Cultura de la cancelación: la anti-libertad de expresión
abril 27, 2021 Desactivado Por La Opinión de“Hasta la muerte estaré en contra de lo que digas,
pero con mi vida defenderé tu derecho a decirlo”
– Evelyn Beatrice Hall en Los amigos de Voltaire
Una gran proporción de personas ya deberían tener claro que las redes sociales son un mundo paralelo difícil de comprender, complejo, que en ocasiones coincide con el mundo real, pero en muchas otras tantas no. Sin embargo, estos espacios virtuales cada vez cuentan con un arma más afilada y punzante que ha logrado afectar la vida de muchas y muchos: la cada vez más conocida como “cultura de la cancelación”.
La cancel culture consiste en un retiro de apoyo tajante y terco hacia una persona que dijo, escribió, expresó o respaldó una opinión o idea en redes sociales, considerada por algunos usuarios como “ofensiva”, “indignante”. En algunos casos, estos usuarios (e incontables ejércitos de bots), sin ningún tipo de investigación para conocer más sobre una publicación supuestamente non grata, parecen alcanzar cierto grado de organización colectiva para cometer acosos cibernéticos brutales; que pueden ir desde una crítica con matices de agresión hasta la pérdida de empleo de aquellas o aquellos señalados como presuntos culpables de la difusión de opiniones clasificadas como “inadmisibles”. El producto final de estas problemáticas deriva en la anulación e invalidación, de ahí que el término “cancelación” prospere y se ancle en la actualidad.
Un ejemplo de lo anterior, que trascendió a nivel internacional, fue el de la escritora de Harry Potter, J. K. Rowling, quien, en 2020 a través de Twitter sugirió que la frase “gente que menstrúa” –utilizada en una pieza editorial–, debía referirse únicamente a las mujeres (es decir, por nacimiento). Esto generó reacciones sumamente encolerizadas por parte de defensores de los derechos de las personas trans, muchas de las cuales, además de considerar a Rowling como transfóbica, exigieron su cancelación, incluso quienes protagonizaron las versiones cinematográficas de sus libros. En este sentido, la escritora tuvo que detallar su postura en la misma red social, apelando al “cariño y empatía” que ella dijo siempre profesar por las personas transgénero.
Ahora bien, es cierto que la libertad de expresión debe ser uno de los derechos más sagrados en una democracia funcional, pero entonces, ¿se deben tolerar publicaciones que de manera claramente agresiva quieren socavar los derechos de grupos en situación de vulnerabilidad o, peor aún, que inciten a la violencia contra éstos? Absolutamente no y, de hecho, deben denunciarse a la menor señal, sin titubeos; la libertad de expresión encuentra sus límites precisamente al no cruzar determinadas fronteras.
No obstante, la cultura de la cancelación carece de criterios para cumplir sus cometidos, porque no los tiene: es simplista, mezquina y con muy poca capacidad para filtrar aquello que constituye una auténtica amenaza hacia una persona o grupo de lo que es un punto de vista distinto o incómodo a lo que uno hubiera esperado. Ésta, llevada a los extremos, puede paradójicamente “cancelar” la libertad de expresión de quienes no piensan como determinadas comunidades, de quienes pueden tener una ideología poco popular y aplaudida, pero, quizá, respetable, al fin y al cabo, aunque no estemos de acuerdo.
En sus orígenes, las redes sociales se pensaron como un espacio libre, en el que el diálogo en un universo tan vasto como es el de las ideas podría surgir. Hoy sucede todo lo contrario: ya no escribimos para debatir, sino para reafirmarnos en nuestro propio círculo de confort; ya no expresamos para contribuir, sino para señalar con el dedo; ya no discrepamos para buscar terceras vías, sino para acentuar falsos dilemas en el que sólo podemos elegir entre dos caminos; ya no publicamos para escuchar voces distintas a las nuestras y ampliar nuestro campo de visión, sino para denostarlas, vilipendiarlas y, en los casos más graves, humillarlas y aniquilarlas en su vida personal y profesional.
A cada segundo, con cada tuit, con cada post, tenemos la oportunidad de escoger entre convertirnos en auténticos guerreros de la libertad propia y ajena, o, por el contrario, caer en la trampa tiránica de convertirnos justamente en lo que tanto temíamos. Que el tiempo, siempre un gran aliado, cambie el rumbo peligroso de esta anti-libertad de expresión que se asoma y amedrenta, en el que una persona, cualquiera, puede ser invalidada por ser como es, por pensar como piensa, por creer como cree, por, simple y llanamente, existir. Aún no es tarde para dar el golpe de timón.
Bernardo Ramírez López
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