Saltar obstáculos y estar a la altura del azar
mayo 23, 2019 Desactivado Por La Opinión deEstudiar la carrera de un político, al igual que ocurre al repasar la biografía de cualquier individuo, supone encontrarse con una larga lista de fracasos, “no pude” y oportunidades perdidas. Por mi formación, experiencia e inquietudes, además de bucear en la biografía de numerosos políticos, he tenido la ocasión de conversar con muchos de ellos. De entre todos los miembros de la élite política, suelo sentir un especial interés por los que acumulan fracasos a sus espaldas e incluso han tenido que abandonar el oficio antes de tiempo, a veces por la puerta de atrás y con la sensación de que sus carreras podrían haber sido totalmente distintas, sino se hubiera producido una determinada contingencia o hubiesen tomado otras decisiones.
Quizás uno de los casos más emblemáticos de fracasos concatenados en el mundo de la política sea el de Abraham Lincoln. Aunque muchos no lo sepan, el que fuera decimosexto Presidente de los Estados Unidos de América coleccionó, a lo largo de su vida, numerosas batallas perdidas. Nacido en una familia humilde, a los nueve años se quedó huérfano de madre, a los veintidós fracasó en el primer negocio que emprendió, a los veintitrés fue derrotado en las elecciones a legislador y no pudo entrar a la carrera de Derecho, a los veinticuatro se declaró en bancarrota, a los veintiséis su novia falleció cuando estaban a punto de casarse y entre los treinta y cuatro y los cincuenta años fue derrotado en varias elecciones al Congreso y al Senado, además de ser rechazado para un trabajo como alto funcionario.
Su suerte, sin embargo, cambió a los cincuenta y un años cuando fue elegido Presidente y pasó a la historia por la derrota de los secesionistas Estados Confederados, durante la guerra civil y por introducir medidas que desembocaron en la abolición de la esclavitud.
¿Qué permitió a Lincoln saltar de una suma de fracasos a una prolífica presidencia? Supongo que una suma de tenacidad, paciencia y oportunidad. Al final la política consiste en hacer lo posible en un contexto dado y no en un escenario cualquiera. O, dicho de otra manera, jugar la partida con las cartas que nos han tocado y no con la que nos gustarían. Se trata de saber reconocer las coyunturas, aprovecharlas cuando haya ocasión y retirarse a los cuarteles de invierno cuando el contexto invita a la reflexión. Nietzsche resumió bastante esta concepción de responsabilidad diciendo que los individuos debían estar a la altura del azar.
Cualquier político –y me atrevería a decir que cualquier persona– debe tener los ojos bien abiertos para reconocer el contexto en el que opera, las oportunidades que se le presentan y las posibles señales de alarma.
Asimismo, debe asumirse que cualquier éxito o fracaso no son algo absoluto. El fracaso es la primera asignatura del éxito, por lo que, ante las coyunturas negativas, el buen político es capaz de asumir, analizar, comprender y seguir adelante. Incluso es capaz de revertir la situación para tratar de sacar provecho de los reveses que azotan a la vida política. La clave muchas veces reside en aguantar hasta que pase la tormenta, siendo lo suficientemente flexible como para cambiar de estrategia, si la ocasión lo amerita, sin perder la tenacidad necesaria para persistir en el propósito. Y, sobre todo, saber arriesgar cuando el obstáculo a superar es mucho más pequeño que la recompensa que se encuentra al otro lado.
A Lincoln le llevó décadas, a otros les toma menos tiempo y algunos tiran la toalla antes. Cuestión de decisión. Al fin y al cabo, mientras no escojas, todo es una posibilidad. Es el hecho de decidir lo que marca nuestra hoja de ruta.