Harry Potter: de política y ficciones (parte II)

Harry Potter: de política y ficciones (parte II)

mayo 21, 2021 Desactivado Por La Opinión de

Cornelio Fudge, por supuesto, pierde el poder cuando Voldemort se aparece en la mismísima sede del gobierno y lo toma. No de inmediato, y no para él… ¿de qué le sirve el gobierno? Él busca el poder.

Pero vamos más despacio. La sucesión de primeros ministros (o, como diríamos en good old Mexico, presidentes) es reveladora. Como ya decía antes, el señor Cornelio funda su poder en la negación de los problemas. Se empeña en perseguir a quienes levantan la mano para señalarlos. Pone a todo tipo de personajes infames a declarar que la amenaza “no es, según la información que se tiene, algo terrible, fatal. Ni siquiera es equivalente a la influenza”. Claro que acusa de traidor antidemocrático a quien se atreva a contradecirlo. Él es el pueblo. No, perdón, el es el representante del pueblo… ¿no? ¿Cómo es eso de que el pueblo no es una unidad? ¿Qué la democracia representa a partes que no siempre están de acuerdo? ¡El pueblo no es esquizofrénico! ¡Eso sí que es blasfemia! Yo no soy el pueblo, pero soy la voz del pueblo, y si digo que el coronavirus Voldemort no existe, pues no existe.

Después llega Vodemort y destruye la mitad del edificio del Ministerio de la Magia. Con su ametralladora varita lanza maleficios imperdonables (Yet again… ¿maleficio? La palabra es curse, maldición con efectos inmediatos, parece más un hechizo que una promesa) a diestra y siniestra, dejando una profunda huella de destrucción y desesperanza a su paso. Dumbledore, a quien tanto se empeñó en desprestigiar, le salva el pellejo. Pero nadie puede salvar su puesto.

Así que la sabia comunidad de magos escoge a nuevo presidente primer ministro: Scrimgeour. No hay detalles sobre la elección, al final del día, es un sistema parlamentario creado como la imagen reflejada del sistema inglés (¿será al revés? Difícil de decir) lo que significa que el poder pasa a la oposición y al antes primer ministro del shadow cabinet (O, dicho de otra manera, al líder de la oposición. El sistema inglés es verdaderamente muy interesante. Lo recomiendo ampliamente).

El nuevo primer ministro es como un PRIAN Moreno. Me explico. En lugar de desprestigiar a los buenos (acuérdense, en esta versión simplista de historia para niños, los buenos son la Orden del Fénix) los quiere utilizar como heraldos, como figuras que lo apoyan con palabras y discursos. Politiquería de verdad. Harry (quien para ese momento tenía mi edad cuando lo conocí durante esa enfermedad inocente –gripa–) se da cuenta en menos de una página que a pesar del discurso radicalmente opuesto (o tal vez por eso), no están mejor con López Scrimgeour.

Pasa un libro completo. Por supuesto que este niño PRIAN no puede hacer absolutamente nada contra la creciente amenaza de Voldemort y sus malos. Los persiguen, sí. Le declaran la guerra, sí. Pero no pueden hacer nada. No tienen valor (As in courage), no tienen armas, no tienen inteligencia (entendida en cualquiera de sus sentidos), no tienen recursos. Sólo tienen palabras (nótese el plural y no vaya a confundirse con la noción de “tener palabra”): politiquería en verdad. Y para hacer peor todo, están infiltrados por los malos (a mí también a veces se me olvida que estamos hablando del gobierno, no de los malos). La historia continúa cuando los seguidores de Voldemort matan a este pobre presidente primer ministro e instauran en su lugar a Thickenesse. Un títere que obedece por un maleficio imperius[1] a un mortífago –Yaxley.

Desde estas alturas está claro que la solución no va a llegar por la vía del gobierno. No puede llegar por la vía del gobierno. En cambio, la batalla final se desarrolla en el campus de Howarts. No es un final bonito, como ya les decía antes. Es un final, quizá necesario. Voldemort es vencido con valentía, con inteligencia, con sacrificio. Los personajes que sobreviven lo suficiente para morir en la batalla de Howarts saben que no tienen el lujo de perder. Saben que deben derrotar a Voldemort. Y Harry –con la guía ultratumba de Dumbledore– da su vida para salvarlos a todos. En cambio, le regresan su vida. Porque Voldemort, en su prisa, no destruye el alma de Harry, sino la parte de su propia alma que persistía en él (ahora sí que nos estamos tornando metafísicos). Me parece que Rowling quiere decir que el mal (ese del que hablábamos antes) que no ve personas sino objetos, no puede destruir espíritus mas que el suyo propio. Y así encuentran los buenos la salida. Siendo buenos.

Luzma González


Imagen: Umair Sharif / pixabay.com

[1] Uno de los maleficios imperdonables es el imperius (según algunas traducciones, del latín “yo mando”).

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