¿Viva el rey? ¿viva la república?
octubre 1, 2020 Desactivado Por La Opinión deLa idea de república, por lo general, ha ido asociada al imaginario romántico de libertad y modernidad. La Revolución americana (1776) trajo una República distinta a las inexistentes en el Antiguo Régimen, ensalzando la importancia de la ciudadanía y creando una sociedad nueva basada en principios como los de igualdad, justicia o dignidad humana; la Revolución francesa (1789) acabó con la monarquía absoluta de Luis XVI, con guillotina incluida, y estableció una República basada en los principios de liberté, égalité et fraternité; los libertadores latinoamericanos dotaron de sistemas republicanos a la región tras lograr la independencia de la Corona española… Y así, un largo etcétera.
Portugal (1910), Alemania (1918), Italia (1946) son sólo otros ejemplos de antiguas monarquías o imperios que viraron hacia un sistema republicano. Hasta España tuvo sus periodos republicanos entre 1873 y 1874, y posteriormente entre 1931-1939. Todas ellas auguraban, en sus inicios, un nuevo tiempo y una nueva forma de hacer política basada en ideales de progreso y civismo. Algunas experiencias salieron bien… y otras, como Weimar (1919-1939) o las españolas, acabaron en caos y posterior guerra. Sin embargo, más allá de los éxitos y fracasos de las experiencias concretas, parece que en el pensamiento colectivo la república “gana” a la monarquía. Quizás la principal excepción sea Gran Bretaña y su God save the Queen. Mientras que la idea de república encarna numerosos valores cívicos y democráticos, la monarquía parece ser un vestigio del pasado; algo arcaico y antidemocrático. Lo primero es verdad; lo segundo, no. O al menos, no necesariamente.
Pese a que los críticos con la monarquía esgrimen con relativa ligereza este argumento, lo cierto es que es una falacia fácilmente desmontable. En primer lugar, porque en los sistemas democráticos las monarquías son parlamentarias y están sujetas a la Constitución y demás ordenamiento jurídico. El monarca ejerce la función de jefe del Estado bajo el control de los poderes legislativo y ejecutivo. Segundo, porque la asociación entre monarquía y autoritarismo –al igual que la de república y democracia– no se sostiene si acudimos al terreno empírico. Mientras que algunas de las democracias más avanzadas del mundo, como la de los países nórdicos, cuentan con monarquías, existen sistemas híbridos o no democráticos como los de Corea del Norte, Rusia, China o Venezuela que son republicanos. Y, por último, porque frente a la crítica de que la monarquía es hereditaria y que, por tanto, existe el riesgo de que reine alguien no competente, que no cumpla con sus funciones o que se extralimite en sus competencias, sólo decir que hereditaria no es sinónimo de vitalicia. En democracia existen mecanismos constitucionales para destituir a un monarca inapropiado e incluso para eliminar la institución.
Es decir, se puede ser monárquico y demócrata al igual que republicano y autoritario, y viceversa. Por tanto, quizás la clave no sea tanto la forma de gobierno sino la manera en la que esta se articula en relación con los derechos, deberes y libertades de representantes y representados. Pero hay algo más: en democracia es importante defender la institucionalidad del Estado, la cual en las actuales democracias parlamentarias incluye la Corona. Y esto significa un respeto a la figura del jefe del Estado; esto es, el rey o reina. Porque, no nos engañemos, un ataque a la Corona no es una ofensa hacia su persona, sino hacia la propia comunidad política de la que nos hemos dotado y ello, inevitablemente, tiene repercusiones tanto a nivel doméstico como en la proyección exterior de un país.
Discutir la forma de gobierno de la que nos queremos dotar, sí; proponer reformas constitucionales, sí; instaurar una república si se obtienen las mayorías cualificadas y se siguen los procedimientos previstos en la ley para ello, sí. Pero que no se caiga en el debate maniqueo de república buena vs. monarquía mala sin más argumentos; y que las propuestas republicanas vengan acompañadas de un verdadero proyecto político detrás que dé respuesta a los principales debates de nuestros sistemas políticos. ¿Repúblicas unitarias o federales?, ¿funciones y competencias del presidente de la República?, ¿asignación de gasto?, etc., etc., etc.
Si, por el contrario, el debate no es constructivo y se basa en premisas huecas, no se respetan los cauces reglamentarios o se recae en la arbitrariedad, se corre el riesgo de que muchos de los que creemos en los principios del republicanismo, acabemos haciéndonos monárquicos. Porque, al menos desde mi punto de vista, es mejor una monarquía parlamentaria de primera que una república de tercera.
Mélany Barragán
Twitter: @MelanyBarragan7
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