Los flagelos sociales encubiertos y silenciados con la pandemia
mayo 10, 2020En las guerras y en los rumores y la magnificación mediática de las epidemias, el primer féretro que deambula en medio de la desolación, el miedo y la muerte, es el de la verdad razonada. Como en la Marcha fúnebre de Sigfrido (compuesta por Richard Wagner), la verdad sucumbo ante el instinto.Eclipsado el razonamiento y entronizado el instinto y las sensaciones más pulsivas del ser humano, la percepción de la realidad se torna nebulosa y carente de sentido.
Los problemas públicos que subyacen en las estructuras sociales, y en la cotidianidad de los ciudadanos, se tornan irrelevantes y son subvertidos por el apocalipsis mediático que posiciona una temática en detrimento de otras tantas.
El tratamiento mediático del coronavirus SARS-CoV-2 suplantó infinidad de temas, silenció otros más y encubrió sus causas estructurales. Entre estos temas que son soslayados en medio de apocalipsis mediático, destacan:
a) La desigualdad social tiende a intensificarse con la crisis epidemiológica. Curtidas a flor de piel por el capitalismo, las desigualdades se manifiestan en un problema sanitario que no afecta a todos por igual, y que segrega la exclusión de amplios sectores sociales que, con las privatizaciones y el desmantelamiento sistemáticos de los sistemas de salud, no sólo padecen los estragos del contagio, sino la inducida escasez y la negligencia médica. En el informe de Oxfam Intermón titulado Una economía al servicio del 1%, se indica que, hacia el año 2015, el 99% de la población mundial posee menos riqueza que el 1% más acaudalado; esto es, ese mínimo porcentaje posee más del doble de la riqueza que el equivalente a 6,900 millones de habitantes. Esta desigualdad económica se expresa también en los 3,600 millones de personas que contaban en ese año con igual riqueza que los 62 individuos más ricos. Una mínima comprensión de los problemas contemporáneos, necesariamente, atraviesa por el abordaje de esta polarización socioeconómica.
5.50 dólares al día es la cantidad con la cual sobreviven la mitad de los habitantes del planeta. Ello, por supuesto, no bastaría para sufragar el pago de las facturas hospitalarias para atender un sinfín de enfermedades; incluido el COVID-19. Esa desigualdad extrema global, en parte, se explica por las políticas fiscales regresivas que eximen de impuestos a la riqueza y al gran capital, y cuyos poseedores sólo aportan 4 centavos de cada dólar a las arcas públicas. A ello se suma que las grandes fortunas evaden alrededor del 30% de sus obligaciones fiscales. Este fortalecimiento del capital, en detrimento del Estado, redunda en menor proporción de servicios educativos y sanitarios para una clase trabajadora que soporta el grueso de las cargas impositivas.
En materia de servicios sanitarios, con la austeridad fiscal difundida por el fundamentalismo de mercado, persiste un déficit en la financiación o predomina un esquema de subcontratación, donde las empresas privadas tienden a excluir a las familias pobres. Esta desigualdad se expresa en las 10,000 personas que mueren diariamente por su imposibilidad para pagar servicios médicos; al tiempo que anualmente, 100 millones de habitantes se precipitan en una situación de pobreza extrema y marginación ante la urgencia de hacer frente a estos gastos en salud. Ello, sin duda, incide en la reducción de la esperanza de vida en las sociedades subdesarrolladas. Estos pobres viven hasta 10 o 20 años menos que los miembros de familias ricas.
En este escenario, se obvia que la desigualdad económica es parte de arreglos sociales y de decisiones políticas. Que no es un fenómeno “natural” o sobrenatural, sino fruto de las relaciones de poder y de la correlación de fuerzas en las sociedades, que tienden a polarizarse ante el maremágnum de la pandemia global.
b) La tergiversación semántica de los últimos meses arroja la generalizada interpretación de que la crisis económica mundial es provocada por la pandemia. Nada más distante de la realidad. La crisis epidemiológica fue gestada en las entrañas de la crisis del capitalismo global y de su patrón de acumulación extractivista, depredador y explotador de la naturaleza y de la fuerza de trabajo. La irradiación global del coronavirus SARS-CoV-2 magnifica las consecuencias y efectos sociales negativos de una crisis sistémica, que segrega la exclusión de amplios contingentes de la población mundial, relega al precariado a amplias franjas de la clase trabajadora, y afianza la transferencia de presupuestos públicos a manos privadas, bajo la excusa de “rescatar” a las empresas y preservar los empleos.
Lo que se oculta es el hecho de que el endeudamiento contraído por los Estados en múltiples latitudes del mundo y concebido por el discurso convencional como una panacea, atará y subordinará al sector público a las condiciones financieras de la banca comercial privada transnacional y ello se agravará en cuanto termine la crisis epidemiológica. Más aún, en estos procesos de “rescate” de los capitales privados, se oculta la posibilidad de emprender políticas fiscales progresivas y redistributivas que graven a la riqueza y fortalezcan las funciones económicas de los Estados. Estos indicadores marchan a contracorriente del argumento difundido respecto a la defunción del llamado neoliberalismo o de lo que denominamos como fundamentalismo de mercado. En estas circunstancias, la especulación financiera se entroniza y aumenta el poder de la banca y de los agentes que controlan los mercados de valores.
Lo que se perfila no es una masiva inversión pública en servicios de salud, sino mecanismos de (re)concentración de la riqueza y un afianzamiento del patrón de acumulación imperante y regido por prácticas rentistas. Es imposible pensar en un cambio de modelo económico si el confinamiento en el espacio privado no sólo aísla a los ciudadanos, sino que los atomiza y acentúa su individualismo hedonista. Ello se diluye ante la desactivación de la organización y movilización social y la erosión y erradicación de los proyectos políticos fundamentados en el ejercicio del pensamiento crítico y de las utopías. El mismo ciberleviatán merma la privacidad e instaura un panóptico digital que hace del ciudadano –sobre todo del carente de cultura política– un apéndice subordinado de la tecnología y de las empresas que la controlan y lucran con ella.
Las medidas anticíclicas de la política económica son coyunturales y corren el riesgo de ser efímeras. Estas decisiones y acciones estatales se orientan a evitar el naufragio de la economía mundial y a restablecer la legitimidad del sector público y no a resolver las contradicciones de fondo que asedian al capitalismo desde la década de los setenta del siglo XX.
c) La masificación de la pobreza en el contexto de la pandemia es otro de los problemas públicos que tiende a soslayarse en la vorágine mediática. Tan sólo en América Latina, se pronostica conservadoramente, por parte de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que –tras un aumento del desempleo en 10%– 35 millones de habitantes se sumarán a las filas de la pobreza. Por su parte, Oxfam adelanta un aumento de la pobreza en el mundo de alrededor de 500 millones de habitantes (entre 6% y 8% de la población). En el caso de naciones subdesarrolladas como México, el incremento de la pobreza puede sumar 21 millones de habitantes más. Como consecuencia de ello, el mundo subdesarrollado se expondrá a la profundización de actividades económicas ilícitas y clandestinas, así como a mayores espirales de violencia y muerte a manos del crimen organizado; tal como se observa en México, durante las últimas semanas, con el repunte hasta niveles históricos de los homicidios dolosos.
d) Con la irradiación global del nuevo coronavirus, creció una pujante industria biopolítica del control digital y la biovigilancia de los ciudadanos. Las grandes empresas de la era de la información, como Facebook, Amazon, Microsoft, Apple, Google, Alibaba, Baidu, Zoom y Tencent, afianzan su poder de mercado y su perfil oligopólico y geoestratégico en el contexto de la pandemia. Movidas por la voracidad y alejadas de la regulación y fiscalización estatales, estas megacorporaciones almacenan, gestionan y comercializan importantes cantidades de datos de individuos, organizaciones públicas y de otras empresas privadas. En cuanto a sus ingresos, Amazon, durante el primer trimestre del año, incrementó sus ventas en un 26% respecto al mismo periodo del año 2019; ascendiendo sus ingresos a 75,500 millones de dólares, en tanto que para el segundo trimestre se esperan ventas por 81,000 millones de dólares, superando en ambos periodos a Walmart como empresa especializada en comercio minorista. A contracorriente de las micro, pequeñas y medianas empresas que quebraron durante el Gran Parón de la economía mundial, estas megacorporaciones de las plataformas digitales incrementan su presencia y ganancias. Son los grandes beneficiarios de la crisis epidemiológica y de los mecanismos de control digital encargados por los Estados.
e) La violencia, sea política, criminal, de género o la experimentada por el personal sanitario, se intensifica en estas épocas de gran reclusión; al tiempo que son invisibilizadas y silenciadas sus víctimas. Desde los estados de excepción decretados en múltiples naciones y las consecuentes medidas represivas –que incluyen la suspensión de garantías individuales– hacia los ciudadanos que no respetan las medidas de confinamiento, hasta la agresión doméstica e intrafamiliar que se recrudece con el encierro, son el síntoma de una forma de organización social y política que hunde sus raíces en la aporofobia y en una estructura de poder y riqueza sostenida en la violencia.
f) En la macroescala, la pandemia acelera –y, a la vez, encubre– las luchas por la hegemonía del sistema mundial. Una potencia languideciente como los Estados Unidos, evidencia el desmantelamiento y privatización excluyente de su sistema sanitario; al tiempo que pierde el control de su liderazgo mundial. Ante ese vacío de poder, China y Rusia maniobran para intentar cubrir ese vacío e incrementar la polarización de las relaciones económicas y políticas internacionales en el contexto de un nuevo (des)orden mundial que demerita la cooperación interestatal y los mecanismos globales que contribuyan a contener la crisis sanitaria. En el fondo de ello, se encuentra una pérdida en las capacidades de los Estados para hacer frente a los problemas globales y para satisfacer las necesidades básicas de las poblaciones. De cara a esa incapacidad, se corre el riesgo de afianzar rasgos autoritarios del Estado –en ese sentido, será aleccionador el modelo chino que aparentemente contuvo el virus– que apuesten por un mayor control social en aras de la sanitización de las poblaciones.
Los anteriores son sólo algunos de los problemas públicos que, si bien son agravados con la crisis epidemiológica, tienden a ser ninguneados en el devenir del apocalipsis mediático que monotematiza a la pandemia en los debates públicos. La desinfodemia y la inanición del conocimiento razonado se amalgaman con el efecto bumerán de la contradictoria relación sociedad/naturaleza. Sin información fiable y sin la erradicación de la post-verdad, el ciudadano se encuentra expuesto a la falsedad y al engaño. Y ello incentiva las pulsiones más profundas que son activadas ante el riesgo de muerte y el daño a su integridad física, ante un virus que no sólo afecta el organismo, sino que también eclipsa el entendimiento y la capacidad para desentrañar las causas de los problemas públicos.
Isaac Enríquez Pérez
Twitter: @isaacepunam
Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México
Imagen: Gerd Altmann / pixabay.com