Individualismo hedonista y vaciamiento de la universidad
octubre 24, 2021El triunfo mundial e incuestionable del fundamentalismo de mercado tiene como fundamento la instauración de un pensamiento hegemónico que apela al mito de la libertad individual, a la mercantilización de todas y cada una de las facetas de la vida social, a la racionalidad meritocrática, a la succión y lapidación de la praxis política, y al desvanecimiento del Estado. Condición sine qua non de este proceso fue el vaciamiento de la esencia de la universidad como bastión del pensamiento crítico, la diversidad, el disenso y la innovación en las formas de organizar a la sociedad. No se trata de un proceso exclusivo o propio de algún país, sino de una vorágine avasalladora que se extiende mundialmente cuando menos desde la década de los ochenta del siglo XX.
Las universidades no son una torre de marfil abstraídas de la dinámica social y de sus contradicciones y convulsiones. Contribuyen –directa o indirectamente– a la configuración de la sociedad, y a su vez son una expresión de la misma. Son un crisol que condensa diversas cosmovisiones, ideologías, posturas, estilos de vida, pautas de comportamiento, modos de construir conocimiento y de posicionarse ante la realidad y sus problemáticas. Ello en buena medida explica su riqueza y su proclividad a la diversidad. De tal manera que la universidad es una película en movimiento perpetuo que proyecta el carácter multifacético de una sociedad y sus avatares.
Ello explicaría el incesante asedio infringido –desde afuera y desde adentro, y pese a sus inercias conservadoras– hacia la universidad como semillero de la vanguardia, del ejercicio del pensamiento crítico, y de la germinación de utopías. Desde afuera la universidad es atacada por poderes fácticos, sean empresariales, clericales o gubernamentales, que despliegan el implacable látigo del mercado, la idolatración del lucro y de la austeridad fiscal, y que la asumen como una organización desfasada de los intereses privados y de su insaciable afán rentista. Desde adentro la universidad es atacada por las mismas estructuras de poder y el burocratismo larvados a su interior y que también reproducen lógicas y prácticas leoninas que la hacen involucionar y anquilosarse. El desprecio hacia el conocimiento y la diversidad se irradia desde ambos frentes, y amenaza a la universidad hasta conducirla a la inanición y la intrascendencia.
El alo seductor del fundamentalismo de mercado en el mundo universitario consistió en la instauración del falaz principio de la eficiencia económica y de la racionalidad tecnocrática. Instalada la universidad en el sendero de la meritocracia, académicos y estudiantes extraviaron, en general, la vocación por la vinculación con las comunidades donde residen. Se privilegió, entonces, la relación universidad/empresa privada y estudiante/entidad bancaria, y más que formar profesionistas apasionados por el arte de conocer y por solución de los grandes problemas mundiales, se orientó dicha relación a la “capacitación de recursos humanos para responder a las demandas de la sociedad” –entendiéndose por esto último los requirimientos de las empresas respecto a mano de obra cualificada.
La docilidad y el social-conformismo son dos de las actitudes instauradas de manera fervorosa con la irradiación del individualismo hedonista. Y la universidad no quedó al margen de ello tras eclipsar los discursos y narrativas que cuestionan el statu quo en cualquiera de sus formas. La misma universidad cayó presa del miedo al futuro y de la incapacidad para imaginar y proyectar escenarios alternativos de sociedad. A su vez, la universidad se desprendió de los grandes relatos, de las narrativas totalizadoras y del pensamiento clásico. Entonces, sustraída del estudio sistemático y holístico de las megatendencias fue puesta a la deriva al privilegiarse el inmediatismo, el sectarismo y la futilidad. Quizás el asalto a la razón, a la verdad y a la palabra alcanzó su más acabada expresión con la pandemia del COVID-19 y los insistentes visos de resignación que las universidades mostraron ante este hecho social total.
Convulsionada la universidad por el “austericidio”, no tuvo más remedio que las asociaciones público-privadas. Si sobrevivió al embate mercantilizador fue más por la erosión sistemática del pensamiento crítico y la erradicación del sentido de comunidad, para ingresar a una fase de reforma obligada y de readecuación de sus planes de estudios para responder a las condiciones y exigencias del mercado. Entonces se suplantó el conocer por el hacer; el proceso de enseñanza/aprendizaje creativo por la transmisión mecánica de conocimientos etnocéntricos que no responden a las especificidades de los problemas públicos; la reflexión y el análisis por la memorización de técnicas; y la capacidad para formular preguntas de investigación por una acendrada trivialización de la palabra. Los rezagos e insuficiencias en los niveles escolares previos implosionaron como petardos en el seno de los recintos universitarios; al tiempo que se impuso un falso pragmatismo que desprecia la construcción teórica y la reflexión filosófica. Lo que los estudiantes ensalsan como “lo práctico” no es más que una escaramuza para huir del rigor en la formación de conceptos y categorías a partir de una sólida dotación de supuestos y postulados epistemológicos. A la teoría se le desprecia subrepticiamete en las universidades, porque se asume como una entidad estratosférica, anquilosada, petrificada y dada de una vez y para siempre. Entonces, si no se cultiva y se construyen nuevos conocimientos, el desfase de esa teoría con el mundo fenoménico se torna abismal. De ahí el malestar en la teoría y con la teoría. Pero no porque la praxis de la construcción teórica no sea útil, sino porque no se le dota de nuevos bríos, y porque tampoco se trasciende su inadecuación histórica. A lo más y en no pocos casos, se apuesta a usar sin creatividad los mismos “marcos teóricos” y a ensayar un empirismo cuantitativista descontextualizado del sustrato epistemológico.
Se pierde entonces el potencial transformador del conocimiento y la construcción colectiva del mismo. Justo la crisis pandémica actual exacerbó este último ejercicio al hacer del distanciamiento social un imperativo que tiene como correlato la virtualización de la educación superior.
La universidad es despojada de su función humanista a medida que la mercantilización de la vida social y la cultura del descarte se imponen y reproducen en su seno las desigualdades extremas globales. Pero esta erosión o reconversión de las funciones sociales de la universidad no es casual, sino que se inscribe en el declive de lo público y en la privatización y socavamiento del Estado.
Para revertir estas tendencias desplegadas desde los años ochenta, la universidad necesita reivindicar con urgencia el pensamiento crítico no sólo como instrumento epistemológico para generar disensos al interior de las ciencias, sino también para que la universidad se cuestione a sí misma constantemente para comprender los alcances y limitaciones de sus estructuras, organizaciones y prácticas cotidianas. Sin esa capacidad de la universidad para (re)pensarse a sí misma corre el riesgo de anquilosarse y de caer víctima de sus propios círculos viciosos. Sin el ejercicio pleno y colectivo del pensamiento crítico, otros procesos más amplios como la reorganización interdisciplinaria de su investigación y del proceso de enseñanza/aprendizaje no lograrían potenciarse y reinventarse si no se parte de criterios metodológicos rigurosos y de la capacidad colectiva para tender puentes comunicacionales entre unos saberes y otros, entre unas disciplinas y otras.
Las sociedades contemporáneas precisan de las universidades, pero éstas, más allá de los furibundos ataques o de las hipócritas defensas de las élites políticas y empresariales, necesitan reformarse no para ser proclives al mercado y a la falaz libertad individual, sino a las lógicas mismas del conocimiento y a las necesidades de las sociedades que sufragan sus presupuestos. Se trata de reformas organizacionales, pero también académicas que subviertan sus estructuras de poder y una correlación de fuerzas que no siempre es favorable a la praxis académica.
Coda: el presente ensayo no es un ejercicio de respuesta ni un posicionamiento respecto a los falsos debates que muestran posturas controvertidas respecto a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), iniciados por el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, el pasado jueves 21 de octubre, y continuados por una infame oposición que cuando fue gobierno ninguneó a las Instituciones de Educación Superior mexicanas. Se trata de trascender esas miopías y privilegiar procesos más amplios que derriben el cortoplacismo oportunista y amplíen la mirada al carácter estructural y de largo plazo que recae sobre las universidades en el mundo. Las tendencias son globales y una mirada aldeana sobre la universidad sólo enmaraña las problemáticas y encarece las posibles soluciones.
Isaac Enríquez Pérez
Twitter: @isaacepunam
Académico de la UNAM
Imagen: Colin Behrens / pixabay.com