En defensa de la democracia y las instituciones
agosto 20, 2019Una de las consecuencias de la falta de seguridad, dentro de los regímenes democráticos, es que éstos van perdiendo el apoyo popular cuando los gobiernos emanados de las urnas no pueden reducir los niveles de violencia. Ésta puede ser una de las causas de la pérdida de apoyo o del descontento con nuestra democracia.
El hartazgo social, por los altos niveles de criminalidad, se ha traducido en episodios violentos de manifestaciones, ya no solo contra personas específicas dentro de los distintos niveles de gobiernos, sino contra las instituciones. Es, en este sentido, peligroso para nuestra democracia que estemos llegando a repudiar socialmente las instituciones, que se supone son pilares de nuestra democracia. Al final, eso es tanto como repudiar la democracia misma.
Por otro lado, si bien cualquier manifestación social parte de un evento concreto, pareciera que estamos más concentrados en resolver esos episodios que en generar cambios profundos. Es decir, si bien las manifestaciones contra actos y delitos cometidos por funcionarios públicos parten de víctimas específicas, la exigencia social no debiera ser solo dar solución a ese caso, sino generar cambios que permitan que la impartición de justicia sea rutinaria, para todos, en todas las circunstancias.
Como sociedad, debemos buscar el fortalecimiento de las instituciones en favor de mejorar nuestra democracia, no denostarlas. Ir en contra de las instituciones es darnos un balazo en el pie. Al final del día, el gobierno necesita de las estructuras de las policías y los fiscales o procuradurías. Busquemos mejorar sus protocolos de actuación. Pedir renuncias de funcionarios o la desaparición de instituciones no abona a la causa mayor de mejorar la impartición de justicia en nuestra ciudad y en el país.
Las instituciones no se crean de la noche a la mañana. La institucionalización de la impartición de justicia es un proceso claramente no terminado, pero está en evolución en la dirección correcta. Quisiéramos –como sociedad– que esta evolución de nuestro sistema de impartición de justicia diera resultados en el corto plazo. No será así. Después de décadas viviendo dentro de un sistema inquisitorio y corrompido, hay inercias dentro de las instituciones que van a tardar en cambiar.
Sin embargo, debemos trabajar porque las instituciones sean tan sólidas que, sin importar quién esté a la cabeza de éstas, confiemos en su trabajo. Llegar a ese nivel de confianza pasa porque las manifestaciones sociales ejerzan presión en esa dirección. Si las manifestaciones están encaminadas a buscar que un caso en particular se solucione, quizá lo logren, pero entonces cada vez que se repita esa situación, se necesitará una manifestación de igual magnitud.
Si como sociedad tenemos claro que el objetivo es mejorar nuestra democracia, a través de instituciones que funcionen en favor de la población, podremos aprovechar mucho mejor las manifestaciones espontáneas que surgen de casos específicos, que indignan a la sociedad. No solo busquemos solución a casos específicos, que nuestro objetivo primordial sea la justicia para todos, en todo momento, en todas las circunstancias.
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