Harry Potter: de política y ficciones (parte I)

Harry Potter: de política y ficciones (parte I)

mayo 14, 2021 Desactivado Por La Opinión de

Hace muchos años leí por primera vez Harry Potter. Tenía 16 años, no 11 años como Harry y sus amigos. Aunque a esa edad la diferencia bien podría haber sido de décadas. La verdad es que aún así leí y disfruté –mucho– los tres primeros libros, en tres días consecutivos de una gripa que no me permitía salir, pero no me aterraba como ahora. Los cuatro siguientes volúmenes los leí –cada uno– una semana después de su publicación. Seguro se imaginan que unos años después estaba entre las multitudes que abarrotaban las funciones de estreno a medianoche (¡ah, la juventud!). Pero me desvío… el punto es que hace unas semanas volví a leer la saga completa de Harry Potter (¡cómo se nota que las sobrinas están creciendo!).

Un libro para niños y jóvenes con gran éxito comercial. ¿Qué se puede aprender de eso? Sin embargo, ya lo decía Michael Ende en su Carpeta de apuntes, la literatura fantástica (en especial la infantil) es un enclave en el que la mentira tiene poco espacio. Con el asombro y el candor de las historias para los más chiquitos, las palabras falsas se ven como los verdaderos villanos que son.

Pero no he llegado al punto. ¿Qué tiene que ver la historia de J.K. Rowling con la política? La respuesta, en corto, es: todo. Analicemos por ahora el libro quinto, La Orden del Fénix, que casi podría llamarse así “De la política”. El jefe máximo del gobierno –el Primer Ministro–, Cornelio Fudge, tiene evidencia suficiente de que el terrible Voldemort (aka el malo) está de regreso y es peligroso. Pero Cornelio no lo quiere admitir. En cambio, dedica todo su esfuerzo en desacreditar a la Orden del Fénix. Admito que tal vez falta contexto: ahí va.

El libro logra genialmente dibujar tres frentes: la Orden del Fénix (los buenos) encabezada por Albus Dumbledore, también director de Howarts (la escuela, pero en este caso, funciona socialmente más como una universidad que empieza a los 11 años. Pienso en el papel de la UNAM durante el virreinato) y en menor medida por el mismísimo Harry Potter; el gobierno encabezado por el ya mencionado Fudge; y finalmente los malos, o tal vez debería decir Lord Voldemort y sus seguidores, los mortífagos (Ugh, no puedo reconciliar death eaters con mortífagos, pero alas, whilst the books were written in English, this text is still in Spanish). Los primeros son conscientes de un peligro doble: de los malos y del gobierno. Mientras tanto, el señor Cornelio sale en sus mañaneras (not) a pedir abrazos, no balazos que se respeten las leyes (que están siendo corrompidas por los malos), a desprestigiar a quienes señalan que tienen que cuidarse usando cubrebocas, porque están sembrando el miedo, donde no hay razón para tenerlo. Sus palabras, no las mías. ¿Será que Cornelio prefiere aferrarse a su poder, aunque eso lleve al colapso a la nación? Todo eso, mientras Harry ve en sueños a Voldemort acercarse cada vez más a aquello que le va a dar más poder.

Dumbledore y su Orden del Fénix saben muy bien que los malos no titubean cuando quieren algo: Voldemort hace cualquier cosa para alcanzar sus objetivos y sus seguidores… bueno, pues lo siguen. Claro, en el fondo ni uno ni los otros reconocen en el otro a una persona valiosa por sí misma, sino que ven objetos que están en el camino del poder (Nietzsche, te hablan). En Voldemort esto es particularmente cierto y sus seguidores parecen ser de dos tipos: los que –como Lucius Malfoy– tienen miedo tremendo de las consecuencias de desobedecer, y no pueden “salirse de ese mundo”, porque de ahí sólo se sale en ataúd. Por otro lado, los que –como los hermanos Carrow– perdieron ya su salud mental, al punto que se regocijan en la violencia y el dolor (Hay quienes dicen que en esta historia también hay una Reina del Sur, cuando piensan en Bellatrix Lestrange. Por mi parte creo que ella se cocina a parte).

Si la Orden del Fénix conoce tan bien la determinación de los malos, ¿por qué el gobierno lo quiere ocultar? La respuesta es simple, pero no fácil (menos cuando la sufres). El gobierno quiere poder. Igual que el malo. Se reviste del aura legalista para disimular su ambición. Pero no engaña a nadie. En este punto, les presento a Dolores Umbridge, funcionaria del gobierno que fácilmente sería del segundo grupo de seguidores de Voldemort: a Dolores le apasiona la tortura. En el texto de Rowling, esta funcionaria esgrime ese gusto en una de esas genialidades paradójicas de la historia: obliga a Harry a que escriba con sangre que no debe decir mentiras, cuando Harry estaba diciendo la verdad. Y Dolores lo sabía ([Suspiro] ¡Esa pasión por la verdad que es mentira y miente, porque no puede hacer otra cosa!).

El panorama se ve aterrador ¿no? Me consuela saber que Rowling encontró una salida. Lo malo es que su salida no me encanta. Pero ya hablaremos de eso después.

Luzma González


Imagen: mohamed Hassan / pixabay.com

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