La legitimidad de la injusticia

La legitimidad de la injusticia

noviembre 12, 2018 Desactivado Por La Opinión de

La forma en la que entendemos las relaciones sociales es la que nos permite distinguir entre lo que es justo y lo que no. Es por eso que la idea de que todos somos iguales es tan poderosa, porque no siempre se ha pensado así. Peor aún, mucha gente todavía no piensa así; ven como “natural” que haya ganadores y perdedores en la vida, que algunos valgan más que otros.

Si partimos de la idea de que cierta sociedad debe estar organizada entre señores feudales y vasallos, sería difícil para el súbdito encontrar una injusticia pues daría por hecho que así es como las cosas deben ser. Cuando partimos de un estándar igualitario, cuando verdaderamente se cree que somos iguales, es más fácil identificar injusticias y desigualdades. El sentido de equidad es el que nos ha impulsado a mejorar la calidad de vida de los grupos más marginados.

Sin embargo, este sentido de “igualdad” de jure es sólo un primer paso. Seguimos disfrazando desigualdades como decisiones individuales; por ejemplo, hoy en día las mujeres alcanzan más años de escolaridad que los hombres y tienen la libertad de escoger qué estudiar, sin embargo, existe un estigma ante mujeres en muchas profesiones. Aún existe la absurda idea de asignarle género a algunas ramas del conocimiento. La igualdad de género se puede ver como un proceso de dos pasos que se puede resumir como “primero entrar en el club y luego alcanzar la igualdad dentro del club”. Sin duda, la igualdad dentro del club es uno de los desafíos más difíciles que enfrentamos ahora.

El mayor problema detrás de la segregación sexual es su legitimidad. Las desigualdades de género son más resistentes porque no son explícitamente jerárquicas y parecen reflejar preferencias naturalmente distintas de hombres y mujeres autónomos. Se presume que la segregación de las carreras universitarias, las ocupaciones y el trabajo doméstico reflejan la autoselección de hombres y mujeres formalmente iguales, pero “innatamente diferentes”. Tales desigualdades conservan una amplia legitimidad en las culturas que celebran la elección y entienden a los individuos como primordiales para las sociedades en las que viven.

Me gustaría creer que las libertades siempre prevalecen y que la expansión de los derechos continuará hasta que vivamos en un mundo con igualdad de oportunidades, donde nuestras características innatas no tengan efecto en los resultados de nuestra vida. No obstante, el conservadurismo latente está reviviendo en algunas de sus formas más desagradables; amenazando con regresar a un mundo más “natural”, donde nuestros roles están determinados por nuestro género, nuestro código postal y el color de nuestra piel.

Sebastián Guevara

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