Todo y nada por celebrar
septiembre 16, 2020Pocas frases me dan tanto coraje como el: “¿y qué vamos a celebrar?”. Ésta, junto a otras frases similares se hacen presentes en diversas conmemoraciones o celebraciones, ya sean individuales, familiares, cívicas o hasta religiosas; sin embargo, creo que suelen ser aún más frecuentes los días de la fiesta nacional, el 15 y 16 de septiembre.
Para empezar, debemos decir que ésta, más que nada, es una conmemoración, una conmemoración de aquello que sucedió hace ya más de 200 años, que hoy hace que seamos independientes del reino español. Sin embargo, si bien esto también se podría celebrar, creo es más adecuado hablar de una conmemoración, pues, aunque haya quien se empeñe en decir y alzar agravios en contra del pueblo español, hoy es imposible afirmar que México es únicamente la raíz indígena de antes de que los dos continentes se encontraran.
A pesar de lo anterior, creo es sumamente pertinente que, año con año, conmemoremos dicha fecha, y sí, que, en medida de lo justo, celebremos que parte de nuestros antepasados tuvieron las agallas de tomar las armas para hacer justicia de una sociedad totalmente desigual.
Aunado a lo anterior, creo que todo pueblo merece una fiesta, una celebración nacional, independientemente de la o las razones que hagan que se celebre en un día en específico. Una celebración que haga enaltecer nuestra cultura, nuestros colores, nuestra historia, nuestra idiosincrasia, etc., pues ello nos lleva a ser conscientes de lo mucho que representa o debe representar nuestra patria, pero, asimismo, de alguna manera agradecer lo que nuestra tierra nos ha dado. Ello no es nacionalismo xenófobo, es simple y sencillamente amor por lo propio, el sentirnos parte de algo más grande, es lograr la conexión con los nuestros, y formar con todo ello una identidad nacional.
Soy de los optimistas que cree que sí, que efectivamente hay mucho que celebrar, que desestima a aquellos que año con año con pesimismo se preguntan qué es lo que vamos a celebrar.
Puede ser que conmemoremos la lucha heroica de aquellos que buscaron la independencia; podemos celebrar la variedad de antojitos mexicanos; el arte de Rivera, Siqueiros u Orozco; la música de Agustín Lara, José Alfredo o del mismo Manzanero; las letras de Sor Juana, Rosario Castellanos o Ángeles Mastreta; las artesanías, desde un zarape hasta un hermoso árbol de la vida; incluso si queremos podemos celebrar, tener una ciudad tan cosmopolita como hoy día es la Ciudad de México, al mismo tiempo que en cortas distancias nos encontramos con maravillosos pueblos mágicos; podemos, si queremos, celebrar que el gran premio de México de F1 lleva años siendo catalogado como el mejor, o bien que México 70 y 86 se recuerdan todavía como los mejores mundiales de fútbol de la historia.
Es verdad, independientemente de lo que queramos conmemorar, celebrar o festejar, existen un chingo de razones vinculadas a México que valen la pena y se vale celebrar. Nada más faltaba que alguien nos debiera dar permiso de celebrar aquello que nosotros queremos festejar.
Dicho todo lo anterior, y bajo la premisa de que soy del grupo de los optimistas que año con año cree que hay un chingo de cosas por y para las cuales celebrar, hoy, más que entender, comprendo a los pesimistas, aquellos que este año se preguntan muy mexicanamente, ¿qué chingados vamos a celebrar?
Nuestra economía no solamente está estancada, sino que está decreciendo; tenemos record en número de víctimas por el crimen organizado; más de 70 mil muertos por una pandemia que nos dijeron que se alejaba con estampitas y tréboles; atentados contra la libertad de expresión y prensa; baja tolerancia al pluralismo; poca o nula inversión pública, de la cual la mitad corresponde a proyectos sin rumbo como la refinería de 2 bocas, el tren maya o el aeropuerto de Santa Lucía. Estamos también en pleno proceso hacia la militarización del país; al mismo tiempo que se liberan criminales; y se hace la rifa de un avión que no se rifará, para juntar recursos que no se recaudaron y que incluso necesitaron de más recursos para poder llevar a cabo la simple (i)logística del mismo sorteo.
Estamos frente al máximo ejemplo del surrealismo mexicano que Salvador Dalí odió, por el simple hecho de opacar su surrealismo artístico.
Es verdad que, aunque podamos y tengamos derecho de celebrar un chingo de cosas, hoy resulta más que sano y comprensible no querer celebrar ni madres, porque simple y sencillamente en los últimos dos años nos ha ido mal y el futuro no parece ser, en lo absoluto, más esperanzador.
Quizá celebren los Bejarano, los Taibo, los Gibrán, aquellos que poco saben de mandatos democráticos y piensan que les hemos escriturado un país.
Ojalá vengan tiempos mejores, donde el rencor no sea el principal huésped de una residencia que, por cierto, es poco austera: Palacio Nacional.
Isidro O’Shea
Twitter: @isidroshea
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