Felicidad y política en tiempos de desánimo

Felicidad y política en tiempos de desánimo

mayo 9, 2019 Desactivado Por La Opinión de

El mismo día que miles de mexicanos salían a la calle pidiendo la dimisión del Presidente López Obrador, llegó a mis manos, casi por casualidad, un artículo de Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor en comunicación, que comenzaba diciendo: “Los tristes no ganan elecciones…” El autor sostiene la tesis de que los políticos tristes no son capaces de liderar emociones positivas, sin las cuales no hay proyectos ni esperanza, y subrayaba la incapacidad de los sentimientos negativos para seducir ni infundir ánimos colectivos.

En principio comparto el punto de partida del autor, pero aun así, no puedo evitar plantearme una serie de cuestiones: ¿son el optimismo y la ilusión, efectivamente, condición sine qua non para liderar un proyecto político?, ¿es un discurso motivador la llave del cambio? y, quizás una de las más importantes, ¿estos sentimientos sólo se desarrollan durante los periodos de campaña y después se diluyen en la dureza de la política del día a día, o realmente pueden mantenerse y ser útiles en el ejercicio de la actividad representativa?

Todos sabemos que el ejercicio del poder se caracteriza, en gran medida, por el conflicto y la tensión. Entonces, ¿hasta qué punto es factible, para un político desgastado por su gestión, sostener consignas positivas y discursos ilusionantes en tiempos de desafección política y/o crispación?, ¿puede ser un arma de doble filo que, en lugar de motivar, acabe proyectando una percepción de la política como algo artificial y hueco?

Ya los clásicos reflexionaron sobre el papel de la felicidad en la política. Aristóteles, en el libro VII de la Política, defiende que la felicidad es una forma de vida, asociada a la virtud y, dado que lo público debía ir asociado a lo virtuoso, aquellos que participan en lo político deben ser hombres felices. La Ilustración revitalizó el concepto de felicidad, entendiéndola como un derecho que todos los ciudadanos debían de conquistar durante su vida terrenal y que debía situarse en el centro de la actividad política.

Posteriormente, ya en el siglo XX, comenzaron a realizarse estudios que corroboraron el poder de la felicidad en el desempeño de lo público, llegando incluso a crear la categoría smart power. En la nueva política, el poder inteligente sonríe, no amenaza, y existen determinados patrones de atracción, basados en la empatía y el optimismo, que según la ciencia incrementan la confianza de los ciudadanos en sus líderes.

No obstante, puede que en nuestros días algunos políticos hayan confundido esta noción de felicidad con la superficialidad, la banalidad y el discurso hueco. La política que convence es la que contagia ilusión, pero este ánimo debe ir inevitablemente ligado a la inteligencia y la responsabilidad. Por tanto, no basta únicamente con una sonrisa bonita y palabras dulces o discursos que todos queramos escuchar; la conexión emocional debe pasar por una estrategia realista, concreta y basada en la determinación.

Nuestros políticos deben asumir que el conflicto asociado a la política puede procesarse de manera sonriente y lúdica, y que el pesimismo no es sinónimo de responsabilidad. Pero esto no debe confundirse con pan y circo ni con promesas que de antemano se saben poco plausibles. Aun en tiempos de crisis, o conflicto, los políticos deben jugar la carta del optimismo, pero tomando las medidas necesarias para que, al final, una sonrisa hueca no se transforme en llanto.

Mélany Barragán

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