El día después
abril 16, 2020Dicen que lo peor de las guerras son las posguerras, el día después. Cuando la aparente calma que llega tras la tempestad permite ver con más claridad el desastre, el horror y las penurias derivadas de la beligerancia anterior. Cuando no existe una brújula que nos indique el camino a seguir y entremos en una especie de Terra incognita, similar a la de aquellos territorios recién descubiertos para los que aún no había mapas.
En la actual batalla en la que el mundo parece verse inmerso, a causa del COVID-19, aún no hemos llegado al día después. Todavía concentramos la práctica totalidad de nuestros recursos en salvar vidas y frenar el contagio. Sin embargo, la mejora en los datos estadísticos, con el descenso de la tasa de contagio y el incremento de las altas hospitalarias, han provocado que muchos gobiernos ya empiecen a plantearse el siguiente escenario. Europa, o al menos una parte, empieza a plantearse medidas de desconfinamiento gradual y cómo abordar el escenario post-crisis.
Pese a que el Fondo Monetario Internacional ya ha emitido un informe en el que pronostica que el COVID-19 llevará al mundo a una recesión como la de 1930, la nueva realidad económica aún es palpable y las proyecciones aún no han sido asimiladas a golpe de cruda realidad. Muchos pequeños empresarios no saben cuánto tiempo podrán sobrevivir en activo; muchos empleados no saben si en los próximos meses llegará o no la carta de despido y muchos empleados públicos no saben si sus salarios se verán congelados. Estos son sólo algunos ejemplos de la incertidumbre en la que el mundo parece inmerso. ¿Cómo de duro será el golpe?, ¿cuál será la capacidad de recuperación de los Estados y economías?
Existen numerosas variables en juego: el comportamiento de los consumidores, el ajuste de los mercados financieros, los niveles de confianza… Lo que parece bastante seguro es que los Estados y los bancos centrales van a jugar un papel importante. Tal como ocurrió después de la crisis de 1929 y las guerras mundiales, los Estados están llamados a intervenir en la economía y contribuir a la búsqueda de un nuevo equilibrio.
No obstante, no sólo la economía va a ser fuente de preocupación para ciudadanos y gobernantes en los próximos meses. La actual crisis sanitaria ha puesto a prueba la capacidad de los Estados en proveer servicios de salud. La falta de camas hospitalarias, de respiradores o de simples mascarillas ha puesto en evidencia la fragilidad de muchos de nuestros Estados de Bienestar. Pero esto no es todo. La fuerte dependencia exterior, fundamentalmente respecto de China, a la hora de importar materiales ha mostrado la debilidad de los mercados internos. Aviones fletados a China para conseguir test de detección del virus en lugar de laboratorios que pudieran satisfacer la demanda interna en una situación de crisis.
Nos vendieron, o quisimos creer, que la globalización era una ventana de oportunidades infinitas; que íbamos a estar interconectados y eso nos haría más fuertes; que podíamos buscar nuevos horizontes porque teníamos garantizadas nuestras necesidades más básicas. Sin embargo, este golpe de realidad en forma de virus nos ha enseñado los errores que cometimos en el camino. La globalización per se no era mala, pero quizás la manera en la que la gestionamos fue errada. Confundimos interconectar con deslocalizar sectores estratégicos, malinterpretamos el progreso con una falsa inmunidad y pensamos que una pequeña parte del mundo –la rica y desarrollada– era capaz de controlar todo, incluyendo al propia naturaleza y la vida humana.
Todo apunta a que esta crisis va a producir un fuerte ajuste que hará temblar muchas de nuestras bases. El papel de los Estados, el funcionamiento de la economía, las prioridades de los gobiernos o la importancia de la industria y de la agricultura son sólo algunas de las cuestiones que deben de ser repensadas. Empecemos a imaginar escenarios y buscar alternativas porque el día después cada vez está más cerca.
Mélany Barragán
Twitter: @MelanyBarragan7
