Segura inseguridad
junio 13, 2019“Venía por el diploma de mi hijo y ahora me llevo un certificado de defunción”. La frase de Norelia Hernández, madre de Norberto Ronquillo, joven universitario secuestrado y asesinado en la Ciudad de México, es devastadora y resume en unas cuantas palabras la definición actual de México: un país con todas las herramientas para ser una potencia regional, pero también un lugar letal para quienes lo habitan.
Y aunque en el mundo paralelo y fantasioso de la Cuarta Transformación se quiera hacer creer a los mexicanos que “hay paz y tranquilidad”, los datos duros cada vez son más inequívocos, contundentes y refutan de manera incesante la premisa de que “el pueblo es bueno”: de acuerdo con cifras del Semáforo de Delitos de Alto Impacto (www.semaforo.mx), en la capital mexicana, en el primer semestre de 2019, el homicidio se incrementó en 48%; por otro lado, los números del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (www.gob.mx/sesnsp/) indican que el delito por secuestro en la Ciudad de México se incrementó en 271% (otros organismos elevan esta cifra incluso al 550%).
Más allá de las estadísticas, las pruebas indiscutibles de este tsunami de violencia se viven todos los días. No hay persona alguna que niegue sentir miedo de ser víctima de la delincuencia al caminar solo por la calle; al encontrarse detenido en un semáforo; al retirar dinero del cajero automático; al utilizar el transporte público; actividades simples y cotidianas que, hoy, representan un auténtico acto de supervivencia. Lo que es más alarmante aun es que hemos normalizado estar en un estado de alerta y temor permanentes: no, ¡no es normal! ¡Es atroz!
En México, un pendiente más urgente que negociar los caprichos de Donald Trump, incluso más apremiante que mover la economía, es garantizar la seguridad pública. Sin ella, no se puede salir de casa para trabajar con plena certeza de que regresarás; sin ella, no se puede dormir sin la zozobra de que alguien puede entrar a robarte en cualquier momento; sin ella, no hay motivos para ir al parque, a comer, a simplemente disfrutar; sin ella, el país se convierte en un negocio para edificar más cercas electrificadas y búnkeres, y menos espacios públicos para vivir en libertad.
La ley de la selva impera y mientras a los ciudadanos nos distraen con temas poco prioritarios, como los uniformes neutros en las escuelas, Claudia Sheinbaum, la torpe Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, en ausencia de una clara estrategia de seguridad pública, prefiere dormir en la tranquilidad de su victimización y recibir palmaditas en la espalda por parte de un Presidente, que ha demostrado que nada sabe hacer, salvo hablarle cada mañana a sus aduladores. ¿Será que volverán a culpar a las administraciones anteriores, mientras los mexicanos siguen matando mexicanos? No sorprendería en medio de un tejido social roto y podrido, muy podrido, en el que, ahora, lo seguro de este país es su inseguridad.
Bernardo Ramírez López
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