2020: lecciones de vida y dolor
enero 15, 2021“Y volverás a esperanzarte,
y luego a desesperar,
pero cuando menos lo esperes
tu corazón va a sanar…”
Jorge Drexler, compositor uruguayo
Es una creencia popular por demás gastada, pero es cierta: los seres humanos vivimos cada día obsesionados con el pasado y construyendo historias en nuestra mente para tener una falsa sensación de control sobre el futuro inexistente. Y entre esos dos espacios de temporalidad se desvanece el tiempo que sí debería importarnos, se nos va de las manos ese presente tan presente, que siempre está ahí al alcance de un despertar, pero lo subestimamos.
No cabe duda de que el 2020 vino a asestar un durísimo golpe de realidad, en especial para los planeadores obsesivos, para los que viven enajenados en esta era de inmediatez, para los que están pensando únicamente en el mañana y se olvidan de hoy, para los que viven de lo que puedan opinar los demás, pero no de lo que piensan de sí mismos. De repente, la crisis causada por el coronavirus nos paró en seco y vino a poner de manifiesto esas dos máximas que queremos evitar a toda costa: la muerte es ley, pero también el cambio.
Y justamente con ese cambio tan temido, toda nuestra estructura de vida se transformó radicalmente: la preparación del café matutino antes de partir hacia la oficina se convirtió en un movimiento simple de colocar la taza en la mesa del comedor para revisar los correos nuevos del trabajo; las aulas de clase fueron sustituidas por pequeños recuadros en la pantalla de los dispositivos electrónicos; los tan esperados viernes de nuestra antigua realidad para charlar en el bar con los amigos entrañables y con la copa en la mano se llegaron a confundir con domingos de silencio y de nostalgia; las travesías por pueblos coloniales o playas exquisitas marcaron como nuevos destinos los bosques y parques cercanos a los hogares; los besos y los abrazos con la familia se convirtieron en un sueño por cumplir sin una fecha fija de realización.
Con todas estas circunstancias imprevisibles, nada más difícil desde que empezó la pandemia que enfrentar diversas pérdidas, muchas al mismo tiempo: un negocio o empleo ganado a base de esfuerzo e incontables noches de insomnio que se desmoronó; una relación significativa, pero desgastada, que aceleró su fractura a causa del confinamiento; un ser querido que partió rápida e inesperadamente por este virus o por cualquier otra razón de salud.
Y a pesar de estos escenarios, son las personas que han decidido recorrer el camino del duelo quienes han podido sobrevivir estas etapas tan oscuras, no por tener los ánimos de demostrar fuerza y valentía, sino por desarmarse, reconocerse y desnudarse ante su propia vulnerabilidad, por permitirse estar y fluir con emocionalidad infinita para que las heridas puedan comenzar a cicatrizar. Por el contrario, aquellos que respiran aires impertérritos y que ante las adversidades siguen sin detenerse un instante, como si nada hubiera pasado, aparentemente indolentes, suelen vivir arrastrados por la inercia que les dicta lo que deben y no lo que quieren sentir, y esto, a la larga, trae consigo sus propios fantasmas y un alto costo en el bienestar interno.
Las pérdidas duelen, por supuesto, pero precisamente porque duelen es que importa asumirlas y trabajar en ellas, para lograr resiliencia y sobre todo crecimiento y aprendizaje. Los duelos pueden ser grandes maestros si permitimos que estén: nos enseñan a no cometer los mismos errores, a intentar una manera distinta de hacer las cosas, a agradecer los momentos de felicidad que existieron y celebrar por siempre y con amor la vida de quienes tuvieron que dejarnos, ya sea física o espiritualmente, sin perdernos en el desgaste que implica encontrar explicaciones a lo que nos sucedió, porque a veces no las hay.
Todos esos dolores, todos esos duelos muy probablemente forman parte del presente de muchas y de muchos, y parecería que no tienen un final, pero si logramos recordar de nuevo esa premisa que dice que la vida es cambio, entonces, quizá, podamos transitar con un poco más de luz ese camino oscuro para que ese largo invierno del alma termine y dé paso a la primavera, a nuevos días de sol, a nuevas sonrisas, a una esperanza cálida que abrace al corazón lastimado para volver a latir con fuerza.
Hay mucha razón de quienes afirman que 2020 nos había enseñado a no planear tanto la vida y sí, su legado fue demostrarnos que el pasado sólo es prueba de que existimos y que el futuro es simplemente un buen deseo incierto, que no puede garantizarnos más amaneceres. Mientras tanto, sólo tenemos hoy, sólo tenemos ahora, sólo tenemos el presente: ¡vive, vive, vive!
Bernardo Ramírez López
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Imagen: Daniel Reche / pixabay.com