¿Tecnócratas o advenedizos?
febrero 17, 2019Existe un tema que en la actualidad ha permeado en la narrativa gubernamental, los tecnócratas corruptos o los inexpertos con ética; el despeñadero del sexenio pasado ha dejado grandes boquetes institucionales que no permiten un buen funcionamiento de la actual administración, versa el discurso del Ejecutivo. A raíz de la llegada del neoliberalismo, presenciamos la llegada de servidores públicos que habían recibido educación de primera en universidades de gran prestigio internacional, lo cual en teoría debió de verse reflejado en la eficiencia de aquellas administraciones, sin embargo, no fue así.
En la alternancia ocurrida a partir del 1 de diciembre, hemos atestiguado la llegada de todo lo contrario, para algunos de los puestos de la Administración Pública, personajes sin la preparación académica idónea para desempeñar los cargos a los que han sido asignados (caso de Ledesma, Arrieta, Guevara, Romero y un sinfín), lo cual devendrá inexorablemente en errores y aspectos deficitarios en estas ramas, dado que el nivel de especificidad técnica requiere de preparación y experiencia.
Estamos ante un dilema de grandes dimensiones, ¿tecnócratas corruptos preparados o advenedizos “impolutos” sin experiencia? El Presidente ha aseverado que está dispuesto a pagar la curva de aprendizaje de sus funcionarios, pero el costo parece ser muy alto para rubros como el de Pemex. La realidad es que ninguna de las fórmulas antes señaladas tiene un derrotero halagüeño. Los primeros llevaron al enriquecimiento de algunos pocos, en detrimento de las mayorías y los segundos tendrán graves errores que desfavorecerán a los pocos, pero no ayudarán a los muchos. Desafortunadamente los primeros tenían legitimidad empírica pero poca ética y los segundos (está por verse) mucha moral pero poca experiencia.
Existe una variable, que pudiese ser tomada en cuenta, para evitar que ninguno de estos dos factores siga incidiendo de manera perniciosa en nuestro país; la creación de instituciones sólidas que no dependan de nombramientos aleatorios y que estén vinculadas a un servicio civil de carrera eficiente, al estilo de las naciones desarrolladas. Por ejemplo, en países con instituciones sólidas, alguien con vocación de servicio gubernamental estudia Historia, con el propósito de integrarse a alguna institución similar al INAH, al INEHRM o alguna afín, sabiendo que con una licenciatura podrá iniciar en el menor escalafón del organigrama, pero que dependiendo de su desempeño y su profesionalización podrá llegar hasta la más alta esfera, incluso a ser secretario de cultura. Esto pasa por la capacitación que la institución proporcione a sus miembros destacados (becas para maestría o doctorado) y un seguimiento profesional, que potencie las capacidades del servidor público.
El problema de nuestro país es que creemos que el servicio público carece de especificidad y que sus cabezas pueden tener la formación profesional que sea, siempre y cuando sus subalternos puedan realizar la “chamba”, nada más equívoco. Hasta que en nuestro país decidamos implementar un servicio profesional civil de carrera, con exámenes de entrada, evaluaciones periódicas, posibilidad de crecimiento, otorgamiento de prerrogativas para la profesionalización y una independencia de la coyuntura política, nuestro servicio público será deficitario. Parte de una consolidación democrática pasa, forzosamente, por lo arriba esgrimido, ya que el funcionamiento del aparato burócrata debe funcionar de manera eficiente, independientemente de quien encabece la primera magistratura.