces se precisa de la construcción de nuevas significaciones que alienten los debates públicos y que le den forma a nuevas narrativas y discursos que coloquen en el centro de su espectro al pensamiento utópico (https://bit.ly/2AAktYI).
Isaac Enríquez Pérez
Twitter: @isaacepunam
Investigador de El Colegio Mexiquense
Imagen: Ajay kumar Singh / pixabay.com