Perú y su eterna crisis institucional

Perú y su eterna crisis institucional

noviembre 19, 2020 Desactivado Por La Opinión de

Ni la crisis sanitaria mundial pudo contener los ánimos y evitar la vuelta al caos. Perú es, mientras escribo estas líneas, un país ingobernable e ingobernado. Después de la destitución por permanente incapacidad moral de Martín Vizcarra del pasado 9 de noviembre, el hasta entonces congresista por el departamento de Tumbes, Manuel Merino, asumió la Presidencia de la República. Se trató de una destitución legal, pero ilegítima para una gran parte de la población.

Las fuertes movilizaciones sociales y la violencia en las calles, con fuerte represión policial y un balance de dos muertos, forzaron la renuncia del presidente transitorio. De este modo, Perú se encuentra sin presidente y con un Consejo de Ministros que existe formalmente sin poderes. La mesa del Congreso se ha autodisuelto y el resultado es un país en el que dos de los tres poderes del Estado se encuentran vacantes y bloqueados. Los ciudadanos peruanos muestran su hartazgo ante una situación de crisis permanente y la clase política no parece estar a la altura. Luchas de poder, intercambios de favores y negociaciones opacas han sido la pauta habitual entre los congresistas peruanos.

La actual situación no es más que un nuevo episodio en la crisis institucional que Perú arrastra desde hace décadas. Si echamos la vista atrás, podemos constatar que hasta el año 2001, todos los gobiernos sin mayoría acabaron con un golpe de Estado. A partir de 2001, los gobiernos sin mayoría lograron acabar su mandato, pero la aparente estabilidad acabó en 2016. En los últimos cuatro años, el país andino tuvo el primer gobierno dividido de su historia, cuatro trámites de vacancia presidencial, la renuncia anticipada de un presidente, la primera disolución del Congreso unicameral, elecciones parlamentarias extraordinarias, una cuestión de confianza negada a un nuevo gabinete y la vacancia a cinco meses de elecciones generales de un presidente.

Para salir de esta constante inestabilidad es necesario un cambio profundo en el tablero político. Las raíces profundas de la crisis se encuentran en la extrema polarización articulada en torno a familias políticas que han sobrevivido a la pérdida de fuerza del fujimorismo. Ante la ausencia de partidos políticos institucionalizados que articulen la competencia, las diferentes familias o “tribus” políticas luchan por acceder al poder sin voluntad para promover la estabilidad. Alineadas en bandos irreconciliables, hacen uso de alto grados de arbitrariedad en la interpretación de las normas y estigmatizan al oponente adhiriéndose a un discurso maniqueo de “buenos y malos”.

En las últimas décadas, Perú ha ido sorteando las crisis en un experimento de democracia sin partidos. El éxito económico que el país ha experimentado en las últimas décadas no ha servido para regenerar las instituciones ni para crear un verdadero sistema de partidos. Los partidos peruanos son meras plataformas electorales que giran en torno a un líder. El poder político se ha manejado de manera arbitraria y el tráfico de influencias y la corrupción han sido una constante. La incapacidad para articular colectividades sólidas y el auge de los caudillos locales ha contribuido a fragmentar aún más si cabe a las fuerzas políticas y ha servido como caldo de cultivo para fomentar el oportunismo de sus dirigentes. A ello se suma un diseño institucional que, si bien en el inicio buscó equilibrar el peso entre el Ejecutivo y el Legislativo, en la práctica ha favorecido el conflicto permanente entre ambos poderes.

El grito “¡que se vayan todos!” parece más pertinente que nunca. La regeneración de la política peruana requiere, de manera inevitable, de una sustitución de élites y de una nueva articulación de la competición partidaria. Sólo así cualquier reforma de mayor calado tendrá efectividad. Cuando la corrupción y la deslealtad institucional se convierten en endogámicas y se alzan como institución informal predominante, las soluciones intermedias se muestran insuficientes. No obstante, resulta impensable que aquellos que hoy detentan el poder se resignen a perderlo. Estaría bien que, aun como único servicio, hicieran uso de su cargo para iniciar una transición hacia una nueva democracia.

Mélany Barragán
Twitter: @MelanyBarragan7


Imagen: Cleo Robertson / pixabay.com

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