Queremos tanto…

Queremos tanto…

noviembre 18, 2018 Desactivado Por La Opinión de

Pensando en Ficciones[1], recordé un muy breve cuento de otro argentino, Julio Cortázar: Queremos tanto a Glenda. La historia es sencilla. Un grupo de argentinos se une porque “quieren” a una actriz (Glenda Garson). Al principio se reúnen para compartir ese amor, pero poco a poco se dan cuenta de que los actores, actrices, directores y guionistas, con quienes Glenda compartía créditos, manchaban su obra, y deciden tomar cartas en el asunto. Buscan todas las copias de todas las películas de Glenda y las editan. Justo cuando terminan Glenda anuncia su retiro y el grupo (núcleo) que “quiere tanto la quiere” se siente recompensando, pues ella ya no tiene que preocuparse de nuevas manchas en su trayectoria. Pero cuando anuncia su regreso a las salas de cine, ellos sólo ven una alternativa para salvarla de la imperfección.

Tal vez la historia no es sencilla. Es corta, eso sí. Pero no sencilla. La propuesta del autor parece señalar hacia la tentación de fijar una idea y ponerle una etiqueta, la de perfección. Y a partir de ahí, reformular la realidad que conocemos. En este caso, pensar que una persona es perfecta. Y a partir de esa idea, construir una narrativa que justifique todas sus acciones. Los que la hacen parecer menos perfecta son “malos”. Los que la hacen avanzar, son “buenos”.

Cortázar llega al extremo de reescribir la historia. En nuestra realidad, que no es la de 1980 cuando se escribió la historia, la estrategia del grupo de argentinos parece menos plausible; pero las narrativas que se construyen en torno al pasado, la manera como lo interpretamos, la manera en la que lavamos los recuerdos para dejarlos inmaculados, esas sí que siguen vigentes, y quizá más que nunca.

Dice el autor “quizá la misma Glenda no hubiera percibido el cambio y sí, porque eso lo percibimos todos, la maravilla de una perfecta coincidencia con un recuerdo lavado de escorias, exactamente idéntico al deseo”. Al deseo de perfección, en este caso.

No siempre se llega a la radicalidad propuesta por el autor. Al asesinato del que se habla en silencio hacia el final del cuento. Pero nos advierte a gritos del riesgo de vivir una vida de etiquetas. Una vida que desconoce los matices, y se entrega sórdidamente al idealismo de las perfecciones, cerrando la puerta a la posibilidad de corregir el rumbo, de aceptar a la persona en su totalidad, con sus aciertos y sus errores.

Al final, lo que es incompatible con este idealismo extremo es la posibilidad de conocer y amar a las personas como son. De ver su luz y ver también su obscuridad. De perdonar los errores y alegrarse genuinamente con los aciertos. Y puede ser el caso de una actriz, como propone Cortázar, o de un político, o de un partido, o de alguien cercano –un amigo, un familiar, un compañero–. Pero también, y quizá con los más terribles efectos, de uno mismo.

Luzma González

 


[1] Gran libro de Jorge Luis Borges (1994), del que espero que pronto tenga oportunidad de escribir.

Réplicas