La caída del gran mito
abril 7, 2020Quizá desde la caída de la gran Tenochtitlan no se había caído algo tan grande en nuestro país. Desde el mito del águila sobre un nopal, devorando a una serpiente, no habíamos tenido mito más grande, y vaya que los hemos tenido, pero ni el chupacabras tragó tanta sangre.
Se cayó el mito de quien se autodefinió, mediante una marca partidista, la esperanza de México. Era la oportunidad del Presidente de resurgir o resucitar a escasas horas de iniciar la semana santa, pero prefirió cavar más profundo el hoyo.
Se terminó el mito de quien dijo que no toleraría la corrupción y aniquilaría la inseguridad; de quien dijo que primero el pueblo; de quien prometió miles de empleos; de quien prometió terminar con los acuerdos entre el gobierno y la mafia; de quien dijo que era fácil gobernar; de quien habló por los pueblos minoritarios; de quien señaló las dádivas que el gobierno daba a los grandes empresarios; de quien dijo que los gobernantes debían atenderse en el ISSSTE; de quien dijo que el COVID únicamente buscaba debilitar a su gobierno; peor aún, se cayó el mito de quien afirmó, la semana pasada, que la crisis sanitaria le venía como anillo al dedo, sí, la crisis sanitaria que ha dejado miles de muertes.
La vida política de López Obrador ha estado llena de contradicciones, pero su presidencia las ha hecho aún más evidentes; la crisis sanitaria las ha subrayado en fosforescente.
Aquel que decía que no era necesario tener conocimientos sino voluntad, hoy nos quiere vender que ha encargado la estrategia contra el COVID-19 a un especialista; quien señalaba a los poderes fácticos, como el narcotráfico y las televisoras, hoy se encuentra con ellos y les da dádivas; quien hablaba de la corrupción al dar licitaciones sin concurso, hoy da más del 70% de las licitaciones de manera directa y sin concurso; quien decía que primero los pobres y/o los indígenas, hoy les construye un tren que atenta contra sus derechos; y les rebaja los sueldos y quita aguinaldos a los funcionarios públicos. Dice que sólo a los altos mandos, quizá cree que un subdirector tiene una fortuna como para tener fábricas de cervezas y chocolates; o peor aún, quizá piensa que por ser altos mandos no tienen derechos laborales. Probablemente sólo es ignorancia, ignorancia de alguien que estuvo desde el 2006 hasta el 2018 sin trabajar; sin aportar un solo centavo; viviendo del erario a partir del financiamiento a sus partidos políticos.
De su informe no se esperaba mucho. No se esperaba mucho, porque ya nos acostumbró a no decir nada o a decir lo mismo; el verbo cantinflear lo podríamos ir cambiando por lopezobradorear. Aun así, lo logró, logró bajar nuestras expectativas incluso más. Lo malo no es que sea nuestro Presidente, lo malo es que todavía le quedan más de 4 años; lo malo no es que tenga errores, lo malo es que no los reconoce; lo malo no es que no entienda a la primera, lo malo es que no entiende que no entiende.
Hoy reduce sueldos; desbarata los sistemas de salud; ignora la libertad de expresión y, sobre todo, de prensa; reduce la industria turística; le sigue apostando a lo convencional, o, mejor dicho, a lo que ya ha dejado de ser, desde hace muchos años, convencional. AMLO le sigue apostando al pasado, le sigue apostando a la industria petrolera, cree que son los mismos años del “Milagro mexicano” y quizá por ello se comporte tan autoritariamente como lo hicieron aquellos presidentes.
Andrés Manuel López Obrador no cree en las instituciones; tampoco en el COVID-19; mucho menos en la oposición; no cree tampoco en su gabinete. Pero claro está, que AMLO tampoco es nada de lo que nos vendió:
- No es demócrata, pues no cree en las instituciones ni en la pluralidad de opiniones.
- No es liberal, pues no garantiza las libertades básicas.
- No es humanista, pues una crisis sanitaria le viene como anillo al dedo y a los migrantes los enfrenta con la Guardia Nacional militarizada.
- No es racional, no tiene una estrategia instrumental con objetivos concretos.
Y quiero señalar con letras mayúsculas: AMLO NO ES IZQUIERDA, no le da primero a los pobres; no se pronuncia a favor del matrimonio homosexual o la libertad de elección sobre el cuerpo de las mujeres; no respalda el movimiento feminista; no aporta a un estado de bienestar que se sustente en una política fiscal que beneficie a los más pobres; no otorga facilidades ni a los autónomos ni a las pequeñas empresas; no se ha encargado de hacer algo por todos los que viven en la informalidad del empleo. AMLO no es izquierda porque ha preferido pactar con las grandes televisoras; no ha respetado los derechos de los pueblos indígenas; AMLO no es demócrata, porque ninguna consulta la hace con mecanismos mínimos de transparencia.
AMLO es como mi mejor amigo de la primaria, aquel que por sentirse interesante, creativo y más inteligente, se empeñaba en escribir con la izquierda, cuando en realidad era derecho de nacimiento. AMLO insiste en decirse izquierda, cuando ninguna izquierda en el mundo respaldaría sus políticas sociales y económicas.
AMLO nos mintió a todos los mexicanos y fueron 30 millones los que quizá le creyeron lo suficiente para votar por él. Claro que me enoja y me da rabia, porque no ha jugado solamente con las expectativas de un país, sino también con la esperanza.
Hoy, a un año y cuatro meses de que tomó posesión, la mayoría de las voces y plumas que antes le daban el beneficio de la duda, empiezan a ejercer una crítica legítima y racional hacia su gobierno; sin embargo, él y los pocos que quedan en su barco, prefieren señalarlos como traidores; no se dan cuenta de que la política trata de los asuntos públicos, y es ello indispensable sobre todo en las democracias. Prefieren seguir viendo al asunto público como cuestión de filias y fobias; no señores, para eso existe el fútbol, ahí díganle traidores a quienes cambien de camiseta, pero en política y en interés público, nuestro objetivo no es casarnos con opciones partidistas, sino exigir rendición de cuentas a los gobernantes, de ver por el bien de todos, y no exclusivamente de aquellos quienes piensan como nosotros.
La política no se trata de vencer o ser vencido, como cree la esposa del presidente; mucho menos de monólogos mañaneros. La buena política va de diálogos y acuerdos, va de buscar caminar juntos e intentar jalar parejo.
Hoy el Presidente va que vuela para ser el peor de la historia, y aunque la tenía difícil, vaya que lo está logrando: quizá sea por su gran ego.
Hace unos meses me dijo un gran maestro y amigo: “el problema no es Andrés Manuel, el problema es que va a dejar un listón aun más bajo, y uno (candidato / presidente) igual o peor podrá llegar”.
Hoy el Presidente presume nuevamente números falsos, combinando población con padrón electoral, para decir que su aprobación no ha disminuido.
Las formas del discurso no fueron muy distintas, se reflejó el enojo y la incertidumbre que acaparan Palacio Nacional. López Obrador es el traidor, el traidor de la democracia y de 30 millones de mexicanos que legítimamente creyeron en él.
Isidro O’Shea
Twitter: @isidroshea