Espectáculos y espectáculos denigrantes
octubre 8, 2020 Desactivado Por La Opinión deEl primer gran debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden acabó convirtiéndose en una batalla campal en la que hubo mucho espectáculo, demasiadas descalificaciones y pocas propuestas. Tanto es así que sólo un día después de su celebración, la Comisión de Debates Presidenciales de Estados Unidos (CPD) anunció cambios en las reglas para los próximos encuentros. En un comunicado publicado el 30 de septiembre, la citada comisión señaló que se están estudiando modificaciones en el formato para evitar las continuas interrupciones y faltas de respeto entre candidatos.
La actuación de los candidatos presidenciales no hizo más que volver a evidenciar una constante de la política actual: la degradación de sus prácticas y, por qué no decirlo, también de sus líderes. La percepción generalizada entre los ciudadanos estadounidenses es que el cara a cara entre Trump y Biden ha sido el peor de la historia e incluso muchos analistas han pedido cancelar el resto de los debates programados sino hay un cambio en la dinámica. Y es que, pese a que los cara a cara presidenciales siempre han tenido algo de espectáculo por la puesta en escena de los candidatos, no era necesario añadirle el adjetivo de denigrante.
Creo que todos asumimos que la política moderna tiene algo de show y que eso no es necesariamente negativo, siempre y cuando se mantengan las formas y el foco se siga manteniendo en lo importante: las propuestas y planes concretos. Así, los debates modernos son creación del mundo de la televisión y suponen una oportunidad para los candidatos para demostrarle a los ciudadanos, de manera directa, las razones por la cuales deben votar por ellos y no por sus rivales. Esto les permite adoptar un estilo más desenfadado, lanzar comentarios ingeniosos preparados de antemano o utilizar el lenguaje no verbal para apelar a las emociones.
Como ejemplo, el primer debate televisado, entre John F. Kennedy y Richard Nixon en 1960, el candidato demócrata vio en el encuentro una gran oportunidad para ganarse el apoyo de los estadounidenses y fue muy cuidadoso tanto en su aspecto como en su comunicación, utilizando frases sencillas y movimientos fluidos; su rival, por el contrario, utilizó un lenguaje enrevesado y expresión de enfado. Otro ejemplo es el debate de 1976, en el que Jimmy Carter tuvo la capacidad de crispar, desde una actitud de calma, al presidente Ford, utilizando un lenguaje duro con expresiones como “política desgraciada”, “mentira” o “la inmoralidad de la política exterior” del entonces mandatario. O los debates protagonizados por Reagan, en 1980 y 1984, quien hizo del humor un arma dialéctica poderosa.
Sin embargo, lo que ocurrió el pasado 29 de septiembre fue diferente. Los comentarios ingeniosos fueron sustituidos por las faltas de respeto, la provocación inteligente por la confrontación ruin y, al final, nadie habló de ideas. Los recursos comunicativos no fueron empleados para transmitir el mensaje, sino para anularlo…. a no ser que el mensaje fuera que no hay mensaje y que la política se ha quedado vacía de propuestas. Veremos qué ocurre en los próximos encuentros entre los candidatos, si es que estos llegan a producirse.
Mélany Barragán
Twitter: @MelanyBarragan7
Imagen: commons.wikimedia.org