Melancolía por Latinoamérica

Melancolía por Latinoamérica

noviembre 12, 2019 Desactivado Por La Opinión de

Esta semana tuve un diálogo revelador en torno a mi sentir como mexicano, pero también respecto a aquello, que creo, es una constante en la perspectiva de muchos europeos hacia Latinoamérica. Es solamente mi punto de vista, sin embargo, considero legítimo compartirlo.

Creo que en algunos europeos existe una idea complaciente, exculpatoria y poco exigente hacia Latinoamérica y hacia quienes pertenecemos a la región. La convergencia de complacer, exculpar y exigir poco, me hacen pensar que se tiene una especie de compasión.

En esa conversación reveladora que empezó cuando me preguntaron cómo veía la actualidad política de mi país, muchas de mis tesis fueron confrontadas con argumentos, precisamente complacientes y exculpatorios, cuya finalidad parecía dispensar la situación sociopolítica de Latinoamérica, así como sus liderazgos de discurso populista.

Al dar mi opinión de la actualidad política mexicana, les afirmé a mis interlocutores, como medida de precaución, que yo no era de los mexicanos que aprueban la gestión de Andrés Manuel López Obrador. ¿Por qué? por cuestiones concretas que no tienen mucho margen para la interpretación, como: brincarse la ley emitiendo circulares al gabinete donde se ordena que se ignore una reforma constitucional; la intromisión del Ejecutivo en los otros poderes del Estado; al uso de la televisión pública como medio propagandístico; el ataque a la libertad de prensa; el aumento en las tasas de inseguridad; el estancamiento económico; el poco análisis de proyectos de infraestructura; el desabasto de medicamentos; pero, sobre todo aquello que atenta contra lo más valioso que tiene una joven democracia: la certidumbre ciudadana, que ha sido violentada por la Ley Bonilla o por el nulo esclarecimiento de lo sucedido a la exgobernadora de Puebla, sucesos enmarcados en actitudes descaradas de quienes han resultado beneficiados.

Durante este diálogo veía en mis interlocutores cierta empatía, pero no precisamente la empatía de aquel que solamente es capaz de ponerse en la situación ajena, sino, más bien, de aquel que se pone en una situación ajena que ha idealizado.

Escuché argumentos que sobrevaloran los movimientos políticos de ruptura en Latinoamérica, como si en toda nuestra historia no hubiéramos tenido la oportunidad de poseer reglas del juego satisfactorias, como si en Latinoamérica las élites políticas se comportaran distinto, como si los latinoamericanos nunca nos hubiéramos defendido.

Hubo argumentos como que quizá Latinoamérica tenga ahora la legitimidad de no respetar las instituciones; de no llevar a cabalidad los procesos políticos; pensando que éstos nunca han satisfecho las necesidades de nosotros los pobrecitos latinoamericanos; como si nosotros fuéramos otra especie de aquellos que nos gobiernan, cuando en realidad las instituciones son producto de nuestra historia e idiosincrasia.

Dichos argumentos parecían considerar que todo lo que se ha hecho en nuestra región ha estado mal; de creer que la injusticia que ha llevado a regímenes ineficaces, nos da la legitimidad para no respetar las instituciones que se han construido en los últimos años. Y es que, independientemente de qué tan buenas o malas son las instituciones que tenemos, debemos asumir que este es el camino que lleva a una verdadera democracia liberal. No podemos seguir cayendo en el error de pensar que la vía de la informalidad o, peor aún, la vía de las pistolas y las piedras nos llevará al paraíso de un estado natural de sana convivencia. No podemos ser ingenuos, cuando hemos tenido muestras de que una vez que se acaba una revolución empieza otra batalla, la batalla entre aquellos que ganaron y que buscan solucionar por la vía armada quién se queda con el poder, pues al final todos desean, como lo señaló Weber: poder, prestigio o renta.

Ejemplos de lo anterior en México sobran: la Independencia, la Guerra de Reforma, la Revolución, nunca las élites políticas han sido producto de la generación espontánea. Los que hoy son parte de la clase dominante algún día fueron parte de los que protestaron.

Creo no malinterpretar la naturaleza de las instituciones, sé que éstas tampoco nacen a partir de la imparcialidad absoluta. Sin embargo, el hecho de que las instituciones sean parciales no quiere decir que no sean necesarias o que no sean perfeccionables; al contrario: nuestra lucha debe ser a partir de las mismas, pues el derrocamiento de instituciones al final exige la formación de unas nuevas, que serán vulnerables de los mismos males y de otros que hemos superado.

El respeto institucional, sobre todo por parte de quien gobierna, es la manera de confiar en la viabilidad de la convivencia. Me resisto a pensar que Latinoamérica es la región del mundo en la que siempre todo ha ido mal; me niego a creer que el proceso de democratización que México llevó desde finales de la década de los sesenta, no sirvió de nada; me niego a creer que el 2000 no fue un parteaguas. Me niego a pensar que el régimen de pluralismo político, que llegó en 1997, es igual al del régimen de partido hegemónico que gobernó 71 años. Me niego a creer que tuvo que llegar un Mesías a salvarnos de la maldad de unos cuantos; me niego a creer que es solamente una persona de la élite política, la que va en la dirección correcta. Me niego a creer que esta “izquierda” que recorta la administración pública y los programas sociales, se parece en algo a la izquierda que soñaron Octavio Paz, Violeta Parra, José Martí o Simón Bolivar.

Me niego a creer que esta es la izquierda correcta, pues yo creo en la izquierda, pero creo en una izquierda que respeta la libertad de expresión, el pluralismo político y el mandato ciudadano; creo en una izquierda que no intimida a los prestadores de servicio de transporte a través de cuerpos militarizados, que no atenta contra el federalismo, que es feminista y ecologista, que sabe la importancia que hoy tienen las energías renovables; creo en una izquierda que protege los santuarios de la población indígena, creo en una izquierda que ve por la seguridad de la ciudadanía, creo en gobiernos de izquierda que dan la cara frente a las tragedias nacionales.

Estoy consciente de que Latinoamérica ha sufrido bastante, que vamos muy atrás con el funcionamiento de nuestras instituciones, sin embargo, hemos también de pensar que, efectivamente, tenemos una historia más corta. Es lógico, pues todo lleva un proceso y un tiempo. La solución no es dejar de respetar aquello que ya nos costó años construir en busca de contrapesos. No, no tenemos las mejores instituciones, pero más vale partir del respeto de las que tenemos y perfeccionarlas, que destruirlas y empezar de cero.

Isidro O’Shea

Réplicas