Adiós general, “otoño-primaveral” en Latam
noviembre 9, 2020No puedo creer la cosa que veo
Por las calles de Santiago veo
No puedo creer la cosa que veo
Por las calles del mundo yo veo
Adiós carnaval, adiós general
El mes de octubre del 2020 debe ser recordado como el “otoño-primaveral” de las democracias latinoamericanas. Los procesos de sufragio celebrados en Bolivia y Chile mandaron un mensaje claro a las sociedades latinoamericanas en contra de la cultura militar que usurpa al poder político en los países de la región de forma recurrente.
Considerando que América Latina ha tenido que convivir durante largos periodos con un vaivén de juntas militares y golpes de Estado que distorsionan, a la fecha, nuestra simpatía por los procesos populares y democráticos. Existe un sector que favorece estas narrativas, justificándolas como oportunas a través de la promesa del crecimiento económico y el orden social, pero olvidando las nocivas consecuencias humanas que representan.
La memoria histórica nos remonta a la década de 1970. Durante estos años se coordinó a las dictaduras militares del Cono Sur, para propiciar la desaparición forzada, las ejecuciones extrajudiciales, la represión policial y militar en América Latina. Ahora se sabe que los “Archivos del Terror”, referentes a la Operación Cóndor, fueron encontrados en Paraguay en 1992. Hay que mencionar que estos documentos oficiales estiman el asesinato de 50,000 personas, 30,000 desaparecidas y 400,000 encarceladas. Actualmente el documento forma parte del Programa: Memoria del Mundo de la Unesco.
Como se ha dicho, en nuestra región destaca el oscurantismo político de este tipo de gobiernos de facto. Siendo ejemplos, el de Hugo Banzer en Bolivia y Augusto Pinochet en Chile. De forma paralela, ambas dictaduras gestionaron el Plan Cóndor con base a los intereses de seguridad estadounidenses en contra de cualquier interpretación que pudiera pasar como una “amenaza” comunista. Tras la caída de los regímenes militares, los procesos de democratización de los países latinoamericanos, en la década de 1990, no contaron con una clara justicia transicional.
Después de la dictadura, Hugo Banzer logró participar como candidato presidencial en las elecciones de 1997 y gobernar hasta ser diagnosticado de cáncer en 2001. Mientras tanto, Pinochet evadió a la justicia reclamada por el juez español Baltasar Garzón por presunta implicación en delitos de genocidio, terrorismo internacional, tortura y desaparición forzada.
Posteriormente, el “giro a la izquierda” latinoamericano de la primera década de los años 2000, cobijado por la doctrina del Socialismo del siglo XXI, pretendió subsanar las brechas de desigualdad y opresión sistemática. De tal forma que la llegada de algunas personalidades al poder como Lula da Silva en Brasil, los Kirchner en Argentina, “Pepe” Mujica en Uruguay o Evo Morales en Bolivia, junto con el respaldo de Hugo Chávez en Venezuela, cambiaron el curso planteado por el Consenso de Washington y fueron difusores de una fuerte crítica al neoliberalismo e imperialismo económico.
Sin embargo, los casos de corrupción de funcionarios públicos, la presente desigualdad económica, la violencia del crimen organizado, la falta de credibilidad en las instituciones y la fractura del tejido social, generaron un escepticismo hacia esta vía y en 2018 aparecieron sobre la mesa del juego democrático las sombras de la dictadura.
En consecuencia, candidatos como Jair Bolsonaro en Brasil, Mario Abdo Benítez en Paraguay o Sebastián Piñera en Chile, nostálgicos de las dictaduras militares, obtuvieron las victorias presidenciales, propulsando la reversión del giro a la izquierda en el continente. Sobre todo, poniendo en duda la democracia en la región, imponiendo la moral religiosa y un orden cuasi militar y económico por encima de los Derechos Humanos. Jair Bolsonaro ha afirmado públicamente que el mayor error de la dictadura fue “torturar y no matar”.
En 2018, la herramienta de medición del Latinobarómetro diagnosticó que el apoyo a la democracia ha ido disminuyendo en los últimos años. Los mismos datos remarcan el crecimiento de la indiferencia ante al sistema de gobierno y una ligera alza a preferir un régimen autoritario.
Estos datos pueden explicar la llegada al poder de los presidentes enunciados anteriormente. No obstante, también es importante recalcar que existe una preferencia hacia la democracia en países como Venezuela y Nicaragua, en donde las revoluciones sociales y populares del bolivarianismo y sandinismo han tenido una transición hacia la violación sistemática de Derechos Humanos y simulación democrática.
El golpe de Estado en Bolivia o “crisis política” de 2019, derivada de la reelección de Evo Morales, recordó lo frágil que pueden ser las democracias latinoamericanas ante la falta de transparencia. Si bien, el proceso electoral puede poner en duda la victoria de Evo, la respuesta de las fuerzas armadas es un claro ejemplo de la política militar en el continente. Igualmente, podemos observar la imagen de la presidenta interina Jeanine Añez siendo respaldada por las fuerzas armadas en su toma de protesta.
Asimismo, ocurrió en Chile a partir de las protestas sociales del mismo año. Sebastián Piñera respaldó sus decisiones conforme al apoyo simbólico del ejército y las fuerzas del orden en televisión nacional. Pareció que en 2019 el retorno de las posturas autoritarias iba en crecimiento.
Sin embargo, un año después, las elecciones presidenciales de Bolivia rectificaron el apoyo popular por el Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales, otorgando la victoria al ex ministro de economía y finanzas, Luis “Lucho” Arce.
En cierto sentido, las demandas de la derecha evangelista boliviana de Luis Camacho no encontraron el mismo cabal con el cual se celebró la renuncia de Evo Morales. Al contrario, en plena pandemia del COVID-19, la gente salió a votar con un alto grado de participación, aproximadamente del 89%, con un 54% a favor de la continuidad política del masismo. Esto significó un sólido mensaje a la cultura golpista del continente.
Aunque la noche del 5 de noviembre del 2020 el vocero del presidente electo anunció en medios de un atentado con un “perro-bomba” en la casa de campaña de Sopocachi, Lucho salió ileso, pero reafirma la vía bélica como una alternativa política para las facciones más radicales e intolerantes.
En Bolivia no se rectificó al poder dictatorial en las elecciones del 2020, como ocurrió con Banzer en 1997; más bien, se confirmó el compromiso con la democracia, siendo las fuerzas armadas testigo en primera fila, ya que el gobierno interino las colocó a custodiar las elecciones como estrategia de seguridad, mismas que un año antes solicitaron la renuncia del presidente.
Por otro lado, en Chile celebró el plebiscito constitucional derivado de una serie de protestas sociales que recibieron la respuesta beligerante de los cuerpos de carabineros. El malestar social no pudo ser contenido por el presidente Piñera. A tal grado que tuvo que optar por abrir la puerta a un cambio constitucional.
El plebiscito recibió la mayor participación ciudadana desde que el voto es voluntario, con un 50%, y una victoria para aprobar una nueva Constitución del 78%. De tal forma que la constitución heredada por Augusto Pinochet será derogada 30 años después del término de la dictadura.
Estos dos procesos obtuvieron una victoria histórica frente al autoritarismo y nostalgia dictatorial que gira alrededor de la política en América Latina. Nos hace confirmar que las sociedades latinoamericanas rechazan al oscurantismo político de las décadas del terror, que costaron la vida de miles de personas, y dirigen la mirada hacia la vía democrática, a pesar de las carencias de la región e incluso en el escenario pandémico.
El próximo año se celebrarán elecciones presidenciales en Ecuador y Perú, es momento para confirmar que la región y sus sociedades somos guardianas de la democracia.
Luis M. León
Twitter: @luismaleon
Imagen: commons.wikimedia.org