Cada día es domingo
abril 8, 2020Llegó la Semana Santa. Quizá ya habías soñado por meses con ese viaje que realizarías en estas fechas. Quizá ya habías planeado con ilusión un reencuentro con una persona especial a miles de kilómetros. Quizá solamente añorabas un respiro del fastidio diario del trabajo y no salir a ninguna parte. Quizá hacías una cuenta regresiva para liberarte del yugo de la rutina. Quizá únicamente pensabas en quedarte en casa en compañía de un libro y una copa de vino, sin imaginarte, jamás, que esa sería tu nueva realidad: cada martes, jueves o sábado se volverían domingo.
Esos domingos en los que reina la calma, en los que el bullicio urbano se adormece, en los que el despertador pareciera esfumarse, en los que quienes celebraron y bebieron la noche anterior no quisieran despertar a la resaca que golpea con fuerza como consecuencia de los excesos cometidos. ¡Qué ironía! Antes añorabas los domingos para el descanso y ahora, por momentos, quisieras que desaparecieran, porque, para ti, aparentemente, se convirtieron en una pesadilla: los negocios cerrados, los centros comerciales, restaurantes y bares desolados, las calles vacías. Vaya, hasta el cielo quedó despejado y hasta te sorprendes cuando llegas a escuchar los motores de esas aeronaves que estabas acostumbrado a escuchar de manera casi imperceptible a cada minuto.
Te lamentas, te deprimes, te ofuscas, te acongojas porque algo tan pequeño, tan literalmente microscópico, te arrebató, al menos por ahora, tu vida como la conocías. Tan acostumbrado a ser un adicto a la pantalla del celular sin voltear a ver siquiera a quién tenías enfrente. Tan acostumbrado a la banalidad que ahora te quiebras la cabeza para encontrar una respuesta en el arte que tanto despreciabas, para que te rescate del aburrimiento. Tan acostumbrado a vivir en simbiosis con tus redes sociales, esas mismas que tanto amabas antes del aislamiento y que ahora no sabes si abrir o destruir, para no alimentar más tu ansiedad.
Pareciera que esta cuarentena se te viene encima como una avalancha imparable, peligrosa y desearías dormir hasta que todo pasara, pero no es posible: ni tu mente, ni tu cuerpo te lo van a permitir. Porque, efectivamente, es hora de que despiertes, porque la vida te invita a hacer otro tipo de viaje, una travesía hacia el interior de tu alma, que te pide a gritos hacer un gran alto en el camino en medio de esta era veloz y de inmediatez. Y entonces, si sientes que existen en ti atisbos de humanidad, dejarás por unos momentos tu egoísmo, tu propio bienestar y comenzarán las preguntas desafiantes.
¿Realmente te has esmerado por ser mejor persona o sólo vives por inercia? ¿Les has dicho a las personas que te significan y que te rodean que las quieres y que su presencia es de vital importancia para ti? ¿Las has besado y abrazado lo suficiente antes de que se te prohibiera acercárteles a menos de metro y medio? ¿Realmente te sientes pleno en tu trabajo actual o seguirás con el miedo de dar el paso y dedicarte a lo que te apasiona? ¿Ya serán dignos de tu admiración todos esos héroes y heroínas dedicados a salvar vidas o seguirás prefiriendo idolatrar a los mal llamados “influencers”, que pululan en ese incomprensible espacio digital, y cuyas ideas suelen ser vacías, huecas y hasta idiotas? ¿Al fin le darás su lugar y justo valor a lo que te ha rescatado de la soledad: la música, la literatura y el arte? ¿Ahora sí te va a importar tu propio país o seguirás actuando con base en la premisa de “mientras no me afecte a mí”?
No tengas miedo de comenzar esa travesía hacia el interior, hacia lo más hondo de tu ser. Puede ser que el trayecto sea largo e incierto. Quizá te esperen muchas noches oscuras. Quizá haya desafíos esperándote. Quizá hasta llegues a pensar que no vale la pena andar ese camino empedrado, porque es más fácil no hacer nada para evitar un instante de confrontación profunda. Quizá prefieras cerrar los ojos para seguir durmiendo en la tranquilidad de tu indiferencia. Pero hoy tienes una oportunidad única. Puedes decidir ser el mismo o la misma y transitar por este planeta como lo hace la mayoría: sin pena ni gloria. Pero puedes decidir distinto, puedes decidir mostrarte auténtico, puedes decidir que corran por tus venas todas tus emociones y al fin reconocerte en el espejo, tal cual eres. Y a partir de ese reflejo inédito transformarte a ti mismo a partir de esta adversidad global que nos revela que, al fin y al cabo, todos somos iguales, susceptibles, vulnerables, sin importar origen, condición, sexo, clase social, orientación o ideología.
Y, al final, si decides emprender este viaje desde ti y para ti, y recorrerlo de principio a fin, podrás realmente decir que cumpliste con la misión de quedarte en casa, que has llegado a tu destino, que has llegado a ti. Que la penumbra de estos tiempos te haga reflexionar, y reflexionar en serio, porque una persona que no es mejor hoy que ayer no vale gran cosa. Que la más oscura de tus noches te haga, a la vez, sentirte siempre acompañado de la esperanza que te brindará la Luz de Luna y las estrellas. Que el presunto daño que está causando este virus haga renacer lo mejor que hay en ti, para compartirlo con los demás una vez que puedas apagar la pantalla que te mantuvo en contacto con los tuyos a distancia y abrir tus brazos de par en par, para resurgir de las cenizas cual ave fénix. Sólo así podrás decir que has triunfado, que sobreviviste, podrás respirar diferente. Sólo cuando hayas aprendido la lección de tantos domingos podrás darle la bienvenida a una nueva era, un nuevo lunes tal vez, un nuevo amanecer, un nuevo tú pues: más sensible, más empático, más resiliente y más fuerte que nunca.
Bernardo Ramírez López
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