Nos debemos empatía
enero 7, 2021Casi se cumple un año de que el mundo entró en distanciamiento social generalizado, ocasionado por la pandemia de la Covid-19. Al comenzar los primeros atisbos de confinamiento, se percibía un estado de ánimo relativamente optimista, no sólo porque la idea de quedarse en casa resultaba hasta cierto punto atractiva –en especial para aquellos que deseaban pasar más tiempo de calidad con sus seres queridos–, sino porque existía la casi convicción de que esta nueva enfermedad sería pasajera: el aislamiento duraría uno, dos, quizá tres meses a lo más.
Durante las primeras semanas de cuarentena se respiraba incluso cierto aire de generosidad y buena voluntad con el vecino de al lado. Sin embargo, conforme se extendió la crisis sanitaria por todo el planeta las circunstancias cambiaron, el cansancio por el encierro hizo mella, la incertidumbre económica causó estragos inimaginables, la solidaridad se diluyó y entramos nuevamente en el círculo destructivo de la discordia.
Ya con el 2020 atrás y con los primeros destellos de 2021 hemos perdido el valor supremo que debió haber regido esta crisis humana desde el inicio y jamás perderlo de vista: la empatía, que en su acepción más pura significa “en padecimiento”, esa capacidad del ser humano para participar en los sentimientos de otra persona y compartir su estado anímico. Ningún otro ser vivo sobre la Tierra tiene la capacidad de sentir lo mismo que el otro sin realmente haber experimentado la situación que lo aqueja, y sin embargo nos hemos deshecho de esa extraordinaria virtud.
¡Y vaya que hemos visto la ausencia absoluta de empatía en últimos meses en México! A continuación, tres ejemplos muy concretos:
1.- La reactivación económica no significó prudencia y mesura de las personas –quienes bien pudieron haber contribuido a una paulatina recuperación de los pequeños negocios–, sino consumismo y desenfreno que, paradójicamente, llevó a los microempresarios a cerrar de nuevo sus principales fuentes de ingreso en aquellas entidades que tuvieron que entrar nuevamente en semáforo rojo.
2.- El hartazgo por el confinamiento produjo celebraciones masivas por toda la geografía nacional. Hoy, esas fiestas están cobrando factura con el aumento descontrolado en el número de contagios y de fallecimientos que parecieran normalizarse con una indiferencia sumamente cruel. Muchos no han llegado a entender que el problema del coronavirus no se trata únicamente de uno mismo, sino de las gravísimas consecuencias que podemos causarle al prójimo con nuestro comportamiento, sea nuestro padre, nuestra madre, nuestros hijos, nuestro amigo, nuestro colega, nuestros doctores, nuestros enfermeros.
3.- Las innumerables contradicciones comunicativas en las que han incurrido las autoridades mexicanas han ocasionado una verdadera debacle en los centros de salud públicos y privados del país. No pensar con suma cautela y responsabilidad los mensajes que deben emitir aquellos que dirigen el rumbo de nuestra nación ni predicar con el ejemplo provoca que, en estos momentos, el personal sanitario no goce de tregua alguna en esta contingencia, ni física, ni emocional, ni espiritual.
Con este escenario tan complejo, la pregunta que surge es: ¿será tarde para corregir el rumbo? ¡En absoluto! Todos hemos cometido errores, en mayor o menor medida, y deberemos reconocerlos. Tal vez si ahora pensamos cada día un poco más en la otra, en el otro, en sus necesidades, en las angustias compartidas, podremos llegar a estar a la altura de las circunstancias y considerarnos mexicanas y mexicanos más dignos de este país que tanto necesita de nosotros.
¿Y cómo ejercitar la empatía? No necesitamos gran artillería para cambiar el mundo, nuestra voz y nuestras buenas acciones son las armas más poderosas con las que contamos:
- Si eres privilegiado al poder quedarte en casa, hazlo.
- Si puedes apoyar a los negocios de tu comunidad, hazlo.
- Si está en tus manos posponer ese viaje soñado y realizarlo en un mejor momento, hazlo.
- Si debes sacrificar aquel cumpleaños o aquel encuentro con los amigos por el bienestar de tus seres queridos, hazlo.
- Si sientes las ganas de llamar a esa persona especial para decirle “te quiero”, hazlo.
- Si necesitas pedir ayuda profesional, cualquiera que esta sea, hazlo.
- Si requieres que alguien te escuche, aunque sea a la distancia, hazlo.
- Si tu cuerpo te pide desahogarte, darte permiso de fluir, reír, cantar, bailar, quizá gritar o llorar, está bien, hazlo.
- Si necesitas simplemente parar, respirar, sentirte y habitarte a ti, por ti y para ti, hazlo.
- Si requieres desconectarte de todo y, simplemente, abrir la ventana y contemplar la belleza de estar vivo, hazlo.
En incontables ocasiones se afirmó que la pandemia debía sacar lo mejor de nosotros, pero todavía estamos lejos de lograr ese objetivo, porque cada vez es más claro que el egoísmo obstinado es el camino equivocado. Sí, me debo, te debes, nos debemos empatía, mucha; una deuda que tenemos pendiente con nosotros mismos y con los demás: aún estamos a tiempo de saldarla, porque nunca será demasiado tarde para volver a empezar. Que 2021 sea nuestra mejor oportunidad para renacer…
Bernardo Ramírez López
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